Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
DE COLECCION
Una máquina expendedora de libros instalada en las orillas de la Biblioteca Nacional rescata títulos de autores hispanoamericanos de cara al Bicentenario.
Por Juan Pablo Bertazza
“Con la filosofía poco se goza./ Si quiere ver la vida color de rosa / eche veinte centavos en la ranura", precisó alguna vez González Tuñón. Otro González, en este caso Horacio, se inspiró en esos versos de El violín del diablo para esbozar una curiosa idea que, finalmente, se llevó a cabo la semana pasada: la instalación de una máquina expendedora que no entrega cigarrillos, boletos de colectivo, preservativos ni bebidas, sino minilibros hasta hoy casi inhallables, con temáticas fundacionales y vinculadas de alguna forma u otra con la cada vez más cercana celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo. La máquina del Bicentenario (iniciativa de la Biblioteca Nacional y la Editorial del Zorzal) está ubicada en un viejo cajero del Apeadero Gombrowicz (Las Heras y Agüero), afuera del edificio. Entre los libritos –cada uno de los cuales tuvo una tirada de 2000 ejemplares– se destacan Entre la confidencia y la historia del siempre destacable Lucio V. Mansilla, una compilación de alocadas (en algunos casos) y agudas (en otros) causeries; Emerson y Whitman de José Martí, dos capítulos en los cuales el autor de Nuestra América no duda en rescatar dos flores del fango estadounidense, y Ejercicios populares de la lengua castellana de Sarmiento, dos artículos tan esclarecedores como indispensables a la hora de analizar el siempre atractivo debate acerca del idioma de los argentinos.
Además de que todos presentan un conciso prólogo, hay que destacar que cada uno de estos libritos de colores –diez por ahora, aunque piensan ampliar el catálogo antes de fin de año– cuestan sólo un peso; es que, al parecer, la idea era levantar un poco el bajo índice de lecturas llevando la montaña a Mahoma o, en este caso, una máquina expendedora con mucho aire de jukebox a los miles de personas que pasan cada día por la zona y que, con sólo detenerse un instante, pueden engordar un poco su biblioteca. Claro que lo de engordar es simbólico porque, a juzgar por su tamaño, estas ediciones están mucho más cerca de las actuales colecciones digitales que de aquellos gruesos y viejos volúmenes que no pueden trasladarse. "Son fragmentos, capítulos; lo bueno sería que lleve a la gente a estos libros", ratificó Ezequiel Grimson, uno de los que dieron forma al proyecto y que no tarda en referirse a su secuaz Leopoldo Kulesz, el matemático de Ediciones del Zorzal: "El buscó el tamaño preciso de los cortes y también se le ocurrió que los libros se encuadernen de a dos y recién ahí se cortaran para que el costo se reintegrara con la venta".
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