Domingo, 20 de noviembre de 2005 | Hoy
EXPERIENCIAS
Entre la crónica y el diario de viajes, El reino de las mujeres recrea la insólita (pero no exótica) historia de un pequeño pueblo de China donde las mujeres son el sostén de la comunidad.
Por Veronica Bondorevsky
Un viaje es el punto de partida de El reino de las mujeres. Y el destino que ha elegido su autor, Ricardo Coler (médico, fotógrafo y periodista; fundador y director de la revista cultural Lamujerdemivida) no es un horizonte conocido o cotidiano, sino el último matriarcado. Coler viajó a Mosuo, un pequeño pueblo solitario de la China, en donde las mujeres son los pilares sociales y económicos, garantes del funcionamiento y la subsistencia de la comunidad.
Para dar cuenta de la experiencia y la aventura que significó para el autor el acercamiento a una cultura distante y sorprendente, él, en tanto testigo, transmite sus impresiones, en las que el asombro y la comparación, la perplejidad y la curiosidad condicionan, claro está, su testimonio.
Sin embargo –y afortunadamente–, el autor no cae en el lugar común de hacer un culto a lo exótico o a lo diferente. En este sentido, por ejemplo, se permite decir “no me gustó el té de manteca”, infusión habitual y obligada entre los pobladores; o a comparar la paternidad occidental y la que se ve en esa aldea. De todas formas, al momento de comprender la realidad de este pueblo, acepta sus limitaciones: frases como “estoy forzando un concepto de nuestra cultura al entendimiento de Mosuo” o “es difícil de entender, pero...” forman parte de su narración.
Otro acierto del libro es ser de divulgación general, es decir, no brinda un acercamiento antropológico, ni histórico exhaustivo. Se reconstruye lo desconocido desde la mirada curiosa y ávida del viajero, que está interesado en entender y acercarse a una forma de vida distinta a la suya. De todas formas, si bien es un recuento de la estadía y de los acontecimientos más importantes que le sucedieron, hay capítulos más digresivos, en los que el autor repone el marco histórico, social y religioso que rodea a los mosuos.
Pero este pueblo, aparentemente lejano al modelo y estilo de vida occidental, revelará al viajero –y, por lo tanto, al lector– que, más allá de las diferencias, y la riqueza que éstas implican, hay muchas cosas que, en lo profundo, coinciden. Es muy significativo el planteo que Coler se hace, luego de interiorizarse en las costumbres del lugar: “Si los términos del matriarcado implican la actitud de mando, la falta de matrimonio, la ausencia de padre, el manejo del dinero por una mujer propietaria cuyos hijos llevan su apellido y que además elige con quién pasar la noche, ¿para qué tuve que viajar tanto si en mi barrio hay mujeres así?”
Está en el lector sumergirse en El reino de las mujeres y comprobar, por propia cuenta, cuáles son esos misterios que nos diferencian y nos acercan a ese pueblo lejano. Lo que sí es posible adelantar es que el libro muestra cómo un viaje se transforma en materia narrativa. A la manera de las crónicas o los diarios y cartas de viajeros, se brinda un testimonio de una experiencia vital y desafiante. Y, en este punto, las distancias y las cercanías que provoca todo encuentro le sirven al autor para describir y evaluar en qué consiste, en este caso, ese “nuevo mundo”.
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