Domingo, 22 de julio de 2007 | Hoy
HISTORIA
Ultimo momento: el gran historiador del siglo XX, Eric Hobsbawm, acaba de abordar el siglo XXI, sus desafíos, las guerras, el posible fin de la hegemonía norteamericana, la concentración tecnológica. Un análisis crudo de lo que vendrá.
Por Federico Kukso
Eric Hobsbawm no existiría sin el siglo XX y el siglo XX no existiría sin Eric Hobsbawm. Mientras que su colega y compatriota Peter Burke hace foco sobre la historia cultural y lingüística de la Edad moderna e Immanuel Wallerstein combina los estudios poscolionalistas con lo que él llama el análisis del “sistema-mundo capitalista”, Hobsbawm abarca y recorre el siglo XX como un todo, lo cual le otorga credenciales suficientes para decir que es el historiador de aquel período histórico que acaba apenas ayer de bajar cartel (aunque muchos aún no hayamos tomado conciencia completa) y que vio desfilar dos guerras mundiales, la caída de los imperios coloniales, una crisis económica de profundidad sin precedentes, la debacle de las instituciones de la democracia liberal a manos del fascismo y los regímenes autoritarios, y muchos otros procesos que, como experiencias de vida amargas y traumáticas, quedan como heridas abiertas en la memoria.
En cierto sentido, Hobsbawm encara su análisis histórico desde una perspectiva sistémica y, en vez de coleccionar aisladamente fechas, nombres y lugares conecta todos los puntos ensamblando así las piezas del rompecabezas global. Lo cierto es que desde que se tradujo en 1964 al español su obra tal vez más incisiva y trascendente, Las revoluciones burguesas, “el historiador más conocido del mundo” (como se lo suele catalogar con cierto guiño de admiración e idolatría) no descansa. Ni siquiera lo hace ahora que llegó a los 90 años y, con una lucidez admirable y una mirada rebosante de experiencias, observa cómo arranca y muestra sus dientes el nuevo siglo o, como lo llama en su último libro Guerra y paz en el siglo XXI, “una nueva etapa de la historia universal que comportó el fin de la Historia tal y como la hemos conocido en los últimos diez mil años, es decir, desde la invención de la agricultura sedentaria”.
A cada uno de los nueve ensayos y conferencias dadas entre 2000 y 2006 que componen su nueva obra (como “Guerra y paz en el siglo XX”, “Por qué la hegemonía americana difiere del Imperio británico” y “Naciones y nacionalismo en el nuevo siglo”), se pueden ingresar como si fueran pequeñas cápsulas del tiempo en las que se hilvanan y ordenan los acontecimientos en una gran escena. Porque la sensación que queda después de leer a Hobsbawm es la de leer en un solo libro y de un tirón todos los diarios de una época luego de dar dos pasos hacia atrás y advertir el panorama.
Como profundo historiador político que es, hostil con todo lo que huela A imperialista, Hobsbawm se toma el tiempo de deconstruir la hegemonía estadounidense y evaporar toda analogía del “imperio norteamericano” con el imperio británico que dominó el siglo XIX. Y hasta, genial análisis de la retórica imperial de la agresión mediante (la lucha de la “libertad” contra la “tiranía”), llega a ponerle fecha de vencimiento a la hegemonía estadounidense al decodificar las señales: por primera vez en la historia los Estados Unidos son un país impopular entre la mayoría de los gobiernos y pueblos.
Más allá de su pesimismo constitutivo y cierta impresión de que dice en sus libros casi siempre lo mismo, Hobsbawm consigue atrapar al lector cada vez que se calza el traje de relator del conflicto. Su sorpresa ante la aceleración de la historia, la globalización y la velocidad vertiginosa de las cosas impuestas por la tecnología —el “mundo pequeño” del siglo XXI en oposición al “gran mundo” del siglo XX— lo emparientan con Virilio y le sirve de trampolín para la reinstitución del oficio del historiador: la reivindicación de la utilidad de abordar problemas actuales a partir de la matriz del pasado en esta sociedad en la que la tecnología diluye la historia y dirige la mirada y los deseos (siempre insatisfechos) hacia el futuro, como si los acontecimientos surgieran de la nada.
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