Domingo, 26 de noviembre de 2006 | Hoy
ABASTO
Una antropóloga y novelista pone el ojo crítico en el Abasto, el viejo de Gardel y el mercado central, y el nuevo del shopping y los edificios tomados.
Por Sergio Di Nucci
Es un fenómeno global muy años ’90, aquella década que creyó vivir en sincronía planetaria. Y el Río de la Plata no le fue ajeno. En inglés lo llaman gentrification: es la transformación de barrios lúmpenes, peligrosos e intensos en paraísos inmobiliarios para las clases medias. Un ejemplo extremo lo vive la Ciudad Vieja de Montevideo, donde jóvenes arquitectos y diseñadores uruguayos pusieron todo su ingenio (auspiciados por un programa de la Unión Europea) en transformarla en algo parecido a South Beach. En Buenos Aires, el fenómeno arrasó, a medias o totalmente, con Puerto Madero, Palermo, San Telmo, Montserrat.
Ya desde su título, Las trampas de la cultura (Paidos) se propone discutir, y cuestionar, estos proyectos de ennoblecimiento de los barrios bajos. Y lo subraya en el subtitulo: Los “intrusos” y los nuevos usos del barrio de Gardel. El objeto de estudio elegido: un barrio emblemático de Buenos Aires, el Abasto. Y lo hace una mujer, que es doctora en antropología, novelista y poeta inédita, María Carman.
El estilo y el fondo de la investigación se nutren de las imaginaciones de la narrativa de ficción y aun de la poesía. El primer capítulo, “Una intrusa entre los intrusos”, es explícita reflexión personal, literaria, de lo que experimentó Carman a lo largo de su prolongado trabajo de campo: “Me acababa de casar y, por consiguiente, me acababa de mudar a un modesto barrio a pocas cuadras del Abasto. Yo, que siempre había vivido en el próspero y luminoso centro de la ciudad, sobre la tumultuosa Santa Fe, la avenida comercial del corazón de Buenos Aires”. En los seis restantes y pletóricos capítulos se lee un trazado puntilloso de la metamorfosis que sufrió el Abasto. Desde la construcción del shopping hasta la mercadotecnia del gardelismo enfrentada a las resistencias de los habitantes “ilegales”, transformados por la teoría que abraza Carman en “agentes sociales”.
Para el lector argentino es un tema que acaso despierte resonancias del sociólogo Pierre Bourdieu, bien traducido al español y conocido en los medios académicos locales. Estos ecos son legítimos, no tanto por la frecuencia con que se cita al autor francés y sus propuestas, sino por el impulso de la autora en desconfiar de que la cultura, efectivamente, pueda hacer algo por la pobreza. Justamente en el prólogo, que se debe a Mónica Lacarrieu, leemos que Las trampas de la cultura es “sin duda una de las miradas más transgresoras sobre la problemática urbana”, que es “removedor de los lugares comunes rigidizados”, y propone una descripción del entero volumen: “Desde lo objetivo a lo subjetivo, de lo material a lo simbólico, de lo social a lo cultural, desde los ocupantes a los pobres urbanos, desde cada uno de ellos hacia su condición construida, desde la pertenencia étnica-cultural, el libro nos abre el camino hacia una multiplicidad de lecturas sobre la problemática tratada”.
Entre lo más interesante del libro hay que destacar justamente el lugar que la autora les concede a las palabras de las personas que resisten esa gentrification promovida por los empresarios, pero también por el gobierno. Los intereses, desde luego, resultan insalvables, y la lucha por el “espacio urbano”, necesariamente incongruente. Mientras unos hablan de hacer negocios o de ejemplaridad civil, los otros hablan de sobrevivir (de abrir una canilla y que salga agua). El proceso de ennoblecimiento no ha sido completo en el Abasto, ni muchos menos (y a media cuadra del shopping todavía se puede comer por cuatro pesos —en restaurante peruano de migrantes salvados del Niño o de alguna otra catástrofe— un menú completo de sopa, lomo saltado y refresco).
Un viejo adagio recuerda con insistencia que el sufrimiento humano no se resuelve con teoremas de ingeniería civil, ni con fórmulas econométricas. Coincidirán, con la mayoría de las palabras de Carman en su libro, aquellos que más sufren la vida en Buenos Aires, ciudad multiétnica si se quiere, pero jamás multicultural.
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