Domingo, 30 de diciembre de 2007 | Hoy
CARBONE
Una incursión sin formalismos al universo alucinado de Los siete locos a cargo de un crítico italiano radicado en Argentina.
Por Juan Pablo Bertazza
Imperio de las obsesiones
Rocco Carbone
Universidad Nacional de Quilmes
510 páginas.
En El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante –la notable película de Peter Greenaway–, Georgina le preguntaba al culto Michael: “¿De qué te sirven estos libros? No podés comerlos”. A lo que Michael respondía: “Son razonables. No cambian de opinión cuando no los mirás”.
Por el contrario, podría pensarse en otro tipo de libros: no tan razonables, no tan lógicos, que ante el mínimo descuido del lector hablan mal a sus espaldas, le revelan la cara perversa que no supo leer y hasta se despachan con una traición, un insulto que puede llevar música de... “rajá, turrito, rajá”.
Así lo entendió Rocco Carbone, un crítico italiano que, entre sus obsesiones por la literatura latinoamericana, dio rienda suelta a la que tiene por Los siete locos para construir uno de esos raros libros de crítica que contienen más páginas que la obra analizada. Si Imperio de las obsesiones parece por momentos caótico y un tanto agobiante, es justamente por responder a los serios caprichos de su autor, quien alucina sus páginas con modismos como “avanzo”, “dale que va” y “nos vamos entendiendo, me lo sospecho”, además de llamar al autor de Los siete locos Roberto a secas y de incluir en un capítulo el rechazo textual que le mandó la revista Iberoamericana Madrid-Frankfurt en su informe de lectura sobre este mismo libro. De las tres entradas que componen el trabajo, la primera retoma la gran dicotomía de los años veinte: Florida o Boedo. Para complicar un poco las cosas y detenerse en los instersticios, en los pliegues donde habitaban esas rara avis que son Nicolás Olivari, los hermanos Discépolo, Roberto Mariani, Enrique González Tuñón y el mismo Arlt, a quienes Carbone insiste en reagruparlos juntos en un tercer lugar, la zona alternativa.
Ya en la segunda entrada, el objetivo será plantear algunas líneas teóricas del grotesco con vistas a analizar Los siete locos, como quien afila furtivamente un cuchillo pensando en su víctima inminente. Y si bien esa morbosa comparación puede parecer innecesaria, hay que recordar que en la etimología de grotesco está la palabra “gruta”, que a su vez viene de “cripta”. Es en este sitio donde Carbone empieza a desplegar los golpes de su caballito de batalla, L’Autunno de Giuseppe Arcimboldo (ver imagen), una pintura en la que la cara de un hombre está hecha de frutas, y que le sirve a Carbone como analogía pictórica de Los siete locos. Ya en la tercera entrada, justamente, se ingresa al laboratorio propiamente dicho, la instancia en que Carbone despliega su artillería para intervenir quirúrgicamente ese cuerpo todavía vivo que es la segunda novela de Arlt. Y lo hace, desarrollando una idea que ya había ofrecido en forma de aperitivo en el volumen La década infame y los escritores suicidas, de la colección Literatura argentina siglo XX, dirigida por David Viñas: la necesidad de leer independientemente Los siete locos de su supuesta continuación Los lanzallamas (1929), ya que mientras la vacilante primera sociedad secreta de Temperley constituye una ensalada ideológica “tal como el radicalismo”, en Los lanzallamas todo se volverá mucho más activo y terrorista, a tono con la atmósfera de la Década Infame. Claro que la hipótesis de que Los siete locos es grotesco –un grotexto en palabras de Carbone– mientras que Los lanzallamas no, aparece matizada y justificada por el autor quien, aprovechándose otra vez de la pintura de Arcimboldo, dice que en Los siete locos civilización y barbarie, mentira y verdad parecen, por momentos, frutas y, por momentos, la cara de un hombre. Todo lo cual sirve también para explicar algunas dudas que seguía generando el texto como, por ejemplo, por qué los setenta kilos de Erdosain eran vistos en términos de pesadez.
Con una voz original aunque deudora de Viñas, con quien no obstante declara muchas veces no estar de acuerdo (la paradoja del discípulo de Viñas sería algo así como que está obligado a disentir con el maestro), Rocco Carbone logró hacer un novedoso análisis de una obra de la cual se dijo mucho y muy bien, como así lo demuestran los artículos de Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Oscar Masotta, el mismo David Viñas, Elsa Drucaroff y Ana María Zubieta, entre otros. Lo más interesante de este libro tal vez sea que ayude a desentrañar con mayor inteligencia cada traición de Arlt. A propósito, como apéndice, Imperio de las obsesiones incluye una carta sin remitente y dirigida a Oliverio Girondo que, según Carbone, podría corresponderle a Arlt. El misterio nunca termina. Las traiciones tampoco.
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