Domingo, 9 de octubre de 2005 | Hoy
MANKELL
Unos cuentos iniciáticos de Mankell para fanáticos.
Por Martín Pérez
La pirámide
Henning Mankell
Tusquets
402 páginas
“Hasta que no terminé de redactar la octava y última parte de la serie sobre Kurt Wallander, no caí en cuenta de cuál era el subtítulo que, en vano, había estado buscando para ella sin cesar”, escribe Henning Mankell en el prólogo del flamante noveno volumen de su serie policial ambientada en Suecia. “Una vez que todo lo relativo a Wallander o, al menos, la mayor parte, pertenecía al pasado, comprendí que ese subtítulo debía ser, lógicamente, Novelas sobre el desasosiego sueco.” Cuando Mankell se refiere a la octava y última novela dedicada a Wallander, está hablando de Cortafuegos, casi seiscientas páginas traducidas recién este año al español. Dedicada a un complot económico internacional cuyo disparador tiene lugar en la pequeña ciudad de Ystad, la novela culmina con un paseo por la playa junto a su hija, en el que ella le confiesa a su padre que ha decidido ser policía como él. Por eso es que este noveno volumen final es, en realidad, epílogo y prólogo a la vez. Epílogo porque, además del subtítulo en cuestión, con su publicación le pone un efectivo punto final a una serie que se fue convirtiendo, durante la década del ’90, en uno de los fenómenos del policial moderno europeo. Pero especialmente prólogo porque La pirámide compila cinco cuentos ambientados antes de esa noche del 8 de enero de 1990 en la que comienza Asesinos sin rostro, la primera de las novelas de la serie.
Si una de las características más subyugantes de la saga de Wallander es cómo Mankell pone especial énfasis en contar la complicada cotidianidad de su abnegado inspector, algo que incluye la resolución paso a paso de los crueles crímenes presentados en cada novela, en los cuentos de La pirámide la vida del inspector está claramente antes que cualquier investigación. Porque la función principal de su existencia es terminar de poner la vida del protagonista de la saga sobre el papel. Y, como sucede en los momentos más obsesivos de las siempre excesivas y extensas novelas de Mankell, son justamente esos tramos los más seductores.
Aunque para quienes se obsesionen con la cronología tal vez sea el lugar ideal para iniciarse en la saga de Wallander, La pirámide es un libro para fanáticos antes que para neófitos. Por ejemplo, el primer relato –La cuchillada– le da forma a un recuerdo recurrente en cada una de las novelas de Wallander: el momento en que estuvo a punto de morir cuando aún era un policía de uniforme. Desde este breve relato inicial, ambientado el 3 de junio de 1969, hasta la última historia –la mejor, la más larga y la que titula el libro– que comienza el 11 de diciembre de 1989, Wallander terminará de ser efectivamente Wallander. Se casará con su mujer Mona y luego se divorciará, abandonará Malmö y se instalará en Ystad, su hija Linda crecerá y se irá independizando, conocerá a su mentor Rydberg y presenciará su declive. Eso sí: la tirante relación con su padre será la de siempre durante todos los cuentos.
Aquel desasosiego sueco que sirve como subtítulo de todas las novelas de Mankell es también el trasfondo de estos cuentos escritos en las pausas de la creación de los ocho novelas publicadas durante los ’90 (y traducidas con todo éxito al español desde el 2000 en adelante). Por eso es que es imposible descubrir en ellos el pulso del escritor que encuentra su personaje sino que durante su lectura apenas si se disfruta, con esa culpa propia del fanático, el hecho de ir viendo iluminados cada uno de los pliegues de un personaje que, novela a novela, ha devenido irresistible y casi obligatorio para quienes se han convertido (incluso a su pesar) en fanáticos.
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