Dom 07.10.2007
libros

HAZEL ROWLEY

El trópico y la nada

Hazel Rowley es autora de Tête-à-tête (Sudamericana), una biografía sobre la relación entre Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Cuando viajó a Brasil para el lanzamiento de su libro, un viejo affaire de los años ’60, que apenas había rozado al escribirlo, volvió a salirle al paso: la ambigua y fascinante historia de una periodista y militante política brasileña que, según algunas fuentes (Beauvoir entre ellas), fue amante de Sartre y la única a la que el intelectual le habría propuesto casamiento. Con la investigación hecha en Brasil, Rowley escribió un artículo que es casi un capítulo perdido de su libro.

› Por Hazel Rowley

Todo comenzó, como suele suceder en estos tiempos, con un mail. En mi bandeja de entrada había un mensaje titulado Tête-à-tête en Brasil. Un hombre llamado Carlos Carvalho, de la editorial Objetiva, de Río de Janeiro, me había escrito para decir que mi libro iba a ser lanzado en Brasil. ¿Me interesaría hablar con la prensa brasileña? Se refería a entrevistas telefónicas, por supuesto, sin que yo tuviera que moverme de mi departamento en Manhattan. Lo de tête-à-tête hacía referencia a mi libro Tête-à-tête: Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, de 2005. Pero pensando en retrospectiva, creo que esa línea en mi bandeja de entrada plantó algo en mi cabeza. Seguro, contesté, claro que quería ser entrevistada. Y tuve otra idea: ¿no sería bueno encontrar a alguien que hubiera pasado tiempo con Sartre y Beauvoir en su viaje a Brasil en 1960?

Casi todo lo que sabemos sobre el viaje de dos meses y medio a Brasil proviene de la fuente habitual: Simone de Beauvoir, una viajera aventurera, llena de curiosidad. Su recuento de la experiencia brasileña, en La force des choses (La fuerza de la circunstancia, 1963) no es una excepción, con su riqueza de encuentros, impresiones y reflexiones. Su objetivo explícito es darles a sus lectores franceses una mejor noción de un país que apenas conocen. Es una sorpresa, entonces, cuando la narración se vuelve tan febril como una película de Herzog. Beauvoir está sencillamente desesperada por irse de Brasil. Beauvoir tenía fiebre tifoidea; cualquiera hubiera querido volver a casa. Pero más reveladoras aun son las cartas a su amante de Chicago, Nelson Algren, que como la fiebre que contrajo en el Amazonas, llegan a un tórrido y frenético episodio acerca de Sartre y una mujer joven. En sus memorias, Beauvoir la llama Christina T. En las cartas a Algren, es "la chica brasileña pelirroja".

Nadie había podido decirme nada sobre ella. Ninguno de los biógrafos de Sartre o Beauvoir la había identificado. No perseguí el misterio: estaba escribiendo un libro sobre la relación de Sartre y Beauvoir durante cincuenta años y para mí el principal interés en la joven brasileña es que era parte de un patrón. Pero ahora que mi libro estaba por editarse en Brasil, me pregunté sobre ella. Si tenía 24 años en 1960, ahora tendría setenta. No debería ser tan difícil dar con el paradero de una joven que había pasado un largo período de tiempo con Sartre y Beauvoir en Recife, Bahía y Río.

Beauvoir nos dice que ella y Sartre no estaban muy entusiasmados con la idea de ir a Brasil. Por las noches, en París, discutían sobre los posibles motivos de esta apatía. ¿Era agotamiento físico? ¿La edad había trabado su curiosidad? (Sartre tenía 55 en 1960; Beauvoir 52). ¿La desesperación por la política internacional había llevado a una parálisis personal? Sartre estaba luchando con su depresión crónica masticando un tubo de anfetaminas durante el día, tragando tres cuartas partes de una botella de whisky durante la tarde y desmayándose con cuatro o cinco fuertes barbitúricos por la noche. Entre las varias voces que finalmente los convencieron de que visitar Brasil era un deber, la más persuasiva fue la de su amigo Jorge Amado. Durante años, Amado había estado diciendo que Sartre necesitaba pasar más tiempo en el Tercer Mundo y ser testigo de sus contradictorias realidades de cerca. También sentía que Sartre tenía mucho para ofrecerles a los progresistas brasileños, particularmente a los jóvenes. La vida intelectual brasileña era fuertemente francófila, y los trabajos de Sartre y Beauvoir se leían en francés y portugués. El año anterior, André Malraux, entonces ministro de cultura del nuevo gobierno de De Gaulle, había estado en Brasil defendiendo vigorosamente el rol de Francia en la guerra de Argelia.

