Domingo, 30 de diciembre de 2007 | Hoy
TAIBO II
El prolífico e inquieto Paco Ignacio Taibo II ganó el Premio Hammett de novela negra con una muestra latinoamericana del género. La vida misma narra las vicisitudes de un escritor que se convierte en jefe de policía de un gobierno municipal de izquierda.
Por Alejandra Laurencich
La vida misma
Paco Ignacio Taibo II
Txalaparta
188 páginas.
García Márquez dijo alguna vez, al referirse a la tarea de los escritores de América latina y el Caribe: “Han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad (...) Sólo en México habría que escribir muchos volúmenes para expresarla”. Si se buscara desmentir esta última afirmación, podría recurrirse a La vida misma, la novela de Paco Ignacio Taibo II en la que un inventado pueblito minero se convierte en una muestra de la realidad que late no sólo en México sino en muchas ciudades latinoamericanas. Mérito que vale para celebrar el hecho de que esta historia haya ganado el Premio Hammet Internacional a la mejor novela policíaca y de que Txalaparta haya decidido reeditarla en Buenos Aires.
La vida misma cuenta la historia de José Daniel Fierro, un escritor mexicano y cincuentón que se transforma de un día para el otro en el jefe de policía de un ayuntamiento de izquierda en Santa Ana, cercado por la ofensiva del PRI. No le han ofrecido el cargo por su temeridad: él preferiría escuchar a Schubert que participar en los tiroteos que interrumpen cualquier almuerzo. Pero les irá poniendo pecho a su manera, con la leyenda “Santa Ana Vencerá” en su gorra de béisbol y un pin del hombre araña en actitud de reto que ha conseguido en reemplazo de la placa.
Paco Ignacio Taibo II es, además de escritor y periodista, político, profesor universitario, activista sindical, director de revistas y director-fundador de la Semana Negra de Gijón. Tiene más de 50 títulos publicados (las novelas Sintiendo que el campo de batalla, Que todo es imposible, El año que estuvimos en ninguna parte, entre otras, libros de cuentos, comics, reportajes periodísticos, ensayos de historias) en casi treinta países, y cuenta con numerosos premios literarios. Descendiente de hombres de izquierda, antiimperialista adicto a la Coca-Cola y al cigarro, español por nacimiento (Gijón, 1949) pero mexicano por adopción, consigue ensamblar con dinamismo y humor desopilante el suspenso de la trama (el asesinato de una gringa) y la reflexión sobre el ejercicio de la literatura y el periodismo: “¡Chingaos! ¿Tengo que contarles la diferencia entre escribir y vivir?”. Este ejercicio se convierte en muchos momentos en la descripción más acabada de la ética del protagonista, de su entorno y desvelos. Cuando contempla el primer amanecer sobre el pueblo que deberá proteger, Fierro reflexiona como tantas veces: “Podría ser el jefe de policía de Santa Ana, pero nunca podría contarle a nadie cómo esa luz blanda iba avanzando hacia él y entrando al cuarto”. La imposibilidad de lo obvio, la posibilidad del disparate, esa cotidianidad a la que los habitantes de una ciudad se acostumbran: “Aquí lo chingaban a uno por respirar quedito. Cuanto más por sonreír”, dice El Ciego, su entrañable subordinado en la policía, y agrega “queda mucho hijo de la chingada suelto”.
Salpican la novela pasajes como en el que los muchachos le sugieren contar la historia de Santa Ana a través de sus muertos (quizá una manera precisa de contar la historia de cualquier ciudad del mundo): La muerte de bala perdida de Doña Jerónima, vendedora de pollos que cayó en la manifestación del 20 de abril. La muerte de siete niños en una epidemia a fines de los ‘80. La muerte de Daniel Contreras, atropellado por el hijo borracho del gerente de la Santa Ana Mining Co. La muerte del maestro Elpidio, que andaba persiguiendo un camión con marihuana a 15 km de la ciudad, en los que el parecido con la realidad de cualquier ciudad latinoamericana se torna inquietante.
A medida que la novela avanza, y los muertos y los enemigos aparecen, la realidad que rodea a Fierro se va pareciendo a la descripción que Taibo II lanzó en otra de sus novelas, referida al periodismo: “Es como si metieran el cielo y el infierno en una licuadora y tuvieras que trabajar en movimiento”.
Una melancólica desesperanza se apodera del lector, al ver el fracaso de todo impulso por desbaratar la corrupción y los enquistamientos de poder. Queda, sin embargo, el gusto de haber atisbado la verdad, y la reflexión acerca de ella.
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