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Domingo, 4 de diciembre de 2005

NOTA DE TAPA

Pretérito imperfecto

A meses del 30º aniversario del golpe de Estado de 1976, el balance no sólo editorial sino cultural de este año muestra un innegable protagonismo de la memoria: investigaciones, colecciones, testimonios, ensayos, películas, novelas. Pero además de la cantidad, que refleja un aumentonotable en relación con la producción sobre los años ’70 de hace una década, pueden registrarse formas, debates y actores nuevos en la permanente construcción de la memoria.

 Por Gabriel D. Lerman

¿Qué es la memoria? ¿Qué tienen que ver la historia y la memoria? ¿Es lo mismo recordar que aprender, sostener o recibir un legado no por una razón sino por una pasión, o por una razón apasionada? ¿Quiénes, cuántos recuerdan? Los límites de la historia, la productividad de la memoria, el sentido de las militancias de ayer y hoy ponen en jaque continuamente los saberes con los que contamos en cada nueva pelea que se presenta ahora, mañana. Todo el ayer se entrevera y aparece hoy como un intruso, como un huésped inesperado. Pero no es el ayer que me detiene en el pasado, como dice Homero Expósito, sino el ayer que avanza desde el pasado, tomando de prestado a Walter Benjamin.

En pocos meses se cumplirán treinta años del último golpe militar, y las circunstancias en las cuales se conmemora la fecha más aciaga de nuestra historia contemporánea han incorporado algunos elementos nuevos que, a diez años del emblemático 20º aniversario, allá por 1996, parecen haber modificado el panorama. La proliferación de testimonios de los protagonistas de los ‘60 y ‘70, el surgimiento de los hijos de desaparecidos como actor social, la modificación de las condiciones jurídicas del juzgamiento a los responsables de la represión, y la voluntad cada vez más legitimada de establecer espacios destinados a la preservación de ciertas huellas del pasado, refuerzan una construcción social de una fuerza notable.

Novelas, ensayos, películas de ficción y documentales, las artes visuales, todo un conjunto de expresiones artísticas y culturales han ido conformando, en paralelo a aquello que podría denominarse el derrotero jurídico de las causas por derechos humanos, un volumen sólo comparable a la literatura o los trabajos sobre el Holocausto, guerras o tragedias universales. También las ciencias sociales y algún sector de la historiografía local se han volcado, por un lado, al estudio de los relatos de las víctimas y familiares y, por otro, al paulatino desempolvamiento de aquellos tiempos no necesariamente ligados a la represión sino también a la militancia de las vanguardias revolucionarias. ¿Cuánto se sabía sobre los ‘70 en 1983, cuánto en 1996 y cuánto se sabe hoy? ¿Qué ha elaborado la sociedad con el recuerdo? ¿Por qué en el último año ha habido una verdadera expansión en los estudios políticos y académicos sobre las décadas pasadas? ¿Cuánto más es necesario conocer?

Reloj, no marques

las horas

En su texto Siglas, Néstor Perlongher revisa y enumera sin aspavientos y con ironía las denominaciones de decenas de agrupaciones políticas y sociales de las vanguardias, estableciendo genealogías al modo del pasaje, cambio y requiebres de un militante en tránsito perpetuo. Por ejemplo: “Entonces confías en el FRP, junto a restos de la ARP, nostálgica del PVP, del FPL y, por qué no, de la UP. Pero no conseguías olvidar las deliciosas reuniones del Malena –eran los tiempos en que el FRIP se fusionaba con Palabra Obrera para formar el PRT (...) Lo cual estuvo a punto de costarte la expulsión del Maviet –apenas te mantuvo tu amistad con el MAR– que, en cierto modo, te recordaba al PSAV, antes LDA, cuando ni imaginabas que el ya descalabrado PSA devendría a la larga PSP, PST, CSA”. Escrito en 1978, el texto de Perlongher condensa la vastedad de un mundo intenso, persistente, ramificado y seductor.