Sartre y Beauvoir llegaron a Cuba en febrero de 1960 y pasaron un mes recorriendo la isla. Seis meses más tarde, el 13 de agosto, llegaron a Brasil. Su llegada fue tan dramática como lo sería su partida. El largo viaje desde París había sido agotador. Habían hecho paradas en Lisboa, Elisabethville (Congo) y Dakar (Senegal). Finalmente, el vuelo de Pan Am pasó media hora volando sobre Recife mientras el piloto luchaba por bajar las ruedas. En tierra, una multitud de fanáticos y periodistas vieron con horror cómo camiones cisterna se acercaban a la pista en prevención de un accidente. Finalmente, las ruedas bajaron y el avión aterrizó a salvo.

Poco después descubrirían que el gobierno francés había hecho todo lo posible por evitar el viaje.

En Brasil, cada vez que Sartre dio una charla, el público rebasaba las salas, y mucha gente quedaba afuera. Beauvoir habló muchas veces sobre "La condición de la mujer moderna", estimulando a las mujeres brasileñas para que reclamaran sus derechos. Justo como lo temía el gobierno francés, la prensa brasileña se volvió loca.

Mientras estuvo en Brasil, las crónicas de Sartre sobre Cuba fueron rápidamente traducidas y publicadas. Cuando Sartre firmó ejemplares en San Pablo hubo una estampida que intelectuales de cierta edad todavía recuerdan perplejos y maravillados. Un debate con un grupo de brasileños fue televisado en vivo para todo el país. Durante más de tres horas discutió sobre Cuba como modelo para América latina y habló sobre el uso de la tortura por parte de los franceses en Argelia. Urgió a los progresistas brasileños a que se unieran en la lucha contra el crecimiento del poder militar y la guerra atómica, y que asumieran el rol de voceros del Tercer Mundo.

Fue en su segundo o tercer día en Recife que Sartre y Beauvoir conocieron a Christina T., una periodista que entrevistó a Sartre. A él le cayó bien, y pronto ella se encontró acompañando a Sartre y Beauvoir por Recife. Lucia, su hermana mayor, profesora de español, se unió a ellos.

Beauvoir, como de costumbre, había leído mucho sobre el país que visitaba. Desde su mirada, Recife, la capital de Pernambuco, no había cambiado demasiado desde los días de las plantaciones según había leído en el clásico de Gilberto Freyre Los amos y los esclavos. Y sin embargo notó que Christina y Lúcia, que provenían de una influyente familia católica, disfrutaban de cierta libertad. Las chicas habían viajado a Europa, tenían su propio auto (que todos usaban para hacer turismo) y Christina, a los 24, incluso manejaba el lujoso hotel familiar.

Cuando viajaron a Bahía Amado también compró pasajes para Christina y Lúcia. La Universidad Federal puso un minibús y un chofer a su disposición, y cada día durante una semana, junto a Amado, el grupo recorría los caminos menos transitados de Bahía. Después de Bahía, Christina se les unió en Rio, esta vez acompañada de su madre. No los acompañó a Brasilia, que recién había reemplazado a Rio como la capital de la nación, pero Sartre tenía planes para que ella se les uniera en el viaje al Amazonas. Desde su habitación de hotel en Brasilia, el 23 de septiembre, Beauvoir le escribió a Algren: "Estarías orgulloso de Sartre. Ha decidido que no es suficiente tener una morena argelina, una rubia rusa, y dos rubias falsas. ¿Qué le faltaba? ¡Una pelirroja! Tiene 25 años y es virgen. En el norte de Brasil las chicas bien criadas no se acuestan con hombres. Ella me cae muy bien, pero me da miedo lo que puede sucederle otra vez al loco de Sartre si tiene éxito".

