Domingo, 12 de octubre de 2008 | Hoy
ENSAYO
En agosto de 1978 aparecía Convicción, el diario vinculado a la Marina y a Massera en particular. Fue un curioso experimento político-periodístico, que abrió un paradójico espacio que los grandes medios cerraban. Un ensayo reconstruye la historia de una incomodidad argentina.
Por Gabriel Lerman
El diario de Massera
Marcelo Borrelli
Koyatun
202 páginas
Cómo se construye la normalidad de una dictadura? ¿Cómo es posible que aun bajo estricta censura se dibujen hipótesis benévolas sobre el futuro de las cosas, y que las mesas de arena de la política ofrezcan alternativas superadoras construidas sobre premisas canallescas? Habría que pensar en lo siniestro según Freud, ese relámpago fugaz e inquietante, donde una extrañeza irrumpe y no puede ser puesta en discurso. Es lo familiar que retorna bajo el signo del espanto. La historia del diario Convicción, con ese nombre tan elocuente y cínico a la vez, es una de las historias de la dictadura militar cuyo repaso devuelve una dimensión oscura, temible, que amplifica y descoloca frente a la posibilidad de discernir los atajos, las derivas, las apuestas simultáneas o paralelas del poder militar. El 1º de agosto se cumplieron 30 años del lanzamiento de Convicción, matutino porteño que llegó a tirar 20 mil ejemplares diarios y hasta 40 mil en tiempos de la Guerra de Malvinas. Marcelo Borrelli, autor de El diario de Massera. Historia y política editorial de Convicción, señala que “es un diario que nace vinculado con el bloque de poder, la dictadura, la Marina y principalmente su jefe, Emilio Eduardo Massera”. “Moderno” y en formato tabloide, buscaba heredar cierto estilo de La Opinión, en tanto diario alterno a la prensa tradicional, aunque con un sesgo político que, si bien matizaba a la dictadura según sus sectores y se permitía la crítica de algunos aspectos de la agenda pública, la tenía como puntal y base de sus condiciones de existencia. Alejandro Horowicz, quien trabajó en el diario desde los meses previos del lanzamiento en agosto de 1978 hasta mediados de 1980, relató a Borreli que los magros resultados del comienzo convencieron a Lezama, su director, de convocar a periodistas profesionales, que en su mayoría se ubicaban lejos del ideario “procesista”. Convicción ofrecía buenos sueldos en comparación con otros diarios. Borreli se declara tributario del libro del periodista Claudio Uriarte Almirante Cero, esa biografía escalofriante sobre Massera. Uriarte –quien fuera redactor de la sección Internacionales de Convicción, hace poco fallecido– señaló en su libro que “se manejaba un criterio de excelencia un tanto desordenado, basado en la obsesión esteticista de Lezama y en su convencimiento de que los periodistas estaban allí para fabricar un buen diario; para elaborar la línea política estaba él”. La ecléctica redacción fue publicitada con orgullo desde sus páginas. En una propaganda de fines de 1981 presentaba a sus colaboradores como: “El mejor staff periodístico de la Argentina”. Se publicaban notas especiales sobre Proust y Alejandra Pizarnik, Günter Grass, Milan Kundera, había espacios para el panorama teatral, cinematogáfico y de la plástica porteños. Claudio Uriarte afirma que “en la sección Espectáculos se hacían notas reivindicando los derechos de los gays y lesbianas, y notas feroces contra la censura cinematográfica. Se publicaban reseñas de lo que se estrenaba en Europa y aquí se prohibía. Hugo Becaccece tenía a su cargo una sección muy divertida citando a Merleau Ponty y a Sartre”. Notas sobre Andy Warhol, actualidad del psicoanálisis y la filosofía, una sobre los 40 años del fallecimiento de Freud escrita por Germán García, sobre violencia y mujer, y un suplemento dedicado a Martin Buber. En Convicción trabajaron Jorge Castro, Luis Domeniani, Carlos Fernández, Enrique Macaya Márquez, Jorge Manzur, Juan Carlos Montero, Marcelo Moreno, Daniel Muchnik, Juan Carlos Pérez Loizeau, Ernesto Schoo, Any Ventura, Marcelo Araujo, Fernando Niembro, entre otros.
Lezama sabía de los planes de recuperación de Malvinas desde fines de 1981, cuando se inician secretamente. Y desde ese momento Convicción empieza a alertar que algo muy importante va a pasar en el Atlántico Sur. “Dejémonos de pensar en las tasas de interés y empecemos a pensar en lo que va a pasar muy pronto en las Islas Malvinas”. A medida que se acerca la apertura democrática, Convicción editorializa en dos sentidos: uno es el de mantener la unidad de las Fuerzas Armadas y darle un rol de tutelaje a la futura democracia, otorgarle un rol institucional. Acepta la inevitabilidad del fin del régimen pero pide que las Fuerzas Armadas se mantengan unidas en medio del desmoronamiento del proceso. El otro sentido, clave, es la no revisión de lo que llaman la “represión ilegal”, porque era una etapa que había que cerrar definitivamente. Al cumplirse un año de la recuperación de Malvinas, Lezama pide “remalvinizar” la Argentina, volver a ese 2 de abril donde Fuerzas Armadas y pueblo se habían unido. En 1983, se insiste reiteradamente en que “todos somos responsables de lo que pasó”. La sociedad es golpista y la sociedad argentina sabe que demandó que las Fuerzas Armadas hicieran lo que hicieron. La teoría de los dos demonios hacía su entrada triunfal, mientras que pocas semanas antes de las elecciones, Convicción se retiraba de los quioscos.
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