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Domingo, 19 de octubre de 2008

Setenta veces Sáenz

 Por Juan Pablo Bertazza

Dalmiro Sáenz ha participado de muchas facetas de la vida, el arte y la cultura a lo largo de una vida que ya lo encuentra con 82 años. Es tan prolífico para crear esas diversas facetas como para escribir, y sus libros publicados son de lo más heterogéneo y van camino al medio centenar, desde el iniciático Setenta veces siete (1956) hasta Pastor de murciélagos (2005) pasando por Carta abierta a mi futura ex mujer (1968), Las boludas (1988) o La patria equivocada (1991), por nombrar sólo algunos títulos resonantes. Por eso resulta tan fuerte la expectativa de saber con cuál de todas las caras nos vamos a encontrar ahora que nadie responde el llamado del timbre y, de repente, aparece Sáenz despidiendo a un alumno de su taller literario y, entonces, ya en el ascensor, rompe el hielo compadeciéndose de ese “pobre alumno, que está bastante deprimido porque no se la cree, y en la literatura hay que creérsela, si no, no va la cosa”.

Es el inicio de un encuentro en el que Dalmiro Sáenz irá mostrando un poco de cada una de sus facetas –el inesperado, el político, el polémico– y, a la vez, ninguna de ellas totalmente. Pero, al parecer, no son facetas continuas sino simultáneas. Es así que hay algo del Sáenz político en el Sáenz polémico, algo del Sáenz inesperado en el Sáenz político, y así hasta una especie de infinito donde, llamativamente, parece brillar por su ausencia la del escritor, porque tal como él mismo confiesa: “Yo nunca me tomo en serio, y la verdad es que no me gusta hablar de literatura”.

EL SAENZ INESPERADO

Paradójicamente, los datos menos conocidos de la vida de Dalmiro Sáenz surgieron al principio de la charla. Cierta extrañeza genera ya enterarnos de que es hijo de Lucrecia Sáenz Quesada de Sáenz (ganadora de un premio Emecé con su novela Victoria 604) y de un contraalmirante de la Marina Argentina. “Mi madre era catolicona, mi padre era indiferente a la religión. Pesado, pero muy buen tipo”, dice Dalmiro.

Empezaste a publicar a los treinta años. ¿Cómo resumirías tu vida hasta entonces?

–Antes de empezar a escribir, fui marinero durante mucho tiempo, estaba en una compañía de Perez Companc. En esa época de mi vida también boxeaba y cuando me salían peleas aprovechaba para viajar. Estuve en Ushuaia y llegué incluso a la Antártida, donde pasé tres días. Tenía una manager bastante hábil, lástima que yo no era muy bueno boxeando, pero me gustaba mucho. Me hubiera encantado destacarme más en el box, nunca llegué a tener peleas demasiado importantes, y además era mal perdedor conmigo mismo, hacía ostentación de lo contrario pero la verdad es que la pasaba muy mal cuando perdía. Además era de categoría mediano, lo cual es un verdadero problema porque no sos ni grande ni chico. Navegar es una excelente forma de entrenarse porque hay mucho tiempo libre, y además hay mucha amistad entre los hombres, seguramente por la soledad. A mí las minas me gravitan mucho, debe ser por eso que como en los viajes no estaba mucho tiempo con ninguna, me agarraba una especie de odio con la vida. Es más: cuando estás en esos lugares creo que lo importante no son las mujeres reales sino la mujer que cada uno tiene en su cabeza, ¿no? Por eso, en definitiva, las amistades que iba haciendo con mis compañeros de viaje las usaba como una especie de espejo para empezar a conocerme a mí mismo. Por ese entonces no escribía pero creo que, durante esos viajes, algo debe haber pasado para que muy pronto empezara a escribir.

Todavía no escribías pero seguramente leías bastante. ¿Hubo, por entonces, algún libro que tal vez te haya impulsado a escribir?

–Sí, puede ser ahora que lo pienso un poco. De hecho, cuando estaba navegando me enamoré de Faulkner, especialmente de Las palmeras salvajes.

