Domingo, 26 de agosto de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Mauro Libertella
Desde Santa Fe
En una esquina céntrica de la Ciudad de Santa Fe está enclavado el Hotel Castelar. Ahí empieza La vuelta completa, de Juan José Saer, y ahí mismo, como si se tratase de una coincidencia, aunque todo indica que no, se juntaron la semana pasada 15 escritores argentinos. El motivo era el III Congreso Argentino de Literatura que organizó la Universidad del Litoral, en el corazón mismo de la tierra de "Juani", como lo llaman ahí. Y la primera pregunta se despliega sola, con asombrosa docilidad: ¿qué puede tener de especialmente atractivo, para el azaroso género que es la crónica, un congreso? A priori, nada. Durante tres o cuatro días, en los bares cercanos al hotel, los congresistas toman un café contra los ventanales o intercambian en voz baja los últimos chismes del gueto. Conviven de pronto los que sólo se ven en congresos, los que se ven en todos los congresos y los que no se pueden ver ni en congresos. "¿Vas a leer o vas a hablar?", se escucha por ahí, en un leitmotiv cercano a la duda existencial. Algunos dicen: "aprovecho para ver, al fin, un poco de gente", y otros buscan el reparador ostracismo y dicen querer "estar un poco solos". Lo cierto, finalmente, es que más allá de los tiempos muertos y los largos silencios, un congreso es en general un vertiginoso tour de actividades. Entre el recambio de escritores, las cenas y los almuerzos, la combi que va de un lado a otro y las ponencias de rigor, el tiempo discurre con una rapidez pasmosa.
La apertura del congreso tuvo como único orador a Ricardo Piglia, que habló de "El lugar de Saer" ante un auditorio repleto de jóvenes. Los organizadores, eufóricos, afirmaban que había al menos 500 personas. Ese primer día estuvo, por supuesto, signado por el fantasma volátil del autor de El entenado. En la puerta, una chica le decía a otra: "Va a hablar de Saer, un escritor de acá", y una de las presentadoras llevó el tono hacia alturas pontificias cuando espetó un emotivo "Nuestro Saer".
Al día siguiente, casi todos los escritores de esa jornada ya estaban en el hotel. Mientras almorzaban en el restaurant, y comentaban el movimiento parsimonioso de los camareros litoraleños, los integrantes de bandas como El otro yo o La 25 desayunaban en las mesas aledañas, ya que se alojaban allí mientras participaban de un festival en la ciudad. La primera ponencia de ese segundo día fue verdaderamente acalorada. Quienes hablaron, pero sobre todo quienes discutieron, fueron Guillermo Martínez, Silvia Iparraguirre, Martín Kohan y Tununa Mercado. Después de las lecturas, a la hora del debate, la discusión fue virando hacia un terreno de discordia que viene irrumpiendo desde hace rato: el problema del mercado y la Universidad; el escritor que vende mucho y no se lee en la academia, y lo que se deja afuera y lo que entra en el canon de la carrera de Letras. Ese día se cerró con una mesa de "Poesía y Edición", mucho más amistosa, donde hablaron Roberto Aguirre Molina, Daniel García Helder, Jorge Isaías y José Luis Mangieri (al que se lo presentó como "el catedrático de todo esto").
Para el último día hubo un nuevo recambio de grupo y el asunto se volvió más festivo. Ya había algo parecido a una experiencia en común, y los disertantes más nerviosos preguntaban cómo había salido todo el día anterior. La primera charla de esa jornada, en un anfiteatro dentro de una casa antigua, fue acerca de periodismo y literatura. María Moreno, Luis Chitarroni y Juan Sasturain. Si bien irrumpió en medio del debate el tema político y la cuestión de la censura, la mesa fue distendida y quedó claro que los tres caminaban el derrotero del periodismo por cornisas marginales, esquivas y concretamente disímiles. El congreso se cerró con la mesa de "Crítica literaria", con Martín Prieto, Sandra Contreras, Josefina Ludmer y Claudia Gilman. Contreras discutió con alta minuciosidad las últimas intervenciones de Beatriz Sarlo sobre escrituras del presente, y Ludmer trabajó el problema de las literaturas post-autónomas y los cambios en los modos de escribir, de leer y de hacer crítica. Prieto pidió un aplauso por "la clase" que había brindado Josefina Ludmer, a lo que Sasturain gritaba desde el público: "hay un caballero en la mesa".
Poco más, poco menos, en eso se resume el III Congreso Argentino de Literatura. Tal vez las mejores anécdotas se aglutinen todas juntas en aquel momento en que terminan las mesas y el público se acerca a algún escritor para hacerle comentarios personales. Por ejemplo, al iniciar su ponencia, Martín Prieto dijo que el suyo era un work in progress, y recordó que una vez lo escuchó leer a Enrique Pezzoni, que dijo que iba a leer partes de un work in progress. Cuando todo terminó, un señor se le acercó a Prieto y le dijo: "yo me fijo mucho en los detalles. Ese señor que habló de un work in progress... ¿lo terminó?".
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