Domingo, 6 de noviembre de 2005 | Hoy
BEST SELLERS
Rosa Montero escribió una novela que transcurre en la Edad Media, pero no abusa de la moda. Más bien le sirve para continuar su preocupación por la temática femenina a través de un personaje que nació sierva y se hizo libre.
Por Mauro Libertella
Convengamos algo: la Edad Media no es exactamente como nos la presentan las voluminosas novelas que fueron desfilando en los últimos años. Desde esta base, tal vez lo más interesante sea ver cómo ese pedazo de historia se deforma en el prisma subjetivo de un autor y se convierte en eso que llamamos literatura. Esa es una de las experiencias posibles de lectura de Historia del rey transparente, de Rosa Montero. Y es también un modo válido de no bloquear al libro leyéndolo solamente desde lo comercial. Rosa Montero (1951), que viene escribiendo novelas, cuentos y notas periodísticas desde hace tiempo, ahora se vuelca sobre el siglo XII, pero en un libro atravesado por sus temas de siempre o, mejor, marcado por su tema más recurrente: la mujer. Así, afirmar que la columna vertebral del libro es la representación literaria de una época histórica es falaz o, por lo menos, insuficiente. Porque las mil y una peripecias de Leola, la protagonista y narradora, nos ponen de cara a un relato plenamente personal, marcado por una voz bien humana.
Si el título no se hubiera usado, tal vez este libro podría haberse llamado En el camino. La vida nómade de Leola es similar a la de los personajes de Kerouac, pero puesta varios siglos atrás. Por lo demás, la historia es la de una mujer que se viste de hombre –ataviándose de pesado hierro– y recorre junto a una hechicera, durante 25 años, los calurosos caminos del siglo XII, pasando por pueblos, ferias, competencias, y las muchas formas de la aventura típica. Desde el fondo, se yergue firme el repertorio clásico de locaciones medievales: abadías, monasterios, castillos y, siempre, la intemperie. Podríamos decir que todo el libro es a la vez el despliegue y la búsqueda de las líneas iniciales del libro: “Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre”. Como en un ascenso espiralado, el lector se choca una y otra vez con estos principios básicos de la narradora, en una escalada de 500 páginas que oscila entre la sorpresa y la redundancia.
Cuando nos abocamos a la búsqueda del componente histórico, ahí se levanta desde el prefacio una aclaración de la propia Montero. “En los 25 años que duran las peripecias de Leola se narran sucesos que abarcan siglo y pico.” Así, como en un Aleph o en el Orlando de Virginia Woolf, conviven en la historia personajes y batallas separadas unas de otras por cien años o más, pero todas religiosamente atravesadas por la subjetividad narradora del personaje. Porque, en ultima instancia, lo que se está narrando es la historia de una vida. Y es en ese gesto en donde Historia del rey transparente se diferencia de muchos otros libros que usan lo biográfico como pantalla para retratar la Edad Media. Según se nos presenta, este relato de vida estaría escrito en una sola noche, la última. De cara a la muerte, la narración tiene esa nerviosa velocidad del que escribe porque está por morir, y lo hace para retrasar aunque sea un poco la expansión de las sombras. Por eso el relato está dotado de una totalidad: el que va a morir siente su vida como un todo y así la puede narrar.
Lo femenino, lo medieval, la religión y lo político son como esquirlas incrustadas en la textura de un libro que parece simple e inesperadamente se vuelve intrincado, para de nuevo volver al llano de la anécdota. Y es justamente en ese paso que se desliza y avanza la escritura de una mujer que nació plebeya, torció el destino y ahora es libre.
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