Domingo, 20 de abril de 2008 | Hoy
DAL MASETTO
Bosque, un pueblo que ya había sido fundado en anteriores libros, reaparece en la nueva novela de Antonio Dal Masetto. Sin cámaras ni movileros a la vista, un escándalo entre un carpintero y una oveja irá amplificando su sentido hasta rozar ribetes de humor y hacer estallar lo que está reprimido.
Por Gabriel Lerman
Sacrificios en días santos
Antonio Dal Masetto
Sudamericana.
224 páginas.
¿Dónde se enciende la simple mecha que podría culminar en incendio? ¿Cuál es la lógica que rige la instalación y circulación de un rumor o de una historia exagerada e incomprensible a la vez? ¿Cómo es que un suceso expande el morbo y los prejuicios del pueblo hasta movilizarlos, sacarlos a la calle, volver colectivo lo que ha empezado como hecho aislado?
Un pequeño escenario, la localidad de Bosque. Un teatro aldeano, donde el único decorado bien podría ser la plaza, una ventana del colegio de monjas, la confitería Real, el club Nuevo Mundo, alguna calle angosta por donde irán y vendrán los personajes en sus paranoias y conspiraciones, en sus miserias. Sacrificios en días santos, la nueva novela del tano Antonio Dal Masetto, se funda en una idea pequeña, casi para un cuento. Sólo que la pericia narrativa de Dal Masetto puede construir un paseo largo allí donde hay una vuelta a la manzana. Aunque aquí la apuesta por el relato no provenga de la exquisitez ni la sofisticación, sí, en cambio, se recuesta en un andar candoroso, en un rodeo de vericuetos simples. Un relato que, al obviar la presencia de los medios de comunicación –como podría ser si aconteciera en un territorio a escala mayor– permite un pastoreo fascistoide acotado. Sólo aparece por allí Baluarte, un semanario que amenaza la calma chicha del intendente, quien se siente menoscabado por la situación aunque nadie le dé ni la hora. Su entrevista con el comisario del pueblo, un evidente e inescrupuloso uniformado que regentea Acrópolis, el burdel de la ruta, es digna de aquellos encuentros peninsulares entre el cura Don Camilo y Peppone, el alcalde comunista, esa mezcla de Alberto Sordi con José Stalin.
No hay un forastero como en Dogville, ese drama opresivo de Lars Von Trier. Sin embargo, todos los valores que allí se le asignan al extranjero, o los espasmos prejuiciosos que despierta la intrusa Nicole Kidman, aquí podrían desplazarse a una situación, a un hecho difuso surgido de la propia interioridad de Bosque. La maldad que habita el cuerpo, la tentación, la perversión entendida desde la limpieza alucinada que pregona el fruncimiento pueblerino, surge en y desde el pueblo. No hay afuera, nunca, salvo ese burdel sobre la ruta o esas quintas a las que, en ocasiones, concurren los personajes.
No hay enigma policial pero sí suspenso. No hay asesinatos aunque sí hay un muerto, o dos. Sacrificios en días santos se perfila como un libro para el divertimento, para cultivar una especie de humor raro y perdido, esa suerte de anecdotario sencillo de pueblo. No hay un dramatismo que abisme la situación sino más bien un corset que impide el estallido del conflicto Es decir, tanta cercanía hace que los medios masivos carezcan de objeto y fin: no darían abasto para mostrar algo que los aldeanos perciben mejor y más rápido cara a cara. Pero la no existencia de los medios no impide que sus funciones amplificadoras no sean cumplidas por sustitos locales. Por ahí está Faustina, una auténtica Lita de Lázzari, para arrear a las masas, para convocar a la plaza a las barras bravas de los dos clubes del lugar.
Lo que podría ser la historia paralela al escándalo de la oveja y el carpintero, es decir, el encuentro postergado entre Lucrecia y Manuel, encontrará una autonomía, un ribete para vivir una sensibilidad adolescente.
Tal vez la novela sea una gran metáfora de cómo un hecho nimio, aislado, activa paquetes de sentido que anidaban en estado larval.
Diáfano, entrador, envolvente, Dal Masetto pone primera y no cede a otro afán que al de agradar con pocas cosas, en una novela concisa, agrupada, sencilla. Tal vez puede ser una manera de ver cómo el deseo se despliega y repliega, en un caso como resentimiento y morbo, en el otro por la búsqueda de la iniciación sexual y, cómo, pese a que el mundo se derrumba, algunos se enamoran.
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