Domingo, 11 de diciembre de 2005 | Hoy
FABIáN ALBERTO BUSTOS: "CRóNICAS DE UN SOLDADO"
Una novela que pone en carne viva nuestro conflicto bélico.
Por Sergio Kisielewsky
Crónicas de un soldado
Fabián Alberto Bustos
Distal
159 páginas
¿Es la guerra una mezcla de armas y palabras? Fabián Bustos fue durante el conflicto de Malvinas jefe de correos en Puerto Argentino.
El libro empieza con los soldados aún en Buenos Aires y la conscripción como un trámite que hay que sortear con ingenio. Pero enseguida, esos miles de jóvenes, inexpertos en el arte bélico, dan con sus huesos en las praderas insulares. Y se sabe: nada es peor que la guerra.
Ya en las islas el personaje central es el que narra con un estilo de saga de aventuras. Es el mismo que ve caer cerca de su cabeza bombas de 500 kilogramos lanzados por los aviones Sea Harriers de la flota inglesa.
“El único propósito era sobrevivir, organizarme y preservarme para sobrevivir”, anota en una libreta que ahora es este libro. Y hay que recalcarlo: el género se abordó con diversa suerte y estilos. En el siglo XX, se puede echar mano a los grandes relatos sobre la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo a Vietnam, al norteamericano Tim O’Brien y su Las cosas que llevaban y a Michael Herr y sus Despachos de guerra, convirtiendo el silbido de las balas en el brillo de diamantes de papel.
En Crónicas de un soldado está casi todo: los hombres aguerridos, la solidaridad, la conducta humana en situación extrema. Todo se tensa, se vuelve palpable, abismal. “No sé, soldado. Ustedes esperen y dejen de hacer preguntas”, afirma un jerarca militar.
En el texto circulan las cartas que los muchachos envían a sus familias tanto a la provincia de Corrientes como a la ciudad de La Plata. También está el ataque al Crucero General Belgrano con sus 1071 marinos a bordo y la desolación posterior. No falta el sonido de los cañones de la armada británica a las 23 horas y la obcecada visión política y militar de un gobierno que lleva el conflicto a la derrota. El libro entonces es la irrupción de la contienda en medio de una crónica anunciada.
Bustos sólo escribe para contar lo que sucedió allí. Es un desfile estrecho de personajes que todo lo quieren y aún más: casi todo lo perciben. Por momentos no saben cómo se las arreglarán en medio de un archipiélago con nieve y balas por doquier. Y Bustos sabe dar una vuelta de tuerca en medio de la niebla y decir lo suyo. Cuenta con precisión notable cada detalle en los momentos sin combate. En esos instantes de tregua es cuando el fluir de la historia se ofrece como un cáliz. La copa por cierto es de sangre. Las palabras cumplen con su cometido. Estimulan a pensar, tienen un tono exacto y sugieren más de lo que dicen. Bustos abraza con su obra a toda una generación.
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