Domingo, 27 de agosto de 2006 | Hoy
THOMAS CAHILL > NAVEGANDO POR EL MAR DEL VINO
Un texto de divulgación con méritos y falencias repartidos.
Por Leonor Silvestri
Navegando por el mar del vino
Thomas Cahill
Norma
325 páginas
Cualquier texto de divulgación sobre la cultura antigua grecolatina es a priori un motivo de júbilo puesto que tenemos desde aquí acceso nulo o escaso a museos con restos arqueológicos hurtados a Grecia, ni trabajo editorial sistemático sobre estos temas. En esta línea de divulgación, ha habido magníficos esfuerzos, desde la escuela francesa estructuralista con nombres como Vernant, Vidal Naquet o Loreaux, hasta el controvertido y no siempre aceptado Robert Graves, pasando por los primeros capítulos del hermosísimo Por qué leer los clásicos de Italo Calvino. El libro de Thomas Cahill, desde algún punto de vista, intenta ceñirse a esta continuidad con correctas notas explicativas a pie de página, una prosa legible y dinámica, y afirmaciones comprometidas.
Sin embargo, desde la manera en la que el índice de este libro se estructura se le da al público lector una orden de cómo son (o fueron) las cosas y cómo hay que entenderlas, reponiendo el viejo modelo tradicional humanista europeo de transmisión de la cultura antigua. Pero si esos autores de finales del siglo XIX y principios del XX tienen el mérito de contar con una fuente exhaustiva, e indiscutible, de datos y una erudición a prueba de escépticos, el libro de Cahill sólo reproduce su falta de relativismo antropológico y la total carencia de revisionismo histórico. Tanto es así que al concepto de historia como verdad que el “descrifrador” nos ayuda a acceder (“mi intención ha sido la de recontar la historia del mundo occidental como la historia de los grandes dadores de dones, dejándonos un mundo más variado y complejo, más alucinante y encantador, más hermoso y potente que aquel que ellos encontraron”), suma mucha veces una información que está errada, como por ejemplo la afirmación de que el formato que hoy día tiene La Ilíada fue llevado a cabo por Homero mismo ignorando completamente el trabajo realizado por los filólogos alejandrinos del siglo III a. C., o incluso seguir sosteniendo que Homero escribió ambos poemas épicos La Ilíada y La Odisea sin hacer mención de la tesis de Parry que separa ambas escrituras en por lo menos un siglo.
Como si Estados Unidos no tuviera suficiente mito de identidad como país de la libertad donde se cumplen todos los sueños, el autor necesita equiparar la instauración de la democracia por parte de Solón (“una especie de Franklin D. Roosevelt”, comenta) a la situación norteamericana en los ’60, cuyo sistema sin clases, tolerancia civil y libertad de palabra eran la envidia de la humanidad. Eramos “una sociedad abierta y dedicada a la búsqueda de la felicidad, sin par ni precedente, opuesto a la opresiva Unión Soviética y su tenebroso militarismo, nobles en la victoria, generosos con quienes buscaban nuestra ayuda”; o, en el otro rincón, compara a Esparta, cuyos niños se convertían en un “brutal soldado gruñón”, con Corea del Norte.
Navegando por el mar de vino tiene el mérito de la síntesis porque pretende dar cuenta de aproximadamente algo más de 3000 años de historia en un mismo territorio, desde la civilización creto-micénica hasta la caída de Bizancio, en aproximadamente 300 páginas. Sin embargo, el texto ocupa el lugar donde la divulgación se convierte en vulgarización y se vuelve funcional a un sistema erudito que hace que el común denominador se aleje de la cultura antigua que permanece, en general, en manos que no comparten su saber.
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