JAVIER CóFRECES COMPILADOR: PRIMERA POESíA ARGENTINA (1600-1850)
Autores desconocidos y textos poco difundidos en una antología que recrea los primeros pasos de la poesía argentina.
› Por Juan Pablo Bertazza
Primera poesía argentina (1600-1850)
Javier Cófreces compilador
Ediciones en danza
213 páginas
Esta compilación de la poesía argentina en su más tierna edad (de 1600 a 1850), esclarece el vínculo entre los primeros poetas nacionales y la acción, el hacer, especialmente respecto de las luchas por la independencia, como ejemplifica el poema “La gloriosa defensa” de Pantaleón Rivarola, panegírico de la heroica defensa criolla contra los ingleses. Pero acaso lo más atractivo de esta colección, llevada a cabo por el también poeta Javier Cófreces, es que el vínculo entre poesía y acción no se reduce únicamente a la acción militar, es decir, a la alianza entre pluma y espada. Algunos poemas incluidos en la antología se liberan del moho de tantos años gracias a un humor socarrón y un gracioso erotismo que, seguramente por negligencia, no asociamos a esos siglos precedentes. La desfachatez de algunos versos de Primera poesía argentina recuerdan a esa joya del antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, llamada Textos eróticos del Río de la Plata que recopilaba lo mejor del folklore sexual y excretorio rioplatense (con versos como el siguiente: “Meto el duro en lo blando, y quedan los dos colgando”). Si bien es cierto que ninguno de los 31 caudillos de la poesía compilados en el presente libro llega tan lejos, el hecho de que se aproximen al tono de aquella poesía popular recopilada por Nitsche es más que llamativo teniendo en cuenta que la mayoría estaba bien posicionada intelectualmente hablando. Como muestra, vayan dos de los epigramas de Juan Cruz Varela: “¡Eres un cohete, mujer!”/ Le dijo a Pepa Fray Diego/”¿si?” Dijo ésta... “señor lego,/ si soy cohete, ¿cómo ayer/ a pesar de vuestro fuego/ no me pudiste encender?”; “No acertando un buen casado/ con algún nombre bonito,/que poner a un angelito/que su mujer le había dado; / ella le dijo: “querido,/ lo del nombre es poca cosa,/ la empresa dificultosa/ es dar con el apellido”.
Las maneras de disfrutar este volumen se multiplican: los fanáticos de las estadísticas tendrán a su disposición un montón de datos sobre los primeros líricos: está el primer autor local de un soneto escrito (Luis de Tejeda), el primer hacedor de poesía heroica (Juan Baltasar Maciel), el autor de Siripo, la primera pieza teatral argentina compuesta en versos (Manuel José de Labardén), y también el primer poeta en oponerse férreamente al Tribunal de la Inquisición, al que llamaba “la secta” (Domingo de Azcuénaga). Otro atractivo es el de poder descubrir poemas casi ignotos de célebres autores como José Hernández, Ricardo Gutiérrez, José Mármol y Esteban Echeverría. Aunque, quizá lo más seductor sea bucear en los pañales de la poesía nacional para imaginar –como en el caso de Josefina Pelliza, cuyo poema “Muerta” nos trae un poco a Alfonsina– precursores de poetas modernos y hasta contemporáneos.
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