Domingo, 18 de septiembre de 2005 | Hoy
CINE
Una mirada sin prejuicios y con bastante estoicismo, por cierto, sobre el modo en que fueron representados los jóvenes en el cine argentino del decenio 1983-1994.
Por Mariano Kairuz
Las películas argentinas de los ‘80 cayeron, a lo largo de la última década y al menos en lo que a buena parte de la crítica respecta, en una especie de agujero negro: una parte de la historia del cine olvidable, a la que convendría no volver jamás. En su libro Una cuestión de representación (Los jóvenes en el cine argentino, 1983-1994), ganador del Segundo Concurso de “Mejor Ensayo Cinematográfico de Autor Inédito” llevado a cabo el año pasado en el Rojas, Andrés Fahri se arroja de cabeza a ver y rever varios de los films vernáculos del retorno democrático, no por masoquismo sino para intentar dilucidar qué representación hicieron éstos de la juventud argentina en aquellos años. El recorte “1983-1994” no abarca una década entera por capricho sino que se extiende hasta los inicios del llamado Nuevo Cine Argentino con el corte o la apertura que vino con tal renovación.
Con un ordenamiento expositivo cercano al de una monografía académica, Fahri comienza por presentar algunas definiciones básicas para su tesis: qué vendría a significar “ser joven” (“juventud como un concepto esquivo, construcción histórica y social, no mera construcción de edad”, según cita a Mario Margulis); por qué debe hablarse de “juventudes”, en plural, resistiendo la homogeneización y rigidez del concepto y la unilateralidad del punto de vista con que por aquel entonces se representaba a los jóvenes en el cine nacional y en los medios en general. En el cuerpo de su texto, Fahri se dedica a buscar e identificar recurrencias en aquellas películas, y se encuentra con que los adolescentes y los veinteañeros que las protagonizan provienen casi exclusivamente de familias de clase media acomodada; comprueba que a los varones de esa generación se les reserva un destino fatal (Fahri habla de “filicidio”: los padres que abandonan a sus chicos; el país que los envía a Malvinas); señala el extendido recurso al agua como metáfora de la tragedia económica y social de la Argentina durante el alfonsinismo, con títulos como Ultimas imágenes del naufragio, de Subiela; Después de la tormenta, de Bauer; o El viaje, de Solanas.
Pero lo que de verdad destaca al ensayo de Fahri es que logra despojarse totalmente de prejuicios para abocarse a la visión y revisión de muchas de aquellas películas producidas hace tan sólo quince o veinte años, pero que a estas alturas parecieran provenir de medio siglo atrás. Así recupera films de algún valor icónico –por estar producidos en el umbral del pasaje entre el Proceso y la democracia– como Los enemigos, de Eduardo Calcagno, y la más recordada Camila, de María Luisa Bemberg, que permitía transpolar un episodio histórico de los años de Rosas al presente represivo. Y se mete también con veteranos como Fernando Ayala (Sobredosis, Pasajeros de una pesadilla), Enrique Carreras (Las barras bravas), Oscar Barney Finn (Contar hasta diez), e identifica en ellos la permanencia de una mirada conservadora sobre el lugar de la familia, la vida nocturna y las drogas, entre otras cuestiones, una vez superada la dictadura. Es decir, la mirada de una generación de cineastas que siguió hablando de “los jóvenes” desde afuera, cuando ya hacía bastante tiempo que habían dejado de serlo.
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