Las III jornadas del CeDInCI (Centro de Investigación y Documentación de la Cultura de Izquierdas) realizadas en agosto en la Biblioteca Nacional, cuyo tema fue “exilios políticos argentinos y latinoamericanos”, permitieron empezar a recomponer ciertas líneas que hasta ahora parecían no tocarse: los que sobrevivieron, los que viajaron, los que se quedaron, los que perdieron dos veces; los que volvieron, los que no se fueron.

“Las relaciones entre el campo de las memorias y la producción historiográfica de corte académico –dice Roberto Pittaluga, profesor universitario y director del CeDInCI– todavía son relaciones en construcción, en las que intervienen ritmos y formas de producción distintas. La historiografía tiene una deuda sin saldar: basta recorrer las principales revistas de historia académica para observar que, en los últimos veinte años, prácticamente no se han publicado en sus páginas investigaciones sobre el pasado reciente argentino. La producción de distintos tipos de narraciones –la mayoría fuertemente marcadas por lo testimonial– se ha expandido, desde la segunda mitad de los años ’90, a un ritmo importante, constituyendo hoy la principal fuente de construcción de sentidos para el pasado reciente, y posibilitan una indagación que vaya más allá de lo testimonial hacia una reconstrucción crítica de aquella experiencia histórica.”

En su libro Tiempo pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo (Siglo Veintiuno Editores, 2005), Beatriz Sarlo señala que el pasado siempre es conflictivo. “A él se refieren en competencia –dice–, la memoria y la historia, porque la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad). Pensar que se podría dar un entendimiento fácil entre estas perspectivas es un deseo o un lugar común.”

“¿Qué se puede discutir sobre la memoria?”, se pregunta Nicolás Casullo en su intervención en el libro de Marcelo Brodsky sobre la ESMA (La Marca, 2005). “Sin duda –continúa Casullo–, se escribe y se debate entre nosotros sobre los desaparecidos, al menos en esa franja que reúne derechos humanos, posicionamientos intelectuales, información periodística y crítica política. La muerte física acontecida, la otra muerte -simbólica– de la sustracción de los cadáveres a sus deudos, los olvidos de la sociedad, los pactos de los homicidas, la negación del pasado, el imprescindible castigo a los culpables, la índole controversial de los proyectos de institucionalización de la memoria del horror, la incidencia de este drama en el actual proceso nacional.”

¿Cuáles son las desconfianzas o las controversias que mencionan Sarlo y Casullo? La socióloga Elizabeth Jelin, especialista en trabajos sobre memoria y represión, considera que “la relación entre memoria e historia no es sencilla ni lineal. La construcción de memorias sociales consiste en la elaboración de interpretaciones y sentidos de acontecimientos pasados, por parte de grupos humanos. O sea, los sentidos del pasado son siempre múltiples, y se contraponen a otras memorias y a otros sentidos. En esto, juega mucho el silencio: hay temas y cuestiones que en un período no están en el centro de la escena, cosas del pasado de las que ‘no se habla’. Sin embargo, esto no implica olvido, sino cambios en climas sociales y políticos. Lo silenciado en uno puede ser expresado y discutido en otro momento”.

El ciclo “¿Quiénes eran?”, organizado en julio en La Plata por la Comisión por la Memoria, cuya curadora fue Florencia Battiti, incluyó el ciclo de cine “Vivir para contarlo”. Allí pudo verse el potente cortometraje Granada, de Graciela Taquini, protagonizado por Andrea Fasani, donde se pone en cuestión quizá como nunca la forma del testimonio, la manera en que ha venido instrumentándose el pasaje de información, las inflexiones de los relatos. Al respecto, el crítico Gonzalo Aguilar reflexiona: “En su video, Taquini muestra el revés del testimonio: sus repeticiones, sus automatismos, sus préstamos no confesados, sus huecos y ocultamientos más o menos conscientes. Creer en la memoria –parece interpelarnos el rostro que la cámara recorre– no debe impedir que nos preguntemos sobre su funcionamiento”.

