LECTURAS Y VERANO
Libros para tener en cuenta en vacaciones.
› Por Martín Pérez
Un año por cada casilla de ajedrez. Esos fueron los que vivió Robert J. Fischer, cuya muerte en Reykjavik a los 64 años fue noticia la semana pasada. Leyenda reclusiva y mítica, el rebelde Bobby falleció en la ciudad donde terminó de cincelar su mito y jugó la que sería su última partida de ajedrez en serio, 36 años atrás. Allí llegó en 2005, luego de un oscuro derrotero que prácticamente comenzó cuando se negó a poner en juego su título mundial ante Anatoli Karpov, que lo sucedió en 1975. Reapareció ante un tablero junto a su viejo adversario Boris Spasski, para realizar una millonaria revancha de su desafío más famoso en Yugoslavia, en 1992. Y luego volvió a desaparecer. Perseguido por la Justicia norteamericana por haber violado el embargo contra Yugoslavia con aquella partida, Fischer llegó a aparecer un par de veces públicamente emitiendo opiniones antisemitas y antinorteamericanas hasta ser detenido en Japón por intentar abandonar el país con un pasaporte vencido. Luego de 9 meses en prisión, mientras los Estados Unidos intentaban deportarlo para llevarlo a juicio, su pedido de asilo político fue aceptado por Islandia, y finalmente el rebelde pareció haber hecho tablas con el mundo.
Antes de esa paz temporaria, la última verdadera victoria de Bobby Fischer fue cuando se proclamó campeón del mundo, su sueño de toda la vida, luego del original match frente a Spasski realizado en Reykjavik en el verano de 1972, y que mantuvo al mundo en vilo como nunca antes lo había hecho el ajedrez. Y nunca después volvería a hacerlo. Según el actual campeón del mundo, el indio Viswanathan Anand, “Fischer es nuestro Marilyn Monroe, porque es mucho mejor recordarlo en su plenitud”. Aunque fue editado en inglés en el año 2004, hace exactamente un año apareció en castellano Bobby Fischer se fue a la guerra, el libro de los periodistas británicos David Edmonds y John Eidinow que reconstruye con minuciocidad aquel momento cumbre en la carrera del Marilyn de los ajedrecistas.
Autores de una curiosa investigación sobre una disputa entre Ludwig Wittgenstein y Karl Popper, Edmonds y Eidinow presentan en su libro el duelo Fischer-Spasski como una batalla más de la Guerra Fría. De un lado la maquinaria del Estado soviético defendiendo su hegemonía de casi todo el siglo pasado en el deporte-ciencia por excelencia, y del otro Henry Kissinger levantando el teléfono para ordenarle a Fischer que su gobierno quiere que vaya y derrote a los comunistas. Nada demasiado extraño, después de todo, ya que el ajedrez supo ser desde sus inicios un sucedáneo de la guerra. Pero rápidamente queda claro que nada es tan simple: el campeón del imperio demuestra ser liberal y playboy, y el aspirante del supuesto mundo libre, un caprichoso dictador paranoico. La excusa para el volumen de Edmonds y Eidinow es la posibilidad de acceder a los archivos de la época, tanto del FBI como de la ex KGB. Pero todo lo que dichas fuentes tienen para ofrecer como novedad son los análisis de la KGB tanto del jugo que tomaba Spasski como de la silla que usaba Fischer. Pero ni a su campeón lo estaban envenenando ni había ningún intercomunicador en la silla del aspirante. Todo se desarrolló como lo dice la historia: Fischer perdió su primer juego por un error de principiante, no se presentó al segundo y se lo dio por perdido, y exigió que el tercero se realizase en un pequeño cuarto sin público. Aunque podría haberse negado, Spasski aceptó y perdió, y a partir de entonces Fischer lo arrasó.
Bobby Fischer se fue a la guerra permite volver a vivir la tensión de aquel duelo tan de otro tiempo como los que tuvo Alí frente a Frazier, por ejemplo. Aunque ese paso a paso del libro permite que haya lugar para capítulos algo bochornosos como el que analiza de manera freudiana las declaraciones de Fischer, todo lo apasionante que fue aquella partida vuelve a suceder página tras página. Todos los dones, así como los caprichos que lo transformaron en una pesadilla para muchos de quienes debieron tratar con él, llenan estas páginas. Y permiten explicar ese otro largo partido que Fischer sostuvo, a la manera de una película de Bergman, con su destino fatal de ahí en adelante.
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