Domingo, 27 de agosto de 2006 | Hoy
ARIEL BERMANI > VENENO
La novela ganadora del Premio Emecé abre interrogantes sobre las propuestas más actuales del realismo social.
Por Luciano Piazza
Veneno
Ariel Bermani
Emecé
226 páginas
Ariel Bermani ganó el premio Emecé de Novela 2006 con la historia de Quique, protagonista cuyo apodo lleva el título: Veneno. La novela está entramada a través de cuatro encuentros con Stella, un amor inconcluso a lo largo de 25 años. La narración es una constelación de fragmentos que gravitan en torno del errante camino de Quique: eventos desafortunados que arrastran a las mujeres que abandonó, a sus hijos, a deudas y sueños que olvidó, a amistades de la acción católica de Burzaco, y fundamentalmente a una historia de amor inconclusa que despliega la página de opciones que no se tomaron.
A Veneno ya lo conocemos por su participación fugaz e inquietante en Leer y escribir, publicada este mismo año. En la nueva aparición protagónica Veneno se deja retratar desde todos los puntos de vista. El rastro que deja la vida de Veneno es difuso como el rastro que deja la sensación de vértigo. El relato es vertiginoso por el contraste entre la simplicidad de las palabras para la complejidad de los acontecimientos que persiguen.
Tenemos la sensación de conocer a Veneno desde siempre. Es un marginado visceral, hijo de una madre alcohólica y un vendedor ambulante, con el prontuario social de un clásico vagabundo de los caminos de la vida. La permanente ilusión de encontrar algo que enderece el sinuoso camino que inició en la adolescencia, de la cual apenas reconoce algunas marcas, lo convierte en un luchador, y eso lo diferencia de la figura del fracasado. Stella, el amor inconcluso, es el signo más claro hacia ese pasado en el cual las decisiones estaban frescas. Ese amor abre el relato hacia todos los Quiques que pudo ser, además del mismo Veneno. ¿Hay algún momento más significativo que otro, en el vaivén de Veneno entre los ’70 y el año 2003?
El narrador encontró una forma parca de seguir a su personaje sin acentuar demasiado ningún acontecimiento, sólo resaltando la pobreza de las voces que componen relato. Los protagonistas y los testigos están repletos de experiencia, al mismo tiempo que enmudecen para demostrarla. Se puede tomar ese estilo como una fórmula del llamado realismo social. También puede pensarse como demostración de la pobreza de la literatura para encontrarse con lo que otra literatura llama realidad social.
Hace algunos años Juan José Saer en una entrevista con Daniel Link reflexionaba recordando a “los micros que recorren las ciudades de provincia. Uno ve la gente que viaja en esos micros y luego las películas que les pasan adentro, que son completamente heterogéneas respecto de la realidad de esa gente”. La imagen era un disparador para ubicar la industria cultural y sus efectos en la literatura. Es bien didáctica para imaginar el programa de lo que se puede clasificar como una derivación de literatura realista. ¿Es posible pensar en imágenes que tengan mayor correlato con la realidad de una mayoría excluida por el entretenimiento que los subestima o que no hace más que recordar una condición de excluido? ¿Es posible que haya que disminuir la mayor cantidad de recursos retóricos para que la literatura pueda ser participe del paisaje real de los lectores?
Una respuesta posible es la que propone Veneno: una sucesión de imágenes que se leen rápido, que no permiten detenernos en el peso de lo que uno lee hasta que cerramos el libro. Allí aparece la impresión, la figura crece fuera de las páginas. El protagonista está muy cerca de empezar una conversación con el lector pero nunca se detiene en su andar. La fuerza vital que lo caracteriza en la primera página permanece intacta cuando se despide sobreviviendo al desaparecer en la última. La marca imprecisa de Veneno en la lectura se une a la intuición de encontrarlo en cualquier momento, caminando en busca de un mangazo, o de vuelta de un reencuentro con Stella. Como es de esperarse, al final se impone, y el veneno acompaña la recorrida de la mirada aun cuando la lectura ya terminó.
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