Tiempo pasado

Temas sepultados o dejados de lado en un momento vuelven o se actualizan. El incipiente surgimiento y despliegue de investigaciones sobre el exilio, el (des)exilio, el balance o la crítica de las valoraciones políticas e ideológicas de las vanguardias, y una considerable serie de expresiones artísticas provenientes de hijos de desaparecidos, en particular hijas (ver recuadro aparte), ha puesto de relieve otras miradas, respiraciones jóvenes y desprejuiciadas, una vuelta distinta y problemática, acaso impensada hacia 1996, cuando se cumplían los veinte años del golpe. “Inevitablemente –dice el ensayista Christian Ferrer–, los acontecimientos sucedidos hace ya tres décadas nos van a hacer compañía por mucho tiempo aún, al menos por el lapso vital que se corresponde con los que por entonces experimentaron esa época mortífera como con el grado y modo de concernimiento al que puedan o quieran quedar adheridos aquellos que ni siquiera habían nacido. Además de lo poco que sabemos aún sobre la vida cotidiana durante esa época, tampoco ha sido interrogada a fondo la experiencia de la ‘corrupción del alma’ que necesariamente y en mayor o menor medida implicó al país entero. Pues los ríos poluidos afectan tanto al que sigue la corriente como al que nada a contracorriente.”

Ferrer destaca dos actos recientes en el campo de la memoria. “Los dos acontecimientos fundamentales –dice–, por cuanto desafían los modos de recordar y de historizar, son la película Los rubios, de Albertina Carri, y la polémica sucedida a propósito de la carta pública de Oscar del Barco en la revista La Intemperie, de Córdoba. En ambos casos, lo no dicho y lo no pensado quedan convocados al centro del problema.” La reciente polémica por la provocadora carta del filósofo Del Barco invita a leer, también, las respuestas publicadas, y adentrarse en el libro de Gabriel Rot Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina, editado en 2000, que narra de una manera subyugante la endiablada historia del primer foco guerrillero criollo, enclavado por Jorge Masetti en el monte salteño, en 1963.

Por su parte, Jelin arriesga: “Sin duda, hay muchas más referencias a los años ’70 en la esfera pública actualmente que hace unos años. Las referencias al ‘setentismo’, sea con orgullo o como estigma, están sobre el tapete. Sin embargo, encuentro que hay más referencias y consignas que debates históricos abiertos. En mi opinión, un desafío muy significativo consiste en ampliar el rango de participantes y de voces ‘autorizadas’, una ampliación que significaría quizá perder algo de protagonismo, compartir el escenario e incorporar otras miradas, de aquellos a los que hasta ahora sólo se les permitió ser indiferentes, observadores, público o acompañantes”.

Tiempo presente

Muchos años le requirió a la sociedad argentina desmontar la falacia argumentativa, claramente política, de la teoría de los dos demonios. Nunca fue lo mismo, ni simétrica ni equiparable, la violencia ominosa y planificada del Estado con actos violentos de ciertos grupos, sobre todo cuando éstos carecían del poder de fuego que amenazara a aquél y, por el contrario, fueron utilizados como chivo expiatorio para otros fines. Tal vez ahora comience a sentirse una mayor libertad, y acaso esta vez se acompañe de una mayor disposición al recuerdo y la crítica, y hasta es posible que contar cosas no continúe vedado por la huella del secreto que la clandestinidad impuso. Sin embargo, los espacios para pensar ese pasado no siempre encuentran el marco adecuado. ¿Es posible escuchar? ¿Sólo se busca el escándalo, la sensación, el golpe de efecto? “No decimos ‘Nunca más’ ante cualquier violencia”, escribe Alejandro Kaufman sobre la ESMA. “No es la violencia lo que aquí está en juego. Éste no es un museo sobre los ’70, ni sobre sus causas, ni sobre las Malvinas, ni sobre Martínez de Hoz. No es un museo que necesite polemizar ni sostener un debate. Sólo debe mostrar y demostrar la naturaleza del dispositivo, de la mecánica del crimen, como tan bien se dijo en el acto del 24 de marzo de 2004. Esta ostensión se convierte en un símbolo, en un punto de partida para la convivencia en este territorio, el nuestro, que no ha dejado de sernos lacerante.” Acaso la definitiva instrumentación del juicio y castigo a los culpables permita renovar las preguntas y las respuestas.

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