Beauvoir y Sartre fueron al Amazonas solos. En Belem, sus habitaciones de hotel eran como baños turcos y en el bar con aire acondicionado temblaban; en Manaos, se congelaban en sus habitaciones de hotel refrigeradas y transpiraban en el bar. Sea porque Beauvoir estaba enferma (eso dice ella) o porque Sartre estaba enfermo de amor (algo que ella no dice), partieron después de unos pocos días. Beauvoir cuenta que eran las cuatro de la mañana cuando tomaron un avión hacia Recife. El viaje, interrumpido por aterrizajes en varios aeropuertos pequeños, duró 18 horas. El calor era sofocante, Beauvoir tenía fiebre. Christina fue a buscarlos al aeropuerto en su auto. Después viene un pasaje cargado de ambigüedad:

"Fui con ellos al restaurante a pesar de mi fatiga, porque es impropio en el Nordeste que un hombre esté solo cuando cae el sol con una mujer joven. Por la misma razón participé de la excursión que Christina había planeado para nosotros el día siguiente. Nos alegró verla de nuevo. Sus rebeliones eran realmente profundas además de impetuosas".

Esa noche Beauvoir estaba "ardiendo". El hermano de Christina, un médico, llamó a un colega, que confirmó que padecía tifoidea. La llevaron a un hospital especializado en enfermedades tropicales.

Habían llegado cartas y telegramas de amigos parisienses. Antes de partir, Beauvoir y Sartre habían firmado el Manifiesto del 121, demandando independencia para Argelia y pidiendo que los militares franceses se insubordinaran. Sartre, como el firmante más prominente, fue ampliamente acusado de traición. Los veteranos de guerra marchaban gritando "¡Muerte a Sartre!". Claude Lanzmann llamó por teléfono a la pareja y les pidió que volaran de regreso pero a Barcelona, no a París.

Un periódico brasileño de derecha sugirió que Beauvoir había inventado su enfermedad para demorar la vuelta a Francia y un posible arresto. Esto era insultante. Pero había algo más que desestabilizó a Beauvoir. Justo antes de viajar a Brasil, Algren había pasado cinco meses con ella en su departamento. Hacía nueve años que no se veían y el encuentro los había puesto nerviosos. Durante todo el viaje por Brasil, cada vez que llegaban a un nuevo lugar, Beauvoir iba ansiosa a la casilla de correo local, pero sólo había silencio de parte de Algren. Su viejo tormento volvió, una agonía que había retratado en términos muy gráficos en El segundo sexo. La tragedia, tal como ella la veía, era que las mujeres perdían su atractivo mucho antes de perder su deseo.

En sus memorias, Beauvoir atribuye su desesperación sobre todo al comportamiento autodestructivo de Sartre. Mientras ella se revolvía incómoda en su cama de hospital, escribe, él estaba tomando escoceses en el bar del hotel y después barbitúricos para dormir. Por las mañanas, cuando la visitaba en el hospital, estaban tan drogado que perdía el equilibrio. Una vez casi hizo volar su suero intravenoso. Ella le dijo a los médicos que no podía quedarse más tiempo en el hospital, que quería volver al hotel donde Sartre se alojaba. Le recordaron que su enfermedad era contagiosa, el hotel no podía aceptarla. Fue Christina la que encontró una solución. Su familia tenía una casa en Boa Viagem, Beauvoir podía quedarse allí.

Beauvoir no parece demasiado agradecida: "Pasé tres días en una habitación llena de muebles antiguos y apenas refrescada por su primitivo y ruidoso aire acondicionado. Temprano cada mañana algunos primos de la familia T. que viven enfrente me envían un desayuno. Una tarde el joven Doctor T. vino a examinarme, se tomó un tiempo largo, así que le dije a las hermanas y Sartre que salieran a comer y no lo esperaran. Se negaron: no estaba permitido dejar a un hombre solo en una casa con una mujer sola, ni siquiera una mujer de mi edad".

De hecho, parecía que una maldición había caído sobre ellos. Cuando finalmente estuvieron en el hall del aeropuerto, esperando ser llamados, un tornado cayó sobre la pista. Unas horas más tarde estaban camino al avión, y el motor empezó a escupir llamas.

