TESTIMONIOS
Cuando su madre murió, en 1989, la escritora y periodista Helen Epstein comenzó a explorar una historia familiar que la llevó a Checoslovaquia y tras los pasos de los sobrevivientes del Holocausto.
› Por Sergio Kisielewsky
Tras la historia de mi madre
Helen Epstein
Editorial El Ateneo
334 páginas
El pasado que le tocó vivir a la madre es puente y lugar de escritura. Helen Epstein se interna en una zona de riesgo. Arma un rompecabezas sobre una mujer, Franzi, que no sólo fue su madre sino una sobreviviente. Pasó por tres campos de exterminio y pudo reinventarse como modista de alta costura. Entre papeles de los deudos, la autora emprende una travesía difícil de igualar. Viaja a Praga, a Viena, busca en archivos, en pueblos que no están en los mapas; se contacta con el editor de libros infantiles Jiri Fiedler, que dedicó su vida a recopilar información sobre los judíos checos. El, de ascendencia católica, aprendió a hablar el idish y recopiló cerca de 70.000 fotos sobre la colectividad. Pero ninguna sobre la familia de Helen.
La reconstrucción es lenta pero también inevitable. La hija se asoma a un abismo y es allí donde renace como escritora. No se amilana con el vértigo ni la intemperie que dejó la historia. Ella misma nació en Praga en 1947 pero su crianza transcurrió en Nueva York.
Si algo torna potente la trama, su historia, que se asemeja a un torbellino, es la ajustada traducción de Mónica Szurmuk. Atenta al sentido musical que por momentos brilla en el texto, también nos revela cauces y nuevos sentidos en los relatos. Como una llovizna que no deja de mojar, la obra crece sin dejar de estremecer. ¿El lector es devorado por la topadora de los sucesos? Vale la pena hundirse allí, pues Francis se reconstruye desde su amor a Gustav Mahler, recorridos por pueblos donde la revolución industrial siguió de largo y más de un oficio que practicaban los judíos y hoy mueven a la sonrisa, como los de fabricantes de botones y vendedores ambulantes varios. Entonces la ficha sociológica que por momentos tienta a la escritora deja paso a la vida misma, a los latidos perceptibles que una y otra vez desmoronan las cosas.
Kafka, el más famoso de los judíos checos, narró como nadie la migración del campo a la ciudad. En ese contexto es cuando su abuela Pepi se especializa también en el oficio de la alta costura. Donde ya se escucha hablar de la “cura del habla” que un tal Sigmund “Freíd” ejercía en Viena. Mientras tanto, en el salón de alta costura, Franzi tenía como clientas a cantantes de ópera y actrices. Los hechos de discriminación y las leyes antijudías se multiplicaban, pero el trabajo era una constante en su vida desde los 15 años. Cuando la detienen comprende que es judía.
El 15 de marzo de 1939 Hitler invadió Checoslovaquia y otra historia comienza para la madre. Los judíos no podían tomar taxis, estaban excluidos de los parques, no podían andar en botes en los paseos por el río ni asistir a colegios, no podían entrar en las bibliotecas y les estaba prohibido hasta comprar el diario.
Francis siempre contó que en los campos de exterminio recibió su educación superior. Todo lo que se narra en el libro sobre el Holocausto se hace con pudor y respeto. No hay un solo momento donde la tinta se mezcle con la sangre. Por eso, el efecto es doble. El pasado huye y el libro retiene el galope de la sangre.
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