Domingo, 30 de abril de 2006 | Hoy
EL EXTRANJERO: ANDREW BISWELL
Andrew Biswell intentó reconstruir la verdadera vida de Anthony Burgess, tarea que lo acerca demasiado a la ficción y la mentira.
Por Rodrigo Fresán
La nueva biografía dedicada al más que prolífico escritor inglés An- thony Burgess (bautizado como John Burgess Wilson, 1917-1993, el nombre de batalla fue adoptado porque al Colonial Service no le gustaba que sus funcionarios publicaran bajo su verdadero nombre) abre y cierra con dos verdades irrefutables. La primera es “John Burgess Wilson nació en Manchester al mediodía de un domingo, el 25 de febrero de 1917, justo después de que abrieran los pubs”. La segunda es una cita del obituario firmado por Auberon Waugh en el Daily Telegraph y dice: “Ahora que ha muerto, tal vez debamos comenzar a prestarle la atención que se merece”. Entre un extremo y otro –el resto de las más de 400 páginas–, Andrew Biswell se ocupa, con una prosa seca más cercana a la tesis académica que al relato de una existencia formidable, de desmontar las auténticas mentiras con las que Burgess se la pasó en grande fundiendo su vida con su obra y respondiendo a la pregunta ¿cuándo miente? con un honesto: “Cuando escribo, cuando hablo, cuando duermo”. De ahí el título y de ahí que The real life of Anthony Burgess resulte un libro útil si se trata de desenmascarar a un mitómano pero poco interesante –por más que su mirada sea claramente admirativa, se trata de una biografía autorizada por la viuda del escritor, la Condesa Pasi– si lo que se busca es apreciar y celebrar al genio. Y está claro que Burguess no viene teniendo una vida póstuma agradable: la otra biografía importante del escritor (la de Roger Lewis, autor también de una contundente investigación sobre las zonas oscuras de los actores Laurence Olivier y Peter Sellers, editada por Faber en 2002) se dedicó a destruirlo con pasión y, sí, cierta burgessiana gracia experimental. Pero ni Lewis entonces ni ahora Biswell consiguen decodificar el misterio de esta máquina de escribir, de este escritor mecánico lanzado a la fabricación en serie de libros (la cuenta final suma 33 novelas, numerosos guiones de cine, televisivos y radiofónicos, varias piezas musicales, traducciones varias e incontables ensayos y críticas literarias) por dictado de un tumor mortal que no fue tal (historia nunca del todo verificada) y siempre listo para lo que viniera a cambio de un puñado de dólares porque, aseguraba, “Un escritor se demuestra escribiendo. El problema comenzó con E. M. Forster. Luego de él se consideró poco caballeroso escribir más de cinco o seis novelas”. Queda claro que a Burgess nada le interesaba menos que ser un caballero y de ahí sus peripecias internacionales, su tristeza íntima fumadora y alcoholizada y la imposibilidad, hoy, de sistematizar su obra completa –en la que varios títulos han sido descatalogados y donde quedan por ordenar cajas y cajas de inéditos y piezas sueltas en periódicos y revistas– en una sola editorial. De ahí que, ya en 1966, el poeta Philip Larkin afirmara que “la totalidad de la literatura inglesa de nuestros días está siendo escrita por Anthony Burgess, algo así como un Batman de las letras contemporáneas”. A la hora de proponer un canon manejable, Lewis y Biswell más o menos coinciden en que el asunto pasa por la Trilogía Malaya, las novelas protagonizadas por el descarrilado poeta Enderbay, La naranja mecánica y esa proeza –a la que el Rites of pasaje de William Golding le robó el premio Booker– que es Poderes terrenales. Lo que es apropiado pero injusto, porque deja afuera joyas como MF (favorito de Burgess), Beard’s Roman Women, El fin de las noticias del mundo, El doctor está enfermo, esa mini Poderes terrenales que es Any Old Iron, Sinfonía napoleónica, El reino de los réprobos, las bio-novelas de Shakespeare y Marlowe Nothing Like the Sun y A dead man in Deptford, los relatos reunidos en The Devil’s Mode y –por último, pero no en último lugar– un par de volúmenes de memorias a los que el escritor William Boyd, con ironía y reverencia, no dudó en definir como “dos de sus mejores ficciones”.
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