Unos días más tarde, le escribió a Algren desde La Habana. En el "pueblo infernal" de Recife, "Sartre se volvió loco", le decía. La bebida diurna mezclada con las pastillas que tomaba por la noche lo hacían caminar en un zigzag permanente. Mientras ella estaba confinada en la cama, el pasó largas jornadas con la pelirroja: "La chica estaba muy interesada en Sartre, tiene voluntad y personalidad, y lo veía seguido; pero detestaba ser culpada por su familia, sus amigos y toda la ciudad".

La última noche en la ciudad habían bebido demasiado, le contó a Algren. La chica bebió también. "Cuando me repuse pasamos una noche demencial, ella rompió vasos con sus manos desnudas y sangró en abundancia, diciendo que iba a suicidarse porque amaba y odiaba a Sartre, y porque nos íbamos al día siguiente. Dormí junto a ella, sosteniéndola de la muñeca para evitar que se arrojara por la ventana. Va a venir a París, ¡y Sartre dice que va a casarse con ella!".

Un avance. Una simpática periodista brasileña, Lúcia Guimaraes, que trabaja para un programa de TV basado en Nueva York, había terminado de leer mi libro y quería entrevistarme. Por teléfono estábamos hablando de los puntos a tocar en la entrevista del día siguiente, y yo mencioné a Christina T. Le pregunté si conocía a algún periodista de Recife que pudiera ayudarme a encontrarla. Ella me preguntó dónde habían estado exactamente Sartre y Beauvoir durante ese viaje a Brasil. Me di cuenta de que estaba sentada a su computadora mientras hablábamos, y que ella googleaba sitios en portugués. "¡La encontré!" Su voz, habitualmente vigorosa, se había debilitado un poco. "Nacida en 1936 –dijo Lúcia–, comenzó como periodista y se convirtió en congresista federal. De izquierda. Feminista. Su nombre es Cristina Tavares. ¡Y hay una foto! Está hablando por un megáfono. Pelo afro. Murió en 1992. Cáncer. Tenía 56. Escribió un libro sobre su batalla contra la enfermedad." Ahora sonaba excitada. "Hablan de cartas que Sartre le escribió. Las tiene su sobrino. Aquí dice que es arquitecto. Vive en San Pablo."

Al día siguiente cuando nos encontramos, Guimaraes estuvo de acuerdo conmigo. Tenía que ir a Brasil para averiguar más.

Los brasileños pueden ser adictos a las telenovelas, pero cuando vuelven al mundo real, resultan asombrosamente discretos. Sartre y Beauvoir se fueron de Brasil en octubre de 1960. Pasaron 26 años hasta que el Jornal do Brasil quiso saber la identidad de la mujer pelirroja. Fue el 2 de febrero de 1986. Una nueva biografía de Beauvoir se había editado en Francia, y citaba la carta a Algren. Una periodista neoyorquina dedujo que si alguien podía saber sobre el romance de Sartre y la pelirroja, debía ser Amado. Pero a él la pregunta lo irritó: "Querida, ¿me llama desde Nueva York para preguntarme eso? ¿Un romance de Sartre en Brasil? No sé nada, soy inocente". Veinte años después me encontré con el mismo fenómeno.

Pero una vez Cristina Tavares sí habló sobre el tema. En 1986, para prevenir un escándalo mayor, finalmente se decidió a hablar. El 15 de febrero, el Jornal do Brasil tituló: El amor brasileño de Sartre con una gran foto de Tavares, diputada federal, de 49 años.

Nunca había sido amante de Sartre, insistía. Nunca habían tenido un romance. Nunca se habían besado. Es verdad que el filósofo le había planteado una relación sexual pero su respuesta había sido una firme negativa. No sabía nada de la célebre pareja cuando llegaron a Recife, ni estaba interesada. Era periodista en un diario local, y como hablaba francés, fue enviada con el grupo que debía entrevistar a Sartre. El dio vuelta el procedimiento, como le gustaba hacer, y le preguntó a cada uno de los entrevistadores qué pensaban del Amazonas. Los otros dieron respuestas predecibles, pero Tavares dijo: "En el Amazonas, monsieur, estaría más aburrido de lo que cree estar acá". A Sartre enseguida le gustó su rebeldía.

