Domingo, 26 de agosto de 2007 | Hoy
JARKOWSKI
El mundo laboral, el erotismo y la vida opaca de quienes deben pelearla día a día se entrelazan en una novela que, más allá de etiquetarse como social o realista, logra plasmar un universo inquietante.
Por Osvaldo Aguirre
El trabajo
Aníbal Jarkowski
Tusquets
304 páginas.
“Mi padre era obrero metalúrgico y mi madre, ama de casa. Todo lo que afecta a las personas que se levantan a las seis de la mañana para ir a trabajar tiene que haberme influido", dijo Aníbal Jarkowski al contestar el cuestionario que precedía a su relato en la antología La selección argentina (2000). Esa sospecha está en el principio de esta novela, que comenzó como un intento de escribir sobre la desocupación.
Diana, la protagonista, es una bailarina frustrada que lee cada mañana los avisos clasificados en el rubro de empleados de oficina y comercio y acude sistemáticamente a entrevistas de trabajo. Al fin consigue un puesto como secretaria, pero su verdadera tarea consiste en entretener a un gerente que, para reponerse de su dura jornada, quiere despejarse, "ver y no pensar". Ofrece entonces breves escenas, más o menos inspiradas en un libro de relatos eróticos descubierto por casualidad. Esas exhibiciones fugaces e incompletas no aparecen como algo anormal. Al contrario, el acoso sexual, el voyeurismo y el derecho de pernada impuesto a quien está en el escalón más bajo y más próximo a la calle son reglas que funcionan de modo solapado en la compañía donde se encuentra el personaje.
Pero el sentido de aquellas representaciones no se agota en condensar, de modo elocuente, el deterioro de las condiciones laborales: cuidar su trabajo supone para Diana preparar sus números, y sobre todo elegir bien y atesorar su ropa interior. Algo en lo que pone mucho esmero y que la remite tanto a su familia (sus padres tenían una tienda de lencería) como a sus primeras representaciones de la sexualidad (las imágenes de los catálogos de ropa masculina). Las escenas cuentan además con un espectador secreto, ya que el narrador, un escritor condenado por una novela juzgada obscena y que también sobrevive como puede, las contempla desde un edificio vecino. En él ejercen un hechizo particular: esas actuaciones contienen la ilusión de redimirse en algo más cercano al trabajo intelectual, y a sus obsesiones, y por eso lleva a Diana al burlesque donde él mismo se gana la vida.
Si atrapa desde el comienzo con un tono tan medido como cargado de sugerencias, la novela se vuelve aún más compleja al incorporar la historia previa del narrador y sobre todo el ambiente del burlesque. Descripto e interpretado en forma minuciosa a través de sus rutinas y de la ferocidad del público, de la ideología y los mecanismos que lo sostienen, ese espectáculo marginal en cuanto a su valoración resulta simbólicamente central en relación con el mismo funcionamiento del mundo que lo rodea. Cada ventana puede ser aquí un escenario; mirar sin ser visto, espiar a alguien mientras contempla subrepticiamente a otro determinan un registro particular de la imagen, el de la alucinación. Un vértigo también experimentado por el tacto, por ejemplo cuando Diana pliega y despliega sus bombachas, y que tiene su formato más acabado en ese teatro de revistas de segunda o tercera categoría.
Los personajes están descriptos en detalle, pero en general no reciben nombre (son la recepcionista, el cadete, el gerente de personal, el hermano de la recepcionista, el amigo del narrador, etc.) y no los necesitan para convencer de su existencia, como tampoco hace falta particularizar los escenarios de los sucesos (la compañía, "esta parte de la ciudad"). Esa neutralidad parece a propósito para indicar una proyección más amplia. Algo precisamente logrado es que los personajes, compuestos en detalle, y los lugares donde actúan se imponen como creaciones de una época. Las acotaciones que en forma constante introduce el narrador para autentificar su relato ("ella me lo dijo", "ella usó esa palabra") no resultan simples manías, sino que se integran en el mismo sentido, como una profesión de realismo.
El trabajo puede leerse como una novela social o política, y también como una novela erótica extraña. La etiqueta no importa. Es una gran novela, sencillamente.
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