AIRA
Cuatro nouvelles juntas de Aira en un solo volumen producen una ruptura en la forma en que se lo viene leyendo.
› Por Hugo Salas
Las aventuras de Barbaverde
César Aira
Mondadori
384 páginas
Según quieren algunas declaraciones periodísticas, integran el último libro de Aira cuatro nouvelles “de aventuras” sobre un mismo conjunto de personajes, escritas a razón de una por año, serie que pensaba continuar sin término pero terminó cansándolo. Cierto o no (el propio contenido del libro impide tomar en serio cualquier enunciado que aparezca, según quiere el giro arcaico “en letra de molde”), Las aventuras de Barbaverde se presenta como una tetralogía, asignándose a cada una de las historias que la integra un año de composición correlativo entre 2004 y 2007. Si bien esto no constituye una novela “estándar” –lo que supondría la vuelta del autor a un formato que hace tiempo no visita–, el conjunto produce un curioso efecto de lectura sobre su tradicional escritura breve.
A modo de síntesis, valga decir que las peripecias narradas no son las de Barbaverde (o lo son sólo tangencialmente, ya se entenderá por qué) sino las de Aldo Sabor, novel periodista rosarino obsesionado por el “célebre aventurero internacional”, y Karina, una ubicua artista posconceptual a la que él ama en secreto. Como adivinarán los habitués, ambas ocupaciones (arte y periodismo) brindan a la prosa ocasión de epigramáticas reflexiones, mientras que, a diferencia del malvado Doctor Frasca, su archienemigo, el mítico Barbaverde no se presenta, actúa a distancia, es meramente vislumbrado, una figura de la nada, un vacío... y acumular más observaciones que concuerden con determinadas concepciones acerca del escritor y su cuerpo dentro de la literatura resultaría, probablemente, de una obviedad apabullante.
El avance de las páginas convence a cualquier lector de encontrarse frente a un acérrimo acólito de la Orden del Significante: aquí, el lenguaje es un conjunto de signos funcionales que sólo valen por su posibilidad de ser combinados y aparecer en series que resulten extrañas pero no gramaticalmente imposibles, jugando si se quiere con el equívoco o la sorpresa que pueden producir los valores de esos signos en otros contextos.
Las aventuras de Barbaverde es un texto donde el lenguaje parodia incansablemente sus posibilidades combinatorias, aunque, a decir verdad, lo de “incansablemente” es una declaración optimista. Ya al promediar la segunda historia (“El secreto del Presente”, quizá la mejor de las cuatro), la reiteración del procedimiento –he aquí lo novedoso de este volumen largo– acusa un efecto paradójico: una vez sistematizado que la cadena admitirá la aparición de cualquier elemento, que sea uno u otro finalmente carece de importancia; vale decir, se liquida la posibilidad del hallazgo, condenando la sucesión al tedio. Al igual que frente al niño que, carente del sentido de la oportunidad, muestra el enésimo dibujo del día o cuenta el centésimo colmo, el lector se limita a avanzar con la misma indulgencia con que podría decir “sí, sí, muy bonito”.
Nadie sabe, mejor que Aira, que en literatura es imposible volver a hacer lo mismo: la repetición engendra diferencia. Justamente, todo aquello que en La liebre, Ema, la cautiva o incluso La guerra de los gimnasios sacudía de su anquilosamiento a la lengua de la literatura argentina, sorprendía al lector, ilusionaba al pensamiento, hoy resulta, como en las sucesivas entregas de una aventura de historieta, materia episódica, conocida, cansina.
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