Sartre le presentó a Beauvoir y los tres se hicieron amigos. La relación permaneció así hasta que recibió un telegrama desde el Amazonas donde Sartre decía que volvían a Pernambuco y quería verla a solas. Ella quedó impactada. Beauvoir llegó con tifoidea. Mientras estuvo en el hospital, Sartre pasó tiempo solo con Tavares. Hablaron de todo tipo de cosas: la pobreza, Brasil, el Tercer Mundo, Cuba, la Unión Soviética. Tavares, que desconfiaba del comunismo, le dijo que podía entender ciertas restricciones a la libertad en Cuba, porque la revolución era nueva, pero preguntó por qué había tantas en la Unión Soviética, cuarenta y tres años después de la revolución. Sartre le explicó que las revoluciones demandaban tiempo y una nueva forma de pensar.

"Yo era tan ignorante, una criatura salvaje. A sus ojos, yo podía ser un extraterrestre. Estaban veinte años adelantados a su tiempo en Francia, y yo estaba veinte años atrasada del mundo moderno." Tavares había sido criada en Garanhuns, un distrito cafetero y pastoril de las montañas. En su mundo, era inaceptable que una mujer fumara en público. Nunca había conocido a una mujer como Beauvoir. "Simone empezó a hablarme de un romance con un escritor norteamericano. Enfrente de su esposo", cuenta Tavares. "Yo no lo entendía. Ni intelectualmente, ni emocionalmente ni moralmente." El romance que nunca fue le costó a Tavares inmensos problemas familiares: "Fue como si el comunismo internacional, en persona, hubiera ingresado al pequeño mundo de Recife". Los problemas persistieron mucho después de que la pareja se fuera de la ciudad. Cuando llegaron cartas de Sartre desde París, la madre de Tavares las trató como si fueran dardos envenenados. Durante los siguiente veinte años, Tavares vio a Sartre y Beauvoir unas cuatro o cinco veces más, tanto en París como en Lisboa.

El tema del romance fallido surgió sólo una vez más. Sartre no estaba allí. Las dos mujeres estaban solas. Beauvoir le dijo a Tavares que Sartre hablaba en serio cuando dijo que quería casarse con ella. Quería llevarla a París; pensó que ella podía completar su educación allí. Fue Beauvoir la que enfrió su impetuosidad, recordándole la magnitud del choque cultural que eso podía representar para una joven de Pernambuco.

"Querida Cristina de Pernambuco...". Sobrevivieron cinco cartas. Tres de ella, dos de Sartre y una de Beauvoir, eran notas, escritas mientras estaban en Brasil. Son manuscritas: la pareja nunca tipeaba.

Una carta de doce páginas, escrita cuando llegó a París en diciembre, muestra que Sartre se había tomado bien el rechazo. Esto puede resultar sorprendente para un hombre que había vislumbrado un casamiento, pero después de todo no era la primera propuesta en su haber, y Beauvoir siempre lo había salvado antes de que la cumpliera; probablemente sabía que iba a salvarlo una vez más. Le agradecía a Tavares por sus cartas. Podía notar que ella estaba ansiosa y un poco infeliz. Era difícil para él ayudarla desde tan lejos, pero tenía que recordar que había recorrido un largo camino sola. Le había diseñado una lista de lecturas. Si no podía encontrar los libros en portugués, se los enviaría desde Francia. Le había mostrado la lista a Beauvoir, ella había agregado algunos libros.

"Eso es sólo el principio", escribió. Enviaría más sugerencias en futuras cartas, pero no quería abrumarla. Mañana le escribiría sobre su regreso a París y cómo había logrado que no lo arrestaran.

La última carta sobreviviente es de Beauvoir, escrita en diciembre de 1967. Ella y Sartre acababan de volver de Copenhague donde habían participado de la última sesión del Tribunal Russell, protestando contra la guerra de Vietnam. Habían escuchado cosas horribles sobre las torturas del ejército norteamericano y visto registro fílmicos horripilantes. Le mandaba a Tavares el nuevo ejemplar de Les temps modernes, acerca de Brasil. Pensaban en ella, y le enviaban cálidos saludos.

