Dom 01.09.2002
libros

Leyenda

› Por Rodrigo Fresán


No acaba de disiparse aún el desconcierto por la inesperada muerte de Winfried Georg Maximilian Sebald –también conocido como W. G. Sebald o Max Sebald– cuando ya se han puesto en marcha las bien aceitadas máquinas de su canonización. Nacido el 18 de marzo de 1944 en Wertach, Alemania, y muerto el 14 de diciembre de 2001 en East Anglia (Inglaterra) de un ataque cardíaco mientras conducía su automóvil (o viceversa; una muerte mixta y sebaldiana, en cualquier caso), el escritor desaparece de este mundo en el momento exacto de su triunfo internacional a partir de la traducción de su obra al inglés, pero reaparece con renovados bríos desde ese Más Allá del que disfrutan los pocos elegidos a la hora del “clásico instantáneo”. Los porqués para su inmediata admisión a un club tan selecto son lógicos. A saber:
1) Sebald era un académico respetado por los suyos que, además, escribía unas ficciones “mixtas”, entre el ensayo y lo narrativo, que lo hicieron muy querido por cierta crítica y por ciertos lectores que antes ya habían pasado por Kundera, Eco & Co.: es decir, un escritor inteligente para un lector inteligente pero –atención–, no un “escritor de ideas” sino un escritor con buenas ideas.
2) Sebald era un Europeo Total: alemán oficiando primero como lector y después como profesor de literatura en universidades inglesas durante casi cuarenta años, a la vez que escritor en su idioma nativo (trabajando codo a codo con sus traductores) y sintetizador cum laude de la naturaleza de su continente.
3) Sebald era un logrado agonista que, sin caer en los lloriqueos de Sabato o en los exabruptos de Saramago, denunciaba con elegancia el apocalipsis en cámara lenta en el que nos encontramos todos metidos, a la vez que confesaba su “incapacidad para escribir desde una posición moral” y así, ominoso pero divertido, beneficiarse de lo mejor de ambos mundos: el compromiso descomprometido del pesimista bon vivant.
4) Sebald era un todavía más elegante divulgador, procesando vidas y obras de otros para –subliminalmente y no tanto– relacionarlas con la suya e insinuar –subliminalmente y no tanto– que Stendhal, Casanova, Browne, Conrad, Napoleón (y siguen las firmas) eran, de algún modo, parte inseparable de un Sebald que no se cansaba de repetir que “no leo contemporáneos” y “no soporto los chirriantes ruidos de las novelas modernas”.
5) Sebald, devoto fotógrafo y apasionado de los archivos, supuestamente “descubrió” una nueva forma narrativa donde se funde lo autobiográfico, con lo biográfico, con imágenes –fotos, mapas, dibujos–, y también que se puede competir y ganar con estilo libre asociación de ideas, generando un aparentemente estricto aparato documental pero que –atención– estaba lleno de erratas adrede para el placer narcisista de connoisseurs y very few con la educación necesaria para detectarlas.
6) El Gran Tema de Sebald era la batalla de la memoria (“la memoria es la espina dorsal de toda literatura respetable”) contra el olvido, y su compulsión –perfecta para un perfecto lector progre– era la de sacar a relucir los recuerdos, lo olvidado a propósito, lo desaparecido, dragar esos “océanos de silencio”: para Sebald, la culpa está para sentirla y no para negarla (lo que explica ciertas reticencias de sus paisanos a la hora de certificar su grandeza), sin que esto evitara su profundo desprecio por “la industria del Holocausto à la Spielberg & Co.” y “todo tipo de confesionalismo”.
7) Sebald murió justo después de publicar su indiscutiblemente mejor y más novelístico libro: Austerlitz. Obra donde por fin el autor presenta un personaje fuera de su persona –el atribulado y nómade Jacques Austerlitz construido a partir de “tres individuos y medio reales”– y consiguió un perfecto destilado entre trama, historia, recuerdo y amnesia a la vez que obliga a pensar en todo lo que pudo haber sido y no será y que, poromisión, hace a Sebald todavía más grande a partir de una muerte en la plenitud de sus poderes.
Un genio del marketing no hubiera podido producir un mejor producto.

