NOTA DE TAPA
A tres años de su muerte, los académicos y políticos se disputan la herencia de Pierre Bourdieu. Unos reivindican al científico riguroso y gran innovador de la sociología. Otros, al intelectual politizado y globalifóbico de los últimos años. Radar anticipa la inminente salida de El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu (Siglo XXI) y lo confronta con El misterio del ministerio (Gedisa), dos compilaciones a cargo de Bernard Lahire y Loïc Wacquant respectivamente. ¿Quién impondrá su lectura?
› Por Cecilia Sosa
El sociólogo más leído en Francia y tal vez en el mundo. El francotirador más temible contra las fortalezas del sentido común. Aquel que logró superar su condición de excluido social y alcanzar la cúspide de la intelectualidad francesa. Científico exquisito, radicalmente antiacademicista y activista político tardío. Tuvo su revista, su colección y hasta un centro de investigaciones propios. Pierre Bourdieu (1930-2002) es un seductor poco frecuente para la sociología. Y si todo parecía indicar que tras su muerte quedaría petrificado como otro gran “hereje consagrado” para el Museo de las Ciencias Sociales, el “boom Bourdieu”, por llamar de alguna forma a su vigencia post mortem, no parece más que haber comenzado. Lo que ahora despunta es una batalla casi a su medida: la lucha entre los herederos para imponer la lectura legítima de su obra.
Por un lado, está al salir El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu. Deudas y críticas, donde una decena de investigadores, encabezados por su colega Bernard Lahire, emprende un fuerte e infrecuente diálogo crítico para discutir, contradecir y completar conceptos tan arraigados como los de hábitus, poder simbólico, legitimidad cultural y campo. Una hilera de sociólogos, historiadores, economistas, filósofos y psicólogos con sus escalpelos más afilados diseccionando la teoría bourdiana en un fino debate académico que busca apartarse de toda maledicencia política. Pero por si fuera poco, desde la otra esquina y con una propuesta prácticamente de signo opuesto, otro colectivo de intelectuales, liderado por el boxeador peso pluma y sociólogo francés Loïc Wacquant, acaba de publicar El misterio del ministerio. Pierre Bourdieu y la política democrática, una compilación de encendidos ensayos que reivindica al Bourdieu político, lo lee en la más absoluta continuidad con su vida académica y lo convierte en paladín y ejemplo de la lucha democrática en el mundo. Para comprender los ribetes de esta batalla, Radarlibros entrevistó a Carlos Altamirano, historiador y analista de la cultura, además de director de la colección que edita el primer título. ¿El resultado? Un contrapunto que todo seducido o dispuesto a dejarse seducir por la obra de Bourdieu no debería pasar por alto.
¿Se puede hablar de un boom Bourdieu?
–El boom de la producción intelectual de Bourdieu está muy asociado con su pasaje a la condición de intelectual político. Bourdieu durante mucho tiempo se había mantenido a distancia de la escena pública: suscitó debates, se inscribió en ellos y los produjo, pero se mantuvo distante de lo que consideraba tópicos superficiales de la sociología corriente. Durante los años ‘60 y ‘70, la cultura de masas (un término que él no usaba por considerarlo sospechoso) nunca atrajo su interés, más bien criticó el modo en que se construían esos conceptos o esos campos de análisis. Hasta que en los ‘90 abrió fuego contra el periodismo y contra la cultura de masas. Por eso llama la atención. A esa altura Bourdieu había alcanzado la cumbre de la carrera intelectual posible en Francia y no había nada ya que pudiera ganar en el movimiento de consagraciones intelectuales. Es con ese gran capital simbólico que retoma una tradición típicamente francesa de intervención de los intelectuales en el espacio público.
Sin embargo, una de las hipótesis del libro coordinado por Wacquant es que no habría tal escisión entre el Bourdieu político y el Bourdieu científico, que desde siempre su trayectoria intelectual habría estado ligada a la política.
–No estoy de acuerdo con eso. Hay un cambio fuerte, no sé si radical, pero sí un cambio. Y con esto no quiero decir que sus trabajos sociológicos no tuvieran una dimensión crítica. Pero eran trabajos que estaban orientados a cambiar el modo en que se hacía sociología y se definían sus usos. Es el caso de un trabajo como La reproducción, donde analiza el modo en el que el aparato escolar reproduce la desigualdad, pese a la ideología oficial que afirmaba la escuela como instancia igualadora y creadora de oportunidades equitativas. Hay aquí una tarea crítica respecto de una ideología, pero también una distancia de la intervención pública. Impulsar y promover movilizaciones o apoyarlas: ése no era un rasgo de su comportamiento. Bourdieu en el ‘95 apoya una serie de movimientos huelguísticos y habla en algunos de esos actos. Si a alguien recuerda es a Sartre o a Foucault más que a su propia trayectoria intelectual.
