Domingo, 14 de septiembre de 2008 | Hoy
Relatos breves y fragmentados suman una dura visión sobre la vida en un hospital público.
Por Ezequiel Acuña
La Internación
Reni Levy
Alción Editora
165 páginas
Laura, psicóloga, recorre los pasillos del hospital donde trabaja. Un hospital público en plena decadencia, submundo de espacios habitados por una pobreza enfermiza y una sordidez excesiva para ser narrada. Es psicóloga de niños, pero debe lidiar también con los padres y los desajustes familiares que trata de reparar con las armas de la experiencia profesional. Hay muerte, locura y enfermedad en ese espacio de hospital que se construye más por lo que debería ser que por lo que es. En definitiva, Laura, el personaje principal de La Internación, navega e intenta refugiarse allí donde sólo se erige el fracaso de una sociedad en ruinas. Por los pasillos con olor a hospital circulan también una gran cantidad de personajes y nombres, pacientes y doctores, todos llevando la tragedia adherida a la piel, construidos a partir de esa tragedia. Como si detrás –o fuera de las paredes del hospital– no hubiera más que vacío, lo mismo repetido. Y en ese aparecer indefinido de personajes que se confunden, durante la lectura, entre unos y otros, parece reproducirse una forma de alienación más grande que la simple población anónima y masiva de un hospital público.
En La Internación se reconoce un gran esfuerzo por representar la crudeza de las vivencias de un país en decadencia, y sin embargo esa crudeza que pretende ser real a cada momento choca y se refuta con los diálogos hiperrealistas, correctos y literarios. Y es que los mejores pasajes del libro son aquellos en los que la verosimilitud deja de tener importancia, relatos cortos en los que el dolor se concentra hiriendo a cada momento la mente y, sobre todo, el cuerpo de los personajes, sin explicaciones y sin causalidades. Estarán por un lado los niños, sus problemas psicológicos y fisiológicos, y sus familias desgarradas. Por otro lado circulará la pobreza como una materia propia del hospital público (revelada tanto en los pacientes como con los insumos y la economía del propio hospital). Y por último se entremezclan las disputas de poder, los cargos ocupados por profesionales irresponsables y los profesionales responsables indignados e impotentes. El personaje de Laura es la voz que presencia cada uno de los relatos funcionando como una figura que asegura la conexión entre los relatos y la narración de la experiencia. Laura, con sus miedos y enfermedades, con el recuerdo de la madre muerta de cáncer, se disuelve entre los restos de ese cuerpo fracturado, descuartizado –cuerpo anónimo y doliente– en el que se convierte la novela. Cada uno de los capítulos funciona con una autonomía casi total, dejando la construcción de la novela en manos de una fragmentación casi compulsiva, como si la única forma de alcanzar un relato fuera la consecución de signos en forma de texto, uno luego del otro, dejando a la vista, precisamente, lo inagotable de las historias trágicas dentro de un hospital.
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