EL NUEVO ORDEN
La muerte ordena y, sí, pone las cosas en su justo sitio. La muerte –en un escritor tan funerario como Sebald– aporta un factor extra: una nueva visión de sus libros a partir del final en el que la obra en tránsito se convierte en súbita obra completa y lo sebaldiano (el movimiento constante del cuerpo y de la cultura) cambia de signo, de polaridad. Lo nómade vira a sedentario y el lector en castellano –que se vio obligado a leer a Sebald a partir del recorrido trazado por las ediciones inglesas– tendrá en breve la oportunidad de leer in toto la obra de Sebald. Y en orden. A saber: el iniciático poema en prosa de 1988 After Nature (recién aparecido en inglés), Vértigo (1990), Los emigrantes (1992), Los anillos de Saturno (1995) y Austerlitz (2001, que Anagrama distribuirá en España a finales del mes próximo y en un vago futuro en Argentina). Durante el 2002 se editarán también Air, War and Literature (polémico ciclo de conferencias sobre el bombardeo de ciudades europeas por los aliados y la responsabilidad e irresponsabilidad en el asunto de los alemanes, cosa que no les cayó nada bien a sus compatriotas) y For Years Now, poemas ilustrados por la artista Tess Jaray. Agregar dos ensayos sobre literatura austríaca –Descripción de la miseria (1985) y La patria siniestra (1991)–, un conjunto de reflexiones sobre Keller, Hebel y Walser –Hospedaje en una casa rural (1998)– y eso, parece, es todo lo que habrá hasta que alguien se anime a la inevitable recopilación de papeles académicos, apuntes para clases, etc.
Y después, claro, pasado el entusiasmo y descubierto un nuevo astro, habrá que ver si Sebald sigue siendo un nuevo sol entre los soles a los que habitualmente se lo compara (Borges, Proust, Calvino, James, Nabokov, Conrad, Kafka y Bernhard, a quien consideraba uno de sus modelos) o si, superado el encandilante momento de nova, pasa a ser otra de las miles de muy interesantes estrellas muertas. ¿Provocará su ausencia una legión de fáciles imitadores? Es tan fácil ser sebaldiano en la forma, ponerse a recortar figuritas privadas y anécdotas públicas, sin preocuparse o importar demasiado el fondo de su prosa precisa. ¿O, por lo contrario, nadie se atreverá a ocupar el espacio vacío? Una cosa, otra vez, queda clara: todo juicio veloz por la prepotencia de una muerte antes de lo que se suponía es, sí, inevitablemente un juicio apresurado. De este modo las necrológicas y memoirs de amigos y colegas han elevado a Sebald a un altar muy alto, tan alto que da vértigo.