¿Y por qué suscitó tanto rechazo?
–Una parte de sus colegas le reprochó que, después de haber hecho la crítica del intelectual profético por introducir dualismos y simplificaciones, repitiera el gesto reproduciendo aquello que había censurado en buena parte de su obra. Lo acusaron de ejercer terrorismo ideológico, terrorismo intelectual.
¿Coincide con esa posición?
–Efectivamente creo que había algo de simplificación en su nueva postura. Tal vez sea imposible participar en el debate público sin incurrir en este tipo de dualismos. Después de Durkheim, ningún otro sociólogo francés ha ejercido dentro o fuera de Francia un influjo equivalente. Bourdieu llega a ser un mandarín de la vida intelectual francesa e invierte todo ese prestigio, todo ese capital acumulado, en luchas sociales y política como no la había hecho nunca.
La compilación de Lahire cuestiona la capacidad explicativa de conceptos tan centrales como “campo” y “hábitus”.
–El cuestionamiento no significa liquidar su teoría sino señalar la limitación de su alcance. La liquidación teórica de Bourdieu sería un suicidio sociológico. Es una crítica destinada a hacer un balance, a mostrar que hay unas cuantas cosas de la vida social que pasan por debajo de su conceptualización, que aunque permite aprehender ciertos fenómenos y darles un principio de inteligibilidad, también solicita criterios e intentos heurísticos nuevos. En la obra de Bourdieu hay un tesoro que debe ser evaluado incluso para proseguir su empresa.
Algo que subyace en muchos de estos artículos es que, a través del uso de ciertas categorías, Bourdieu estaría legitimando el statu quo. Parece una crítica fuerte para alguien abocado a combatir las formas más sutiles de la dominación simbólica.
–En “Lo culto y lo popular”, Passeron y Grignon hacen una crítica muy fina e inteligente a lo que llama la “teoría del legitimismo cultural” implícita en la obra de Bourdieu. Y es aún más relevante al ser hecha por alguien que fue su compañero y colega. Passeron se aparta de la matriz bourdiana, pero no lo hace sobre la base de una liquidación total. En el libro también hay un economista progresista (Olivier Favereau) que desnuda el modelo económico ortodoxo implicado en la teoría de Bourdieu.
También se afirma que la noción de “campo” como espacio donde rigen reglas de publicidad y prestigio deja a la gran mayoría totalmente “fuera de campo”.
–En La cultura de los individuos, Lahire muestra de qué manera en el ámbito del consumo hay disonancias en ese sistema de correlaciones donde alguien que pertenece a un determinado grupo también lee determinados libros, escucha determinada música, asiste a cierto tipo de espectáculos y consume cierto tipo de comidas y vive en ciertas zonas. Pero en todo ese conjunto que establecía Bourdieu para mostrar “estilos de vida” también hay disonancias: alguien que consume cierto tipo de obras pertenecientes a la llamada cultura legítima, llega a su casa y ve un programa de televisión que no entra dentro de ese registro.
¿Bourdieu respondió alguna vez sobre estas paradojas contenidas en su obra?
–No, él solía tener una actitud muy agresiva con las críticas de sus colegas. Y estas críticas llegaban cuando él ya estaba ubicado en la cúspide.
¿Por qué rumbos se encaminará su herencia?
–Una parte va a desarrollarse sobre la base de sus discípulos que se autonomizaron en mayor o menor grado de su matriz general y que discuten muchas de las orientaciones que inspiran su obra. Otra parte del legado va a transitar entre sus epígonos más activistas, y también va a transcurrir entre los que han leído a Bourdieu fuera de Francia y que han mostrado los límites de sus conceptos al contrastarlos con experiencias sociales y culturales distintas. Pero su obra va a seguir ejerciendo gran influencia, aun cuando el clima de las ciencias sociales en Francia haya cambiado. Frente al hiperdeterminismo planteado por Bourdieu, ahora hay una tendencia a quitarle fatalismo a la explicación sociológica, tornarla más laxa. A tomar más “en serio”, como se dice, la palabra del actor.
¿Cuál fue la lectura argentina de Bourdieu?
–Hoy se lee mucho más que hace 20 años y se incorporó en las currículas de todas las universidades. Pero aquí fue leído en distintas líneas. El oficio del sociólogo fue leído en continuidad con el estructuralismo y el marxismo estructuralista; otra línea, menor al comienzo, es la del Bourdieu de la sociología de la educación y de la reproducción social que proporcionó instrumentos críticos muy divulgados en los últimos años. Y por último una línea menor ligada a la sociología de la cultura, donde fue la gente de Punto de vista la que guió la recepción y el uso de Bourdieu para pensar las lógica de rivalidades y competencias que rigen el campo intelectual.
¿Y qué pasará ahora con estas dos líneas contrapuestas en juego?
–Ah, no. Eso es otro precio.
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