Por Mariano Dorr

Plaza Irlanda
Eduardo Muslip
El cuenco de plata
140 páginas

El cuarto libro de Eduardo Muslip está integrado por una novela corta (Plaza Irlanda) y tres cuentos. Pero si bien se trata de cuatro relatos independientes entre sí, hay en cada uno de ellos una atmósfera común: un extraño registro de la pérdida. La nouvelle comienza: “Nunca supe qué hacía ella en Plaza Irlanda. Helena estaba caminando por Donato Alvarez, justo frente a la Plaza Irlanda; un colectivo fuera de control subió a la vereda y la aplastó contra una pared”. A partir de este accidente, el narrador construye un relato de su relación con su pareja, marcado por una radical incomprensión de su final. Pero lo imposible de comprender no son las “trescientas toneladas” que impactaron contra su cuerpo, sino qué podría haber estado haciendo ella en Plaza Irlanda, ese día, a las tres de la tarde. ¿Qué fue lo que la llevó a Plaza Irlanda? La misma pregunta se hizo Gorgias respecto de Helena de Troya en su Encomio de Helena. Y en el relato de Muslip (donde la mitología griega aparece en un tomo suelto de la Enciclopedia Códex, con la letra H), uno nunca deja de sospechar que, a Helena, quizá también la haya arrastrado el amor hasta Plaza Irlanda.

Lo que más llama la atención es cómo Muslip narra, a partir de la brutal ausencia del otro, los restos de una relación. Y si bien es un relato de “luto”, sin embargo, el texto deja ver un cierto estado de “tranquilidad, sin tristeza”. El lamento no está puesto en la evidencia de la pérdida sino más bien en extrañas reflexiones, que son lo mejor de Muslip: “Me pregunto cómo no se me ocurrió poner una luz dentro de los placares. Podría ser un sistema como el de la heladera; no parece tan complicado. Incluso podría haberlo hecho sin que Helena se enterara, para que cuando ella abriera la puerta del placard la luz hiciera resplandecer ese gran rectángulo oscuro. Qué enorme amargura, qué oportunidad estúpidamente perdida”. El resultado de estas reflexiones reconstruyen una historia de amor conformada por retazos, partes sueltas que no terminan de unirse, y que antes de terminar con la vida, hacen que ésta continúe.

“Los pájaros” (el primero de los tres cuentos) narra la inesperada visita de una extranjera y la peculiar relación de un anfitrión con su huésped. En el segundo cuento, “El dibujo en el agua”, una mujer se obsesiona con la novia de su primo y su “falta de realidad”. Patricia es una chica que no sólo pasa desapercibida, sino que directamente parece no estar ahí donde efectivamente está. El mozo de un bar parece no verla, los invitados a sus reuniones parecen ir sólo por compromiso, como aceptando que se trata de alguien irreal, pero de alguien al fin y al cabo. En los dos cuentos, los relatos aparecen recortados sobre un fondo de pérdida. Todo el libro de Muslip obedece a una misma pregunta: ¿qué es la pérdida cuando lo que hemos perdido es algo que nunca tuvimos realmente?

El último cuento, “La vida perdurable” (ya editado en el sello independiente Cencerro, 2004), comienza con una frase (motivada por una película que el narrador mira desde una mesa de un bar, en Mendoza) que podría leerse como una inversión al párrafo que abre el libro: “Una ciudad como Buenos Aires, una ciudad llamada Buenos Aires, destruida por completo”. Ya no es una ciudad que destruye, sino una ciudad destruida. El narrador se detiene a pensar en la muerte, y cada persona que ve le recuerda a un muerto. La vuelta a Buenos Aires en avión y la obsesión por la muerte convierten un simple vuelo Mendoza-Buenos Aires en una experiencia de supervivencia. Es que Plaza Irlanda es el relato de esa perdurabilidad, de la vida que no se detiene en la muerte, sino que avanza hacia lo extraño. Y la literatura de Muslip reside precisamente en la descripción de esas extrañezas que conforman la vida.