Domingo, 15 de julio de 2007 | Hoy
RECATES
Por Mauro Libertella
A los 18 años, Ernest Hemingway viajó a Kansas, donde vivía su tío, y entró a trabajar en el Kansas City, uno de los grandes diarios norteamericanos de posguerra. Hemingway quería ser escritor y en las mesas de la redacción aprendió algunos de los recursos técnicos que años después fundarían su poética y se erigirían como columnas de la catedral a veces forzada y a veces perfecta que es su literatura. El origen de ese aprendizaje está en un manual de estilo cuyas 110 reglas los redactores del Kansas City debían respetar a rajatabla como mandamientos. Tenían que usar siempre frases breves, empezar las notas con algo que capture la atención, descartar los excesos retóricos y suprimir los adjetivos inútiles. Muchos años después, cuando con ese caballito de batalla había logrado dar la vuelta al mundo, engendrando epígonos tanto memorables como olvidables, dijo al Paris Review: “En el diario uno estaba obligado a escribir una frase simple, declarativa. Y eso es útil para cualquiera”.
Aquella técnica le funcionó muy bien en ese formato de perímetro delimitado que es la short story, y muchos afirman que en sus novelas las aguas se rebalsan, inundando y humedeciendo las páginas. García Márquez escribió: “Una tensión interna como la suya, sometida a un dominio técnico tan severo, es insostenible dentro del ámbito vasto y azaroso de una novela”.
Hay escritores milimétricos, que pueden desplegar su maestría sólo en las formas breves, y eso Borges lo supo desde siempre. Lo cierto es que en el cuento, por sobre todo, Hemingway hizo historia. En 1938, unos veinte años antes del Pulitzer, el Nobel y la fama universal, el propio escritor juntó casi todos sus relatos cortos escritos hasta la fecha en un volumen que llamó Las primeras 49 historias. Después siguió escribiendo, y narró sobre la Guerra Civil Española, sobre los niños, sobre el valor y el coraje; pero con aquellos casi cincuenta relatos Hemingway había tocado un techo. Y sucedió con ese libro lo que sucede finalmente con pocas obras: el tiempo hizo lo suyo y el libro es ahora un clásico.
“Todos ustedes son una generación perdida.” Es conocido: Gertrude Stein se lo dijo a Hemingway en un departamento de París en los dorados ‘20. Antes de que nos demos cuenta, habrá pasado un siglo del día en que Fitzgerald, Hemingway, Miller y tantos otros se embarcaron hacia Europa para convertirse en escritores. Luego vendrían otras generaciones de escritores norteamericanos y la influencia de la lost generation se volvería endémica y corrosiva. Hoy parece ser claro que, dentro de aquel grupo, quienes marcaron una tendencia más honda en las letras actuales han sido Hemingway y Faulkner. El segundo con sus novelas, el primero con sus cuentos. Esos cuentos alguna vez dispersos y hoy juntos en una edición cuidada, en un libro que reúne llanamente al mejor Hemingway.
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