Domingo, 29 de enero de 2006 | Hoy
ESTHER DíAZ: EL HIMEN COMO OBSTáCULO EPISTEMOLóGICO
Insospechadas fantasías y realidades sexuales de una seguidora de Foucault.
Por Mariano Dorr
El himen como obstáculo epistemológico
Esther Díaz
Biblos
158 páginas
Antes de preguntarnos si vale la pena o no leer estos relatos eróticos, conviene recordar que están firmados por una prestigiosa doctora en Filosofía, especialista en la obra de Michel Foucault y autora de numerosos textos (algunos de ellos, obligatorios en el CBC). Para que no lo olvidemos, en la portada se incluye una franja roja donde, en letras amarillas, leemos: “Relatos sexuales de una filósofa”. Entonces sí, algunos de los treinta y siete relatos breves (ninguno sobrepasa las cinco páginas), aun cuando no lleguen a conformar unas confesiones, se prestan a la tentación de ser leídos como una suerte de autobiografía erótica un tanto inquietante, más por tratarse de Esther Díaz que por el contenido objetivo de sus relatos. Sin embargo, algunos de los más logrados difícilmente puedan pensarse como autobiográficos. Es el caso de “El agujero”, donde una mujer de bajos recursos, todavía en el quirófano tras una larga lipoaspiración, se somete a los caprichos del patrón de la clínica, para poder “pagar” su desgrase: “Sé que cada espasmo de mi cuerpo masacrado, cada vómito, cada lágrima, cada inútil pedido de ayuda, provocan una nueva oleada de sangre que contribuye a reforzar la erección que se produce detrás del vidrio oscuro”. La mujer agujereada (y ahora torturada por dos patovicas) es contemplada por el hombre, que a su vez recibe sexo oral de una púber rubia y misionera, a la que también obliga a vomitar una y otra vez.
En “Polvos de cartón”, una mujer paga veinte pesos a un cartonero para que éste se deje chupar en pleno centro de Buenos Aires: “Disfruto desechando las deposiciones masculinas de mi cavidad bucal, provengan de donde provengan. Cartoneros, artistas, taxistas, desocupados, periodistas, filósofos mediáticos o esposos de amigas, cualquier cosa menos policías o bancarios”. En “Noche desvelada”, un sacerdote acusado de abusar de cincuenta niños asegura que esos niños abusaron de él: “Se sentaban en mi falda para obtener placer carnal”. El libro abunda en fellatios, deseos oscuros y orgasmos intercalados con Foucault, Aristóteles, Leibniz y Nietzsche. Es inevitable, a medida que leemos, mirar la fotografía de la solapa, donde la Dra. Díaz, con mirada irónica, parece querer decirnos: “Sí, todas esas porquerías que cuento son reales”.
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