NICOTRA
Teoría y práctica de la traducción de poesía en un polémico y original ensayo sobre las relaciones ítalo-argentinas.
› Por Juan Pablo Bertazza
Ser el otro
Esteban Nicotra
Editorial Brujas
143 páginas.
Suele flotar en el aire un prejuicio: los ensayos sobre poesía y traducción son necesariamente técnicos, rebuscados. En cambio, el nuevo libro de Esteba Nicotra –poeta y traductor especializado en literatura italiana contemporánea– se caracteriza por una claridad que, por inesperada, deslumbra y, como es de esperar, termina imponiéndose sin que eso signifique estar de acuerdo. Clara es también la idea central que en Ser el otro, Nicotra transmite desde el título del libro: escribir poesía, así como traducirla, es –según él– identificarse con el otro, saber lograr la empatía (la Einfülung es el único término con diéresis o crema que incluye el ensayo). El riesgo es grande, ya que una mala lectura de esas dos palabras que lo definen –claridad y empatía– puede resultar suficiente para que se lo considere un libro facilista y egocéntrico que evacua la peor posmodernidad. ¿No es acaso la identificación un proceso que, en la lectura, puede desembocar en el más flagrante narcisismo? Vale aclarar, entonces, que ese proceso de empatía propuesto por Esteban Nicotra significa acercarse a lo colectivo. En otras palabras, una identificación que pide a gritos justamente el contexto, algo de lo cual muchas lecturas inmanentes –es decir, aquellas que toman la obra como desligada de todo– se desentendieron, y no siempre con elegancia. Así, en una de las frases más logradas, Nicotra entiende la traducción como el proceso en que “se le toma el pulso” a un autor, para lo cual él da como paradigma el vínculo entre Petrarca y Garcilaso. A su vez, desde esta perspectiva, traducir sería prolongarle la vida a una obra al mismo tiempo que se le está asignando una nueva forma de muerte, paradoja signada por las propias coordenadas histórico-sociales del traductor. Por eso Ser el otro recupera la figura del poeta cazador de Lorca y define a la traducción en términos de un acto natural, primitivo e intuitivo, tan riesgoso pero estimulante como salir a cazar en medio de la selva, justamente lo que no hace el lector o los autores actuales (según Nicotra por “la herencia de tanta teoría de la literatura, de tanta semiosis estructural”) quienes “no dejan ser al poema lo que quiere ser, no dejan que el otro o lo otro se manifieste, le hable, este lector o autor ya no escucha. No caza con flecha, caza con redes y trampas”.
Se esté de acuerdo o no con sus propuestas, hay que resaltar la valentía de un libro que se pelea, y no por capricho, con los hoy canonizados en ciertos ámbitos. Así, hay golpes de lanza contra el Benjamin de “La tarea del traductor”, según el cual las obras no se hacen pensando en un destinatario y contra el Barthes de 1968 para quien “cuando la escritura comienza, el autor entra en la propia muerte”, frase que, según Nicotra, “inaugura el mito posmoderno de la necesidad de la ausencia del autor en la lectura”.
Hablando de ausencias y traducciones, Nicotra sí considera un poco escasas las lecturas argentinas de obras italianas, por lo menos al compararlas con la recepción que ha tenido en nuestro país, por ejemplo, la literatura francesa. Sin embargo, no por escasa deja de ser profunda aquella influencia (así lo muestra la marca de Dante en Borges), tal vez porque nuestras más profundas lecturas de Petrarca, Leopardi, Gramsci, Pavese, Ungaretti y compañía coincidieron –según Nicotra– con períodos de graves crisis políticas que él se encarga de explicar.
Finalmente, en su afán de tomar a todo riesgo el placer de la identificación, Ser el otro ¿concluye? con “Un manojo de versiones de poesías italianas contemporáneas” que, en rigor, ocupa más de la mitad del libro y arma, casi sin quererlo, una antología valiosa que prueba la eficacia de sus flechas con poemas de Cesare Pavese (“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”), Pier Paolo Pasolini (“Corría en el crepúsculo fangoso”), Maurizio Cucchi (“El último viaje de Glenn”), Vivian Lamarque (“Cada vez más me pareces”) y Gianni D’elia (“Y, sin embargo, teníamos un sueño”), entre otros nuevos monstruos.
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