ARIEL BERMANI: LEER Y ESCRIBIR
Una novela ensimismada en la lectura que de pronto sale de la biblioteca.
› Por Mauro Libertella
Leer y Escribir
Ariel Bermani
Interzona
151 Páginas
El título de esta breve novela de Ariel Bermani –Leer y Escribir– se cuela como un engranaje más en ese microcosmos cada vez más amplio de libros cuyos nombres hacen referencia directa a la práctica literaria (pensemos en los recientes Literatura y otros cuentos de Rejtman o El último lector de Piglia). La novela cuenta la historia de Basilio Bartel, bibliotecario, lector voraz, de personalidad esquiva; y es el relato de un fin de semana distinto, desencajado de la rutina del personaje, en el cual este no vuelve a su casa después del trabajo y libera así su vida a los avatares del azar. En los primeros capítulos se narra la rutina de Bartel, se la describe, se lo hace entrar en un mundo literario de sentido para después arrancarlo de ahí y arrojarlo a una realidad que no le pertenece. Es ahí en donde la novela se torna más interesante, impredecible, y escapa con fortuna al clima monótono en el que parece perderse en sus descripciones iniciales.
El libro está erigido en setenta y dos capítulos bien cortos, de no más de dos páginas cada uno, y sucede así que la narración es en un mismo respiro lenta y veloz, porque mientras la proliferación de capítulos hace del relato un continuo conciso y por momentos efectivo, también el corte constante le imprime al relato cierto espesor: lo estanca. Y como si la prosa misma se tornara de pronto similar a aquello que se narra, el estilo de la novela se vuelve más personal y emotivo allí cuando el personaje se humaniza, hacia el final, cuando se redescubre a sí mismo.
Ariel Bermani nació en 1967. Pertenece, así, a aquella generación que vivió su primera adolescencia en dictadura, que vio volver a los exiliados con nuevos libros y anhelos en las manos, que empezó a despertar a la vida mientras el arte y la literatura argentina volvían a consolidarse, se abrían nuevos modos de escribir, se radicalizaban algunas estéticas. Y esa doble marca epocal está en el libro: la de esa generación que emergió del vacío y que justamente por eso no padece de ataduras temáticas o estéticas, y la de un grupo que empieza a escribir bajo el influjo de los ahora escritores grandes, como Fogwill o César Aira. Es curioso: hay un parecido entre el personaje de Leer y Escribir y el de Varamo de Aira que por momentos roza la réplica. Y habría que pensar entonces hasta qué medida y en qué recursos puntuales esta literatura se desprende de algunos sectores de la obra de Aira. Y no estamos hablando aquí de una herencia de las temáticas de Aira (que, por cierto, se vislumbran también en este libro), sino más bien de la elección literaria por construir a un grupo de personajes indeterminados, que bordeen el absurdo, que caminen a un mismo tiempo por las cornisas de lo híper racional y lo que burla al pensamiento.
Es interesante: la novela puede leerse también como un modo de pensar la lectura, y ya vimos que en este sentido el título es una invitación. En la relación del personaje con los libros está cifrado un imaginario propio de aquella práctica solitaria. Como si la lectura fuera en definitiva la única experiencia que le confiere a la vida algo de real, que construye la grata ficción de lo estable.
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