Dom 15.06.2008
libros

POESíA

Contra las trampas del discurso amoroso

Aunque es difícil de rastrear en librerías, se puede acceder a la obra de W. H. Auden en castellano. Este poeta inglés amigo de Isherwood, con quien emigró a los Estados Unidos, cultivó la distancia clínica en la poesía y también la agudeza reflexiva en el ensayo.

› Por Guillermo Saccomanno

En materia poética W. H. Auden prefería la “distancia clínica” del tema elegido, liberar las emociones, despersonalizarse. Hace unos años su poema “Detengan los relojes” alcanzó cierta popularidad gracias a la comedia Cuatro bodas y un funeral, esa secuencia del responso en que un personaje despide a su amante muerto recitando sus versos: “Detengan los relojes y desconecten el teléfono, / denle un hueso jugoso al perro para que no ladre, / hagan callar los pianos, toquen tambores en sordina,/ saquen el ataúd y llamen a las lloronas” (...) “Ya no hacen falta estrellas: quítenlas todas/ guarden la luna y desmonten el sol,/ tiren el mar por el desagüe y poden los bosques, / porque ahora ya nada puede tener utilidad”.

Wynstan Hugh Auden, a quien le gustaba firmar W. H. Auden, nació en York, 1907, en una familia de clase media que más tarde se trasladó a Birmingham. En 1922, en su primer colegio, fue amigo y amante de Christopher Isherwood, más tarde célebre como el narrador de Good Bye, Berlin, la novela que inspiró Cabaret. Al dúo se le sumaron después, entre otros, Cecil Day Lewis y Stephen Spender: formaban lo que se dio en llamar “el grupo Auden”. T. S. Eliot, su maestro y más tarde editor, advirtió pronto qué cuerdas estaba destinado a tocar el joven Auden a pesar de su búsqueda de ascetismo: un registro donde lo conceptual ocupara un sitio importante remitiendo a lo cotidiano. Provocador, generoso, a menudo solitario y cerrado, Auden se trasladó a Berlín en 1928 donde, contra las sombras que se cernían, las costumbres sexuales eran más elásticas que en Gran Bretaña. Entonces contrajo matrimonio con Erika Mann. El enlace entre el homosexual y la lesbiana, hija del autor de La montaña mágica, fue un ardid para que ella obtuviera pasaporte de salida de Alemania. La sexualidad o, lo que ahora se considera el género, no era un conflicto para Auden. “El tema es sólo la percha en la que colgamos los versos” –sostuvo–. Ninguna mujer es una esteta. Ninguna ha escrito jamás versos absurdos. Los hombres son playboys. Las mujeres, realistas.” Aun cuando Auden se propusiera “elegir deliberadamente lo más árido y guardar las lágrimas en un cajón”, pocos poetas lograron en su tiempo un público con tal grado significativo de identificación. Auden se juzgaba a sí mismo más “como un trabajador que como un luchador”. No obstante en esos años difíciles simpatizó con el Partido Comunista y manejó una ambulancia en la Guerra Civil Española. Pero el compromiso no lo cegaba: “Entre la media docena de cosas por las que un hombre de honor debe estar dispuesto a morir están el derecho a jugar, a la frivolidad, que no son lo menos importante. Todo arte supone un ejercicio de frivolidad mientras caen las bombas, se arrasan las ciudades y se alambran los campos de concentración”. También anotó: “En nuestra época, la simple producción de una obra de arte es en sí un acto político”. En 1939, con visas temporarias, Auden y Isherwood se embarcaron hacia Estados Unidos. Tiempo más tarde Auden, siempre reticente a la pacatería británica, adoptaría la ciudadanía norteamericana. Alquiló un departamento en Brooklyn Heights, lo compartió con Carson McCullers. Intimó con Benjamín Britten. Los unió la atracción por lo sacro y lo profano. Leyendo a Kierkegaard, se volcó al cristianismo. Un libro lo marcó: Las obras del amor, del filósofo danés, una compilación de ensayos donde se define el amor como una cuestión de conciencia. En este período conoció a Chester Kallman, un poeta maduro, que sería su relación más duradera.

La obra de Auden reúne, además de poesía, ensayos numerosos que se caracterizan por su elegancia y mordacidad, en un gusto próximo al de Cyril Connolly. Una curiosidad en su producción: la escritura del himno de las Naciones Unidas musicalizado por Pablo Casals: “El problema, al escribirlo, era que no se debía ofender a ningún hombre, ni a la naturaleza ni al mundo. También debía evitar los clichés más tristes. Decidí que la clave estaba en crear imágenes musicales. Porque la música, a diferencia del lenguaje, es internacional”. Lo que induce a pensar en la dificultad de traducir toda poesía, incluyendo la suya, la más sencilla.

Auden pensaba: “La piedra de toque de todo arte es su precisión”. Por eso le causaba gracia que Joyce lo citara entre líneas en su denso Finnegan’s wake. Pero Auden nunca se explayó mucho al respecto. Con respecto a la crítica literaria Auden pensaba que “escribir reseñas malignas no es un ejercicio saludable para el carácter”. Aunque detestaba el rock, les prestó atención a Los Beatles y elogió las letras de John Lennon.

En un reportaje de Paris Review opinó: “Lo que arruina tantos matrimonios es la idea romántica del enamoramiento”. Su cuestionamiento al ideal amoroso pequeño burgués lo expresó en Un poema no escrito, una tentativa ensayística tan concentrada como destellante de textos cortos. Más que aforismos, como los define su traductor Javier Marías, se trata de una serie de reflexiones que socavan la escritura de poesía amorosa y los peligros que implica el “tú”. Auden enfrenta los riesgos de la escritura erótica, denuncia la pretensión de sinceridad y la afectación como caretas retóricas. Por algo subtituló el libro Poesía y Verdad al modo de Goethe. Humprey Carpenter, su biógrafo, plantea que el “tú” a que alude Auden es una amalgama de al menos tres hombres: el mencionado Kallman, Orlan Fox, un estudiante de Columbia University con quien Auden tuvo relación intelectual y sentimental y, además, un muchachito vienés, un tal Hugerl, que levantó en un bar de Kirchstetten, Austria, en 1958. “Tú querías dinero –le escribió Auden en unos versos–. Y yo quería sexo.” Un poema no escrito, en su gesto desmistificador, es una lección acerca de la hipocresía de toda poesía amorosa. Y no sólo. También es un antecedente al que deben no poco los Fragmentos de un discurso amoroso barthesianos.

Auden murió en Viena en 1973. Y dejó constancia de que estas meditaciones se publicaran autónomas, independientes del resto de su obra poética.

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