PELLET LASTRA
Ingredientes de la más variada actualidad conforman un policial de neto corte cinematográfico.
› Por Juan Pablo Bertazza
No va más
Ramiro Pellet Lastra
Corregidor
172 páginas
“Honrarás tus deudas como a tu madre y a tu padre.” En esa espontánea sentencia que uno de los personajes de No va más confunde con uno de los diez mandamientos, puede resumirse la intención de la última novela policial del periodista Ramiro Pellet Lastra (redactor de Buenos Aires Herald y La Nación, entre otros medios). Efectivamente, como sucedía con la Biblia junto al calefón, No va más se propone hacer de coctelera para mezclar humor con trama policial, snobismo aburguesadito con códigos del hampa, vulgata con investigación periodística, conductas patéticas con arranques heroicos, clichés con vueltas de tuerca. Todo lo cual se enfatiza aun más con el narcotráfico y el contrabando del atractivo y siempre urgente escenario de la Triple Frontera, sus numerosos puentes y pasajes, las siempre anfibias canciones de cumbia y hasta el mismo título del libro (hay que decir que su diseño timbero parece exagerado teniendo en cuenta la incidencia real del casino en la historia). El resultado es un trago rico, con espuma y color, aunque un tanto impreciso, como si hubiera hecho falta batirlo un poco más.
Dos contrabandistas de medio pelo encuentran cerca de Puerto Iguazú el cadáver de un capomafia y terminan involucrados por intentar una bravuconada. El caso, que con los dos sospechosos y todo correspondía al comisario Domínguez, va a caer en manos de Mario Ferreira, un inspector con algo del Montalbano de Andrea Camilleri que, lejos de estar avezado en homicidios, viene del palo antidrogas. A las pocas páginas, esta novela in crescendo en varios sentidos de la frase, suma dos contadores y un aparente perejil asesinados de manera idéntica (“una bala en los huevos, otra en el pecho y otra en la frente”) y un atractivo triángulo amoroso en el fantasmagórico pueblo de Montecasino. Sin lugar a dudas, los puntos más altos de No va más son los diálogos y la confección de una gama de personajes que también mezcla y corroe prototipos. Un paradójico prestamista buenazo, un policía corrupto arrepentido porque “el dinero no es todo”, un periodista en connivencia con la mafia que se dedica a confundir a la ley, una femme fatale extremadamente fiel a su amante, un terco pastor evangelista que dirige la Iglesia de los Justos Pecadores, y una prostituta histérica vendrían a ser algo así como la alta gradación alcohólica que vuelve copado el trago de esta novela.
Y el mayor punto débil del libro tal vez tenga que ver con la dosificación del enigma. Más allá de su evidente anclaje cinematográfico –muy logrado en la mayoría de los episodios de violencia narrados por Pellet Lastra–, los interrogantes y las perspectivas del argumento cambian, se complican y postergan tanto que los cabos sueltos terminan atándose algo artificialmente, y saber cuál es el enigma se convierte involuntariamente en parte del enigma.
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