Domingo, 13 de julio de 2008 | Hoy
BURKE
La nueva obra de Peter Burke puede leerse como ampliación y revisión de Historia y sociología, su clásico de los ’60.
Por Jorge Pinedo
Historia y teoría social
Peter Burke
Amorrortu
312 páginas
Las viejas divisiones entre historiadores y sociólogos se sostienen únicamente en las tradiciones académicas, pues los títulos de los estudiantes deben decir algo. Por fortuna, hoy por hoy la rigidez de esas disciplinas se ha diluido en el caldo interdiscursivo aportado por la antropología, la lingüística, la semiología, la economía, la psicología, la crítica literaria, la filosofía, en fin, hasta la topología y la geografía. Renovadas brisas que hicieron a estas ciencias despegarse del corset universitario y pasar a definirse por los respectivos marcos teórico-metodológicos. Ya de acuerdo en que es tan buena idea interiorizarse en cómo funciona una sociedad, como la manera en que se escribe su devenir, el catedrático de Sussex y Cambridge, Peter Burke, sistematizó disyuntivas y convergencias a principios de los ‘60. Ensayo convertido rápidamente en libro de texto, aquel pionero Sociología e Historia resignificó la labor de los especialistas, pateó traseros y abrió puertas. Casi medio siglo después, con la oleada interdisciplinaria, otra vez todo volvió a dejar de ser lo que era y Burke se lanzó a actualizar su obra clásica. Más desenfadado y suelto de cuerpo, se percató de que no bastaba con una revisión, de modo que escribió otro libro, Historia y teoría social que, con cinco años de demora, arriba a estas playas. Una bicoca la tardanza si se revisa la profusa bibliografía que Burke comenta y que por aquí no se conoce ni de mentas.
En la cresta de la ola se ponen en cuestión conceptos vapuleados por el sentido común, naturalizados por los mass media, cuando no naturalizados por las craneotecas orgánicas del establishment: comunidad, identidad, clase, status, capital, movilidad, intercambio, centro, periferia, poder, transculturación, sincretismo, su ruta...
No menos detestado por la caverna historiográfica conservadora que por la ciénaga sociológica interaccionista del todo-tiene-que-ver-con-todo, Burke abona tales animosidades al sostener, sin ir más lejos, que la ciencia social participa “como los novelistas y los poetas, en la actividad de la ficción; en otras palabras, también ellos son productores de artefactos literarios de acuerdo con reglas de género y estilo (sean conscientes de éstas o no)”. Simpáticas provocaciones que, no obstante, nada le restan a la seriedad del desarrollo. Por el contrario, le habilitan incluso a tomar posición: tras simplificar –adrede, a los fines ejemplares– las dos principales corrientes teóricas en los evolutivos y los partidarios del conflicto (donde hace del nombre de autor, sustantivo: Spencer y Marx), propone una “tercera vía” a la Blair: “Lo más útil es ver la relación entre cultura y sociedad en términos dialécticos, y considerar que una y otra son a la vez activas y pasivas, determinantes y determinadas. De un modo u otro, la construcción cultural debería verse como un problema y no como un supuesto”. Lo que se dice: (re)nace un clásico.
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