Domingo, 30 de abril de 2006 | Hoy
TOMASZ PIATEK
Una novela que combina, hasta donde es posible, Internet e intimidad.
Por Pedro Lipcovich
Algunas noches fuera de casa
Tomasz Piatek
Interzona
185 páginas
“La risa está muy próxima al grito de horror”, dice una voz anónima en el teléfono, cerca del final de Algunas noches fuera de casa, y esta fórmula define el eje de la novela de Tomasz Piatek. La historia arranca en el departamento fuera del cual el protagonista, Maciej Niwinski, pasará sus noches decisivas. Sabemos desde el comienzo que el departamento “había pertenecido a un viejo al que se le sellaban los labios, como una herida cuyos bordes se unen. No había cirujano que lo aliviara: los labios, con toda regularidad, volvían a pegarse y quedaba sólo un agujerito, por donde el tipo podía ingerir líquidos con una pajita. Al poco tiempo incluso el agujerito desaparecía y había que volver a operarlo”.
De esa casa –con reminiscencias de El quimérico inquilino de Roland Topor– el protagonista se alejará hacia una historia cada vez más vertiginosa, generada a partir de una serie de asesinatos y secuestros, puntualmente anoticiados en un portal de la Red de Redes llamada Criminet. Niwinsky, periodista en un diario de Varsovia, investigará estos crímenes a lo largo de un relato que, en un plano –el más notorio pero quizá no el más auténtico–, puede anotarse según los criterios del policial negro: el investigador, en relación áspera con la policía, recibe a mitad de la novela la reglamentaria paliza chandleriana; hay métodos heterodoxos, grandes borracheras, sarcasmos y alguna descripción que hubiera admitido Hammett: “Un barbudo pequeñín y obeso, que tenía el aspecto de haber pasado los dos últimos años debajo de un ropero de donde lo habían sacado con la ayuda de una escoba”. También le es ofrecida una muchacha difícil.
En un plano más preciso, estas ... noches fuera de casa pueden anotarse en el registro de la ficción paranoica, como la nombró David Punter en 1980 (The Literature of Terror), allí donde “la persecución permanece incierta y el lector es invitado a compartir las dudas e incertidumbres que infestan la historia aparente”. Es la paranoia de la globalización: celulares que pululan como bichos, reality-shows en el límite, fantasías inconfesables hechas públicas y, presidiéndolo todo, Internet, donde, además del portal de los crímenes, rige la oracular www.casadelamor. En este registro, aquella muchacha difícil se torna amenaza.
Lo comentado, más la constatación de una lectura grata, con un ritmo que adecuadamente se acelera hacia el final, podría bastar para encuadrar este texto y designar sus probables lectores, si no fuera porque hay algo más: una serie íntima, detenida en lugares y climas. “Salté al interior del taxi. Ese viejo coche raído tenía algo que tienen las casas viejas habitadas por gente simpática. Un desgaste que no significa destrucción de la materia, sino su acomodamiento al hombre. Tenía ganas de algo así. Me sentía tan bien como si estuviera durmiendo.” O bien: “Era la lluvia que por fin había comenzado a caer. Fui a la cocina y miré cómo la ciudad se volvía cada vez más privada. La gente desaparecía de las calles y ya se veía esa luz íntima, gris, parecida a la penumbra que suele haber en las casas”. Estas atmósferas, que asoman en la primera parte de la novela, más aquella boca de labios pegados, señalan otro libro posible, menos estridente, que el autor prefirió no escribir.
Tomasz Piatek nació en 1974 en Pruszkow, Polonia. En 2002 se publicó su primera novela, Heroina, que tuvo gran repercusión en su país. La traducción, de Bárbara Gill, es directa del idioma original y, por un azar casi gombrowicziano, resulta ser la primera de un texto de Piatek a una lengua extranjera: un entusiasta, efímero agregado cultural de la embajada polaca en la Argentina gestionó la edición, que fue financiada por el Instituto del Libro Polaco.
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