EL VIEJO SISTEMA
Y el vértigo ofusca tanto los sentidos como el sentido común. La culpa –otra vez– no es de Sebald sino de los fans de Sebald, que prefieren no ver en su originalidad a los anteriores y simultáneos representantes de la forma. No me refiero aquí al Stendhal de Henry Brulard o al Sterne de Un viaje sentimental (o a la tan sebaldiana antes-de-Sebald –incluyendo fotos y mapas– Nadja de André Breton), sino a todos esos contemporáneos que Sebald está en su derecho de no leer pero que sus adictos no deberían desconocer. Nombres y títulos tan diversos como el Michael Ondaatje de Running in the Family, el Rick Moody de The Black Veil, el Enrique Vila-Matas de Historia abreviada de la literatura portátil, el Paul Auster de La invención de la soledad, el Pierre Michon de Vidas minúsculas; el Douglas Coupland de Polaroids from the Dead, el Javier Cercas de Soldados de Salamina, el James Ellroy de Mis rincones oscuros, el Haruki Murakami de Underground, el Don DeLillo de Submundo, el Javier Marías de Todas las almas y Negra espalda del tiempo, el Jack Finney de Time and Again y From Time to Time, y tantos otros. “Sí, recordamos y escribimos sobre nosotros mismos a través del recuerdo y laescritura de otros”, explicó Sebald, un tanto obvio pero funcionalmente epigramático.
Aunque parece que sus acólitos prefirieron y siguen prefiriendo oír para otro lado y celebrar su ingenio antes que su genio: ese tempo y ese tono que hacen a todas y cada una de sus frases perfectos ejemplos de eficacia y de orfebrería en la que una encaja con otras pero, a la vez, se las puede admirar en solitario, como si todo empezara y terminara en cada una de ellas.
En este contexto de universal apología absoluta y de busca solitaria de un estilo entre ascético y exquisito, la publicación de After Nature –piedra fundamental del edificio sebaldiano y obra de transición entre el ensayo y lo narrativo– tal vez aclare una cuantas cosas gracias a que, paradójicamente, no es un gran libro de Sebald pero sí es un libro muy interesante a la hora de catalogar al alemán célebre por su posterior fiction-non-fiction. Para empezar, resulta un tanto discutible su etiqueta de “poema en prosa”, así como sus intenciones de reflexión lírica sobre la destrucción de la naturaleza a manos del hombre.
Cercano al zapping-enciclopedismo de las canciones del italiano Franco Battiato (y al formato utilizado por Roberto Bolaño en Tres o Hans Magnus Enzensberger en El hundimiento del Titanic), Sebald divide su ciclo poético en tres partes estipulando desde el vamos la estética de su sistema caminando siempre por la confusión que existe “entre la historia y la historiografía y la historia como experiencia histórica”. Así, la primera parte de After Nature se ocupa del pintor Matthias Grunewald; la segunda de Georg Wilhelm Steller, un miembro de la expedición de Beringan explorer on the Bering expedition; y la tercera –la mejor de todas– de W. G. Sebald inaugurando su personaje/caminata (que no puede dejar de recordar al conductor de Connections, aquella formidable serie televisiva de divulgación donde todo se relacionaba con todo) y su obsesión que hace del miniturismo la excusa para convertirse en maxihistoriador, en dueño de la Historia Universal a partir de la deuda con la historia privada.
“La oscura noche sale y avanza” (ver fragmento) inaugura ese vahído-vértigo que marcará después, enseguida, posteriores exploraciones suyas donde –como suele ocurrir con las supuestas reencarnaciones de Cleopatra o de Leonardo Da Vinci– siempre se pasea, casualmente, por los territorios de los más trascendentes, dejando los barrios bajos de lo anónimo para otra mejor oportunidad. El que este primer Sebald nos hable en versos desflecados en lugar de líneas a toda página poco y nada modifica el resultado –en realidad irrita un poco por su gratuidad–, al compararlo con Los anillos de Saturno o Vértigo. Resultado al que Sebald llegó cuando buscaba “una forma de escribir en la que el arte se manifestara con discreción y sin pompa basándome un poco en los documentales que se pusieron muy de moda en la Alemania de 1970 y que nunca fueron considerados importantes”. Un sistema con el que trabajar un “efecto de realidad en la ficción”. Dicho y hecho: After Nature funciona, según se prefiera, casi como una deducción demasiado tardía de un detective o una confesión de asesino antes del crimen. En cualquier caso: ambas motivaciones –la de buscar huellas digitales en el mango de un cuchillo o la de clavarlo hasta el mango– están marcadas por una obsesión con los efectos del pasado sobre el presente y la admisión de que “los muertos siempre me han interesado más que los vivos”.
Aquí y ahora, muerto, Sebald es muy pero muy interesante para todos los que lo sobreviven y juran por su nombre. Queda saber cuánto tiempo sobrevivirá su fantasma. Volvemos a hablarlo en dos o tres años, ¿sí?

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