Durante la dictadura militar de 1964 a 1985, Cristina Tavares fue activa en la oposición, el Partido do Movimento Democrático Brasileiro. En 1978 se postuló y obtuvo una banca en el congreso brasileño. Más que nunca la política se convirtió en su vida, se sumergió en ella. Luchó contra la pobreza, habló contra las multinacionales que se robaban el país y ayudó a fundar el Congreso Nacional por los Derechos de la Mujer. Comprometida y valiente, quería mejorar la vida de sus compatriotas. Sabía que ésta no era la clase de política revolucionaria que le interesaba a Sartre. Una vez le dijo: "¿Sos diputada por Garanhuns y participás de unas elecciones tan manchadas como éstas?".

José Tacares Correia de Lira vivía en un aireado departamento antiguo desde el que se podía ver el centro de San Pablo. Me hizo fotocopias de las cinco cartas, y me mostró la biografía política de su tía, Perfil Parlamentario: Cristina Tavares por Teresa Cruvinel. Le encantaba hablar de Cris, como él la llamaba. Es verdad, me dijo: ella nunca hablaba de su vida privada y sólo mencionaba a Sartre como a un admirado mentor. Cris estaba consumida por la política y era devota de su familia. Como política pasaba mucho tiempo en Brasilia pero cada fin de semana volaba de vuelta a Recife, donde vivía con su madre. Sus sobrinos y sobrinas la adoraban. Para ellos era como una madre, sólo que más divertida. Con ella tenían aventuras, iban a navegar y a acampar. Pegaban posters para sus campañas electorales.

Una noche la hermana de José, su esposo y su tía Lúcia Tavares me pasaron a buscar. Fuimos a un encantador restaurante en Olinda, el pueblo colonial vecino a Recife que Sartre y Beauvoir amaban. La publicación de Tête-à tête en Brasil había hecho crecer una vez más cierto porcentaje de especulación sensacionalista sobre Tavares. Durante la cena, me remarcaron: "Todas estas habladurías en los diarios sobre el supuesto romance son Sartre son irónicas. No había nadie menos interesado en el sexo, o que hablara menos de sexo que Cristina".

Traían consigo viejos álbumes de fotos. Una fotografía, tomada en Recife en 1960, mostraban a la joven Lúcia, pequeña, delgada y bellísima, inclinada sobre Sartre, que está sentado a la mesa, autografiando su copia de La mort dans l'âme (1949). Me mostró el libro, ahora gastado, con su cálida dedicatoria: Para Lúcia, por el reconocimiento y la amistad, J-P. Sartre. Lúcia explicó que le había dado el libro a Cristina y me mostró la página en blanco del final, donde su hermana había garabateado algunas preguntas para hacerle a Sartre. "Además de los problemas materiales, ¿cuáles son los problemas que afligen a la humanidad en el siglo XX? ¿Qué piensa de los regímenes totalitarios? ¿Cree que la libertad es esencial para el hombre? ¿Tiene confianza en la humanidad? ¿Cuando dice que el matrimonio no es esencial para las mujeres, también está hablando de las relaciones sexuales?"

Le pregunté a Lúcia si tenía una foto de Cristina con Sartre en 1960. "No –me dijo sonriendo–. Mi hermana no era narcisista en lo más mínimo."

En los archivos de prensa, hay una foto de Tavares con Sartre. Fue tomada mucho después, a fines de los setenta, en un café de París, y el fotógrafo claramente los tomó desprevenidos. Sartre ya está ciego, usando anteojos oscuros, y tiene una expresión paciente. Tavares está de costado a la cámara, con una campera de cuero y las manos en las caderas, como si estuviera dándole órdenes a Sartre. La foto apareció en el diario de Recife, el Jornal Do Commercio, el 21 de junio de 2005, centenario del nacimiento de Sartre. El epígrafe dice: "Cristina Tavares conversando con su maestro Jean Paul Sartre, en el bar del Grande Hotel de Recife, octubre de 1960".

Sartre y Beauvoir
Hazel Rowley
Lumen
614 páginas

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