Domingo, 22 de octubre de 2006 | Hoy
MISTERIOS
Un médico inglés, autor de una reciente biografía de Agatha Christie, pretende haber resuelto el enigma de su desaparición durante once días de 1926, episodio que generó ríos de tinta y hasta una muy buena película con Vanessa Redgrave.
Uno de los grandes enigmas de la historia de la literatura parece por fin resuelto. Un escritor y médico –no podía ser de otro modo– dio el diagnóstico de “estado de fuga” para caracterizar la misteriosa desaparición de Agatha Christie durante 11 días del mes de diciembre de 1926. Aun si se acepta la palabra médica, no quita que la imaginación puede seguir especulando con uno de los misterios más atractivos de la novela policial.
A principios de ese año, la muerte de su madre la había hundido en una profunda depresión que terminó repercutiendo en el pedido de divorcio de su marido (el coronel Archibald Christie, un hombre que no soportaba ningún tipo de melancolía) luego de confesarle su enamoramiento con una antigua secretaria. Agatha Christie desapareció pocos días después, el 3 de diciembre, cuando gozaba del inmenso éxito de su novela El asesinato de Roger Ackroyd. Su automóvil fue inmediatamente encontrado en una cantera pero sin rastro de la novelista. La policía inglesa, la prensa y hasta algunos escritores detectivescos de la talla de Arthur Conan Doyle y Dorothy Sayers centraron sus energías en la búsqueda y, luego de once días, por fin fue localizada en un hotel de aguas termales de la ciudad de Harrogate (norte de Inglaterra), sola y haciéndose llamar Teresa Neele, nombre de la secretaria-amante de su marido. Desde entonces, este episodio (que llegó a considerarse como una medida autopromocional de la autora, lo que demuestra que teorías conspirativas hubo siempre) dio pasto a las más imaginativas conjeturas. Andrew Norman, escritor y médico, en su flamante biografía sobre Agatha Christie titulada Un retrato acabado asegura que el comportamiento de la escritora durante aquel período responde a un “estado de fuga”, un raro trance amnésico generado por una profunda depresión que trae síntomas como la pérdida de identidad o la formación de una nueva identidad; todo lo cual se manifiesta cuando se viaja repentinamente fuera de casa, y –según Norman– “encaja con los síntomas que mostró Christie durante su estancia en Harrogate”.
Medios como The Guardian y The Observer difundieron la noticia sin ponerla en duda, o sin preguntarse qué hay de nuevo en ella. Cabe decir que la idea de Norman contradice la sentencia de Borges según la cual la mejor hipótesis no tiene necesariamente que ser verdadera como sí atractiva. Y si bien es verosímil, resulta poco espectacular en relación a otras teorías que se habían tejido durante 80 años, como que la novelista había perdido la memoria como consecuencia de un accidente automovilístico o que se trataba de un plan librado por la propia Christie para arruinarle a su infiel marido un encuentro con su amante, pautado el mismo fin de semana de su desaparición en un sitio muy cercano a donde ella dejó su auto. También parece poco literaria la idea en relación a la “solución imaginaria” desarrollada en la película Agatha (1979), en la que un periodista interpretado por Dustin Hoffman le salvaba la vida a Agatha Christie (Vanessa Redgrave), luego de tramar un romántico plan para que la amante de su marido la asesinara sin querer en el hotel de lujo donde fue encontrada.
Lo que sí debe reconocérsele a la hipótesis de Andrew Norman, es que coincide en parte con el logrado retrato que hizo Rosa Montero en Historias de mujeres, donde Agatha Christie –precisamente– era calificada de La eterna fugitiva, y proponía que su obsesión con el policial coincidía con las ansias por recuperar imaginariamente un orden que ella –educada de una manera victoriana– temía perder, ya fuera por locura o crisis. A la luz de esta nueva biografía resulta también interesante releer la Autobiografía de Christie donde, si bien con harta elocuencia la escritora no menciona para nada el incidente, siembra indicios al contar la separación de su marido. “Se apoderó de mí una terrible sensación de soledad. Me preocupé bastante un día en que, al ir a firmar un cheque, se me olvidó el nombre con el que tenía que firmar.” Pero por más que el misterio parezca resuelto, siempre habrá posibilidades de conjeturar qué hizo la escritora en esos días de fuga, y también acerca de las motivaciones más profundas de su floja memoria.
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