Domingo, 4 de junio de 2006 | Hoy
JORGE ARIEL MADRAZO: LA MUJER EQUIVOCADA
Estructura clásica y mucho tacto para tratar los más arduos problemas femeninos.
Por Juan Pablo Bertazza
La mujer equivocada
Jorge Ariel Madrazo
Ediciones perse
124 páginas
Besos robados es la película en la que el maestro François Truffaut mostraba, entre otras cosas, la diferencia entre la cortesía y el tacto: un hombre abre la puerta del baño y sorprende a una mujer ahí adentro. En el instante en que vuelve a cerrar la puerta, el hombre cortés dirá simplemente: “disculpe, señora”; mientras que un hombre con tacto dirá, en cambio: “disculpe, caballero”.
La diferencia es aplicable a la literatura. Hay libros que se conforman con la cortesía de los lugares comunes, y hay otros que logran realizar sutiles engaños hasta volver creíble la más laberíntica de las ficciones.
Jorge Ariel Madrazo, escritor, periodista y traductor, tiene en su haber una extensa obra poética, entre la que se destacan los libros Blues de Muertevida (1984), Cuerpo textual (1987) y Para amar una deidad (1998). Y, finalmente, decidió publicar La mujer equivocada, un libro de 18 relatos cortos en los que las mujeres siempre son protagonistas. El plural no es casual, porque Madrazo se inmiscuye en el baño del sexo opuesto, sin perder su identidad masculina y con un claro objetivo: explorar algunos casos de ese innumerable género que, como pensaba Lacan, no puede reducirse a una sola mujer. Tampoco el libro es propiamente uno solo, ya que se divide en cuatro grupos titulados con ciertos ecos de arrabal. En Primero hay que saber sufrir la temática es el amor imposible, la mujer equivocada que suele ser también la más atractiva. En el relato “Hanna traía la luna”, por ejemplo, la exageración del título se vuelve verdad, ya que lo curioso no es que la indomable alemana y ciudadana de Belgrado fuera capaz de bajarle la luna a su hombre, sino de sacársela para siempre, enojada porque él decide volver a Buenos Aires. Es que ya sea con la sutileza del que se hace pasar por amigo para atacar a la dama “cuando las resistencias empiezan a derrumbarse”, como leemos en “Comer a Rosie”, o con el puntilloso simulacro de la prostituta que puede hacer creer a su cliente que está perdidamente enamorada de él, en “El borde de la felicidad”, Madrazo delinea esa mentira por excelencia que es el amor imposible con mucho, mucho tacto.
Por su parte, los cuentos de Yo adivino el parpadeo recrean el clásico rasgo histérico del género fantástico, siempre a caballo entre la explicación maravillosa y la solución racional, aunque enriqueciéndolo con un abrupto sentido del humor, especialmente eficaz en “Cristo y Usted”. La sección Caserón de tejas resalta, dentro de lo femenino, lo siniestro: todo lo que se sale de los planos y causa mayor impacto cuanto más clara es su aparente familiaridad. Tal vez ahí se encuentre el mejor cuento del libro: “Fotos de familia” donde, en una clara filiación cortazariana, Madrazo define los riesgos que implica revisitar fotos viejas, sobre todo cuando alguna cara aparece, constantemente, cubierta de manchas. Luces que a lo lejos, por último, limita pero no clausura la búsqueda del universo femenino al dar con la mujer de “La inexistente” quien, a medida que va desapareciendo, se lleva también con ella al propio lenguaje.
Madrazo demuestra saber manejar las estructuras del relato clásico. Como la mujer sorprendida en el baño, la mujer equivocada que lea el libro quedará satisfecha a pesar de la falta de cortesía, creyendo, quizá, que estos cuentos no hablan particularmente de ella.
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