ANTOLOGíA >
Fue una de las revistas que marcaron época. Supo reunir a intelectuales, escritores y periodistas de enorme influencia en América latina en un período especialmente convulsionado para la relación entre política y cultura. Una antología reúne una selección de artículos y arma una posible lectura del peso de Crisis.
› Por Angel Berlanga
No pasará demasiado tiempo hasta que a alguien se le ocurra reeditar la colección completa, pero mientras tanto, a modo de aperitivo, la licenciada en Letras e investigadora María Sonderéguer seleccionó 35 de los textos que aparecieron en sus páginas para darle cuerpo a la antología Revista crisis (1973-1976) - del intelectual comprometido al intelectual revolucionario, un muestrario contundente de las virtudes que reunía la publicación que dirigió, desde el comienzo y durante todo ese período, Eduardo Galeano. “Si para escribir una historia de la cultura de una época dada –anota la compiladora en el ensayo de presentación– es necesario poner en relación los cambios de hábito, de escritura y de preocupaciones de los intelectuales con las vicisitudes de la política, las transformaciones de la mentalidad, los cambios en la moda artística y el gusto, la relectura de la revista Crisis, que transitó diversos dominios, nos ofrece una perspectiva ejemplar.”
Sonderéguer organizó esa relectura con miradas hacia tres direcciones. La primera, Lecturas de la historia, incluye diversos textos de y sobre intelectuales enfocados desde un sesgo nacional, entre otros Scalabrini Ortiz, Jauretche, Manuel Ugarte, Cooke, Ingenieros, Hernández Arregui. La segunda, Comunicación y cultura popular: una redefinición de las jerarquías simbólicas, contiene, por citar un trío de ejemplos, trabajos de Pichón Rivière sobre el surrealismo argentino, de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera sobre literatura policial en el país y de David Viñas en torno de núcleos de discusión alrededor del teatro. Tercera y última, Semblanzas y modelos, un surtido de abordajes a figuras emblemáticas de la cultura: Yupanqui, Castelnuovo, Cortázar. Alguna referencia más a los textos escogidos: hay entrevistas de María Esther Gilio a Borges y Daniel Moyano, un retrato de Macedonio Fernández escrito por Noé Jitrik, una antología sobre Manzi hecha por Aníbal Ford, un reportaje de Martini Real a Haroldo Conti. La riqueza del conjunto es inmensa.
El período en el que se despliega la revista en esta primera etapa –fue retomada un par de veces después, en los ’80– es un dato central: abril del ’73, a un mes de la elección de Cámpora, agosto del ’76, dictadura implacable. Período crucial tanto para la Argentina como Latinoamérica: a pocos meses de la salida, Pinochet liquidó la democracia en Chile.
Anota Sonderéguer que no hubo “declaraciones de principios” ni “manifiesto inaugural” en torno del rumbo de Crisis, pero de arranque nomás quedó clara su brújula cultural y política (de izquierda). Destaca, luego, “algunas de las líneas fundantes”: la revisión y relectura de la historia argentina; la revalorización de géneros “menores” –circo, teatro criollo, telenovelas–; la revisión de la tradición; la legitimación de lo popular; historias de vida y “oficios terribles”; “la búsqueda comunicacional –consigna Aníbal Ford, cita la antóloga–, el intento de pasar de textos difíciles o pesados a textos leíbles para el lector común”.
Sonderéguer señaló en una entrevista que el proyecto inicial de la antología trepaba el millar de páginas y que fue necesario hacer recortes; acaso de allí la falta de una mirada específica y más frondosa sobre la dimensión latinoamericanista que Crisis trazó número tras número a partir de panoramas de poesía y narrativas, inéditos de autores de diversos países, ensayos y crónicas. En la presentación, de todos modos, Sonderéguer destaca y desarrolla ese componente; el libro incluye, además, dos trabajos al respecto: uno sobre los dueños de los medios de comunicación del continente, de Heriberto Muraro, y otro sobre “los escritores y la revolución posible”, de Mario Benedetti.
“Producida y dirigida por intelectuales procedentes del ámbito universitario, del campo de la literatura y el periodismo –anota Sonderéguer–, Crisis aspira a replantear los límites mismos del campo intelectual, operar sobre la noción misma de cultura y revisar las reglas de legitimación intelectual”.
Marcha y Primera Plana están en la genealogía de la revista; las experiencias previas y quizás el tiempo de elaboración, de la frecuencia semanal de ambas a la mensual de Crisis, en combinación con lo crucial de la época, el tránsito por esas líneas fundantes y la maestría de muchos de los que escribían, le dieron a la publicación un carácter emblemático que subsiste intacto, un eco que se hace palabra y lectura, otra vez, en esta antología.
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