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Domingo, 15 de abril de 2007

UNA HISTORIA SIMBóLICA DE LA EDAD MEDIA OCCIDENTAL, DE MICHEL PASTOUREAU

Tendrás un juicio justo, cerdo

Animales excomulgados, pelirrojos mal vistos y otras delicias de la vida cotidiana de la Edad Media en una combinación de academicismo y divulgación bien entendidos.

 Por Patricio Lennard

Una historia simbólica de la Edad Media occidental
Michel Pastoureau
Katz
396 páginas

A comienzos del año 1386, en el poblado francés de Falaise, una cerda que había matado a un bebé de tres meses, luego de devorarle un brazo y parte de su rostro, fue encarcelada, sometida a juicio y condenada a muerte. La pena fue hecha efectiva por el verdugo del pueblo, quien delante de una multitud laceró al animal vestido con ropas de hombre y lo colgó de una horca hasta desangrarlo, e hizo arrastrar sus restos alrededor de la plaza para finalmente arrojarlos a una hoguera. Todo esto ocurrió delante de un conjunto de impávidos cerdos, que habían sido llevados hasta allí por orden de las autoridades del lugar a fin de que el suplicio les sirviera de ejemplo.

A poco de iniciada la lectura de Una historia simbólica de la Edad Media occidental no sólo nos enteramos de que en esa época no era un desatino que alguien se preguntara si los animales tenían alma o si después de la muerte iban al cielo, o incluso si eran responsables o no de sus actos, sino que hasta era esperable que fueran enjuiciados por un tribunal si cometían un crimen. Prueba de ello son los sesenta casos de esta naturaleza que el historiador y archivista Michel Pastoureau halló documentados, tan sólo en Francia, entre los siglos XIII y XVI. Casos entre los que se cuentan “juicios colectivos” contra plagas y roedores, y en cuya jurisprudencia el obispo de Troyes se amparó, por ejemplo, cuando en 1516 excomulgó a las langostas que asolaban los viñedos de una aldea.

Durante años relegados al mero anecdotario o a estimular la imaginación de lectores ávidos de curiosidades, esos insólitos juicios (y lo que en ellos se entrevé de la cultura y las mentalidades de la época) le sirven a Pastoureau para dejar en claro que el animal bien puede ser un objeto de historia en sí mismo. Una convicción que sostiene cuando se adentra, en la primera parte de su libro, en el estudio de la fauna del blasón y del bestiario medieval para saber cómo el león llegó a convertirse en “rey de los animales” (una vez destronada la figura del oso), y que es tan sólo una muestra del afán de este profesor de la Ecole Practique des Hautes Etudes por adentrarse en terrenos casi vírgenes para la historiografía. Así, pues, se entiende que la “historia simbólica” que ensaya en su libro sea –según él– una “disciplina por nacer” en el seno de los estudios medievales. Disciplina que lleva a Pastoureau a posar su mirada en objetos tan disímiles y atípicos como los escudos de armas, las banderas, los vegetales, el ajedrez y los colores (siempre leyendo en ellos dimensiones simbólicas), en un empeño por abrir nuevos campos de investigación en la senda que se inició en la escuela de los Annales.

Particularmente interesantes son, en este sentido, los estudios de Pastoureau sobre los colores (desarrollados también en Breve historia de los colores, el otro de sus libros publicado en la Argentina). En Una historia simbólica... ese interés alcanza su grado más alto en el capítulo en que analiza la iconografía medieval de Judas. Un personaje que recién hacia el siglo IX comienza a ser representado como pelirrojo (los Evangelios no hacen referencia a su aspecto físico), y en cuya rubicundez infamante no sólo se adivina una genealogía de la traición que se remonta a personajes bíblicos como Caín, Dalila y Saúl (igualmente pelirrojos) sino también el estigma de “colores malos” que tanto el rojo como el amarillo portaban en la Edad Media. De ahí que el rojizo fuera considerado color de los demonios, del zorro, de la hipocresía, y que se creyera que cruzarse con un hombre pelirrojo era un mal presagio; o que el amarillo (color de la falsedad y la mentira) sirviera, a partir del siglo XIII, para identificar a los judíos. Una costumbre que se tradujo, en ciertos lugares de Europa, en la obligatoriedad de que éstos llevaran una prenda o distintivo de ese color (lejano antecedente de la estrella amarilla).

Manteniendo un saludable equilibrio entre el tono divulgativo y la erudición académica, y haciendo gala de un vasto despliegue documental, Pastoureau urde así un relato novedoso y accesible sobre la Edad Media, y se las rebusca –sin que su papel de medievalista se vea reducido al de simple anticuario– para poner al desnudo las insospechadas raíces de parte de nuestro mundo más cotidiano y trivial.

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