RESCATES
› Por Osvaldo Aguirre
Ave Roc se publicó por primera vez en 1994. La edición uruguaya mostraba una foto de Jim Morrison en la tapa. Una forma de simplificar algo que en el texto se planteaba de un modo complejo y ambiguo, más allá de la presumible biografía o de lo previsible en el género. Es cierto, Roberto Echavarren relata la vida del cantante de The Doors sin apartarse del registro histórico, a través de episodios como la relación con los padres, sus estudios de cine, la formación de la banda, el proceso judicial que enfrentó en Estados Unidos, su muerte enigmática. Pero su versión propone para empezar un cambio de tono: la historia está contada por un narrador que habla dirigiéndose a su propio personaje, con quien compartió muchas de sus aventuras, y quizá las más importantes. Y no se propone afirmar determinados hechos, ni extrae su valor de la oferta de acontecimientos desconocidos: ante todo hay interrogantes, una mirada que contempla a veces con perplejidad y a veces con desolación los cortocircuitos y los estallidos de un espíritu avasallador en los cruces de lo público y lo más íntimo, en los contrastes de los conciertos multitudinarios y las ceremonias secretas de iniciación y aprendizaje, en los misterios de las drogas y el sexo.
El narrador instala el relato en el ámbito de la ficción, en el juego de un lenguaje cuya sintaxis y cuyos términos demoran el fluir de la narración, como quien contiene la respiración ante algo que lo impacta. Pero no es tampoco una simple novela, sino la búsqueda del modo más eficaz para acceder al centro de esa existencia, ya que "no hay verdad, salvo por el camino de la ficción". Siendo tan cercano, no es sin embargo omnisciente y nadie podría serlo en este caso, ya que el personaje, se dice, persiste como un jeroglífico a interpretar, un texto que vuelve a cifrarse con cada prueba de decodificación. Por eso puede volverse presente a través de la voz que lo invoca. Veinte años después de su final, el momento en que se constituye el relato, la muerte todavía no lo aplaca; en su tumba, como decía un poema de Henri Michaux, descansa en rebelión.
En El libro de los seres imaginarios, Borges dice que el ave roc es una magnificación del águila o del buitre, que alimenta a sus crías con elefantes; una especie extraordinaria, cuyos registros remiten a los relatos de Marco Polo y a las aventuras de Simbad. No es la única referencia citada de la antigüedad, ya que Jim es relacionado también con Alejandro Magno. Lo excepcional de la criatura tiene que ver con la desmesura, y en ese sentido cabe como título. "Tu resuello es el contorno de un vórtice", dice el narrador a la sombra que persigue. En el ojo del huracán se encuentra la experiencia con la embriaguez, en una perspectiva derivada de la lectura de Nietzsche: para que haya arte, para que exista un fenómeno o mirada estética es necesaria la embriaguez; todos los tipos de embriaguez son idóneos, y en principio los más antiguos, la excitación sexual y la orgía. La vida del personaje, que es Jim Morrison y algo o mucho más, tiene su centro en esa búsqueda a través de la embriaguez. En contacto con los indios gabrielinos recupera un sentido más puro de la ceremonia sexual, aquel donde vuelve a anudarse el juego de ficción y verdad. No hay hombres ni mujeres sino, en todo caso, hombres y mujeres que representan esos roles; la actuación está indicada por los atuendos, los afeites, el arreglo del pelo, y los papeles pueden ser intercambiados en el escenario ritual de la fiesta. Según explica el guía huehueche que dirige el consumo de peyote, la droga induce un idioma propio, el revés del habitual. Esas fórmulas, imposibles de fijar porque difieren en cada viaje, abren las puertas a una experiencia vertiginosa, que Echavarren repone sin apaciguar.
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