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Domingo, 15 de septiembre de 2002

PAZ SOLDáN EN BUENOS AIRES

Cosmobolita

De paso por Buenos Aires, el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán conversó con Radarlibros sobre su obra, una de las más originales de América latina y la menos conocida por estas latitudes.

por Marcelo Damiani

Hace ya algún tiempo, la revista Newsweek, confirmando la muerte del realismo mágico, publicó una nota sobre la nueva narrativa latinoamericana, donde solamente aparecían tres nombres, los del chileno Alberto Fuguet, el mexicano Jorge Volpi y el boliviano Edmundo Paz Soldán. Tanto Fuguet como Volpi han sido ampliamente leídos y discutidos por estas tierras, acaso como co-relato de sus éxitos en concursos literarios. No es el caso de Paz Soldán, a pesar de ser el más cercano a nuestra literatura y el más prolífico de los tres. El motivo es bastante obvio, ya que de sus 8 libros publicados, acá sólo se ha distribuido uno: Amores imperfectos.
Nacido en 1967 en Cochabamba, doctorado en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la Universidad de Berkeley, docente en la de Cornell, de perfil mucho más bajo que sus colegas Volpi y Fuguet, Paz Soldán ha ganado el prestigioso premio de cuento Juan Rulfo en 1997, con su brillante texto “Dochera” y fue finalista del Rómulo Gallegos en 1999 con su novela Río Fugitivo.
Este autor boliviano no sólo ha vivido en Buenos Aires durante algunos años cuando todavía era un estudiante, sino que la tradición literaria argentina está muy presente en muchos de sus textos, desde Borges a Puig, pasando por Cortázar y acaso con algún lejano eco de Saer. Después de 13 años de ausencia, acaba de visitarnos de nuevo, breve y casi secretamente.
Nos encontramos en el pintoresco bar de San Telmo Boquitas Pintadas. Apenas entramos me comenta que en inglés la novela del autor argentino se llama Heartbreak Tango. Y ante mi mirada sorprendida comenta resignado: “Los gringos son así”. Le digo que ahora los jóvenes escritores nacionales han elegido a Puig para hacer su debut imitándolo, aún sin haberlo leído.
“Yo, en cambio, recuerda risueño, durante toda mi adolescencia escribí descarados plagios de Agatha Christie. Hasta que vine acá a estudiar, a los 18 años, y llegué a la conclusión de que debía tomarme en serio mi vocación. Así descubrí muchos autores y libros que aún hoy admiro y releo: Ficciones de Borges, todo Kafka y Faulkner, Juntacadáveres de Onetti y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Luego vendrían El Gatopardo de Lampedusa, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, Las ciudades invisibles de Italo Calvino, y Corazón tan blanco de Javier Marías.”
Su última novela, La materia del deseo, es uno de esos muchos libros fundamentales a los que no podrá acceder el gran público (ya que se puede conseguir en casi cualquier país de América –incluido EE.UU.– pero no en la Argentina). Es una suerte de reflexión crítica sobre la generación idealista y utópica de los ‘60 y los ‘70, y si bien se refiere exclusivamente al contexto boliviano, por momentos uno tiene la sensación de que está hablando de la Argentina. Paz Soldán también tiene una explicación para esto: “Muchas de las cosas que pasaron acá en esa época fueron ensayadas poco antes en Bolivia. Mi país muchas veces fue tomado como una suerte de conejito de Indias”.
La novela es protagonizada por el supuesto hijo de un supuesto héroe revolucionario que vuelve al país para buscar más datos sobre su enigmático padre. El tema del exilio, así, aparece en el libro fuertemente ligado al punto de vista ajeno desde el que todo se narra. De la misma forma que en su excelente novela Río fugitivo, acá también se podrá ver un intento por recuperar el significado de un mundo ya perdido, entendiendo la madurez como la doble distancia espacio-temporal que la vuelta del exilio no puede reconstituir.
La pregunta obvia es inevitable: ¿Es el exilio el destino de todo escritor latinoamericano que quiere vivir de la literatura? “Creo que las condiciones para vivir de la escritura en América latina –dice Paz Soldán después de pensar un poco–, son mucho mejores que antes, pero aun así, todavía nos falta cierta infraestructura para que los artistas puedan dedicarse a su obra con plenitud, y las excepciones se conviertan en regla.” La novela, como su libro anterior, Sueños digitales, trabaja con el enigma político-policial y la búsqueda de una prosa que trate de zanjar, por medio de una constante referencia a iconos populares de la época, la distancia insalvable entre el país donde vive el protagonista y su Bolivia natal. Casi como si me estuviera leyendo el pensamiento agrega: “Me interesa el vaivén del individuo que se ha ido de su país, y después de un tiempo lo extraña, pero cuando vuelve extraña el otro país, y así sucesivamente. Como si el exilio lo llevara uno consigo a todas partes”. Aun a sabiendas de que, como dice él mismo, no hay que “proyectar la biografía del narrador en la narración”, los mejores momentos de La materia del deseo aparecen cuando el autor parece jugar conscientemente con el género autobiográfico.
La materia del deseo, por último, también se revela como un libro donde hay un fino trabajo de lectura de la tradición, no ya universal, sino argentina. El protagonista, escindido entre su deseo y su razón, no puede dejar de traslucir su estado de ánimo, oscilando entre una prosa melodramática cuasi-puigeana y una objetividad enciclopedista cuasiborgeana. Le pregunto por este hallazgo nacional y él sonríe, enigmático y modesto: “Siempre estamos entre lo que nuestra cabeza nos dice que hay que hacer y lo que verdaderamente queremos”.

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