Otra faceta que no se conoce mucho de vos tiene que ver con tu trabajo como guionista.

–Sí, escribí muchos guiones y creo que los guiones tienen muchísimo que ver con la literatura porque por lo menos cuando yo escribo pienso en imágenes. Pero creo que la única película que salió buena a partir de un guión mío fue Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, la que ganó la Concha de San Sebastián y que estaba basada en el cuento “El pecado necesario”. De ésa me gustó todo, cómo quedó el guión, la dirección de Fernando Siro y el clima en general. Pero la película de Setenta veces siete anduvo muy mal. Cada vez que pienso en esa película me da mucha ternura Torre Nilsson, porque él amaba lo que hacía. No era muy simpático, no era muy humano pero amaba tremendamente su profesión. Creo que Armando Bó era lo contrario de Torre Nilsson: divina persona pero medio bestia. Después, me acuerdo que le tomé un poco de odio a Isabel Sarli porque había hecho sólo cosas comerciales y pobrecita, ¿no? era ella y hacía lo que podía, hacía un papel muy barato, era muy auténtica en ese sentido. Después cuando la fui conociendo un poco, empecé a entenderla.

También hiciste los diálogos para una película dirigida por Daniel Tinayre y protagonizada por Sandrini, Kuma-Ching.

–Sí, cuando lo conocí a Sandrini, por intermedio de Tinayre, él era ya muy conocido. A Tinayre, a su vez, lo conocí en lo de Mirtha, no en el programa sino en la casa. El estuvo bastante antipático conmigo y me ofendí. Yo había dejado mi moto en el jardín de la casa de Mirtha y cuando me empezaba a ir pasó algo increíble: Tinayre agarró el auto y me empezó a seguir por el barrio hasta que se instaló y se me puso en el medio en una calle muy angosta con el auto para que no pudiera salir. Todo eso para pedirme disculpas: fue muy, muy raro que un tipo tan soberbio me pidiera disculpas así, de semejante manera.

EL SAENZ POLITICO

Si bien Dalmiro Sáenz se involucró de manera directa con la política (rasgo que tal vez para muchos también forme parte del “Sáenz inesperado”), jamás hizo alarde ni intentó tampoco hacer política con su literatura, aun estando lo suficientemente predispuesto por su fuerte impronta realista que, en cierta forma, lo emparienta con la literatura de David Viñas. Todo esto no quiere decir, por supuesto, que su literatura no sea susceptible de poder ser leída en términos políticos, pero una de las constantes en su carrera es el escaso valor político que le asigna a la literatura en general. Es en ese sentido que se opone, justamente, a Viñas.

Sin embargo, sí se da en Sáenz el caso inverso, ya que su vida política lo inspiró, según él mismo cuenta, para hacer literatura. Al respecto es interesante el uso alternado que hace Dalmiro Sáenz (que define su paso por Montoneros con una mezcla de orgullo y pudor) de las palabras monto y montoneros.

¿Alguna vez te cansaste del realismo y quisiste escribir algo más fantástico?

–Creo que sí llegué a cansarme un poco del realismo, aunque después se me pasó. De lo que nunca me cansé es del cuento. De todos los géneros, me siento mucho más cómodo en el cuento. Será porque depende un poco de la trampita, de la viveza; el teatro es lo que me resulta más difícil. Me encanta ver teatro pero me resulta muy sufrido escribirlo. En cuanto al género fantástico, escribí pero no llegué a publicar nada. Muchas veces tuve ganas de escribir cosas bien fantásticas, sobre todo ciencia ficción. No es que tuve que reprimirlo porque trato de no reprimir nada, pero sí es verdad que no pude manejarlo, se me iba de las manos. Si todo cuento se va de las manos en algún momento, con las cosas de tipo fantástico o de más imaginación ya me pasaba de rosca. Por otro lado, si bien es verdad que siempre me consideraron un escritor realista, yo creo que hay mucho de imaginación en lo que escribí. O libertad, quiero decir. Será porque nunca intenté resolver ningún problema político con mi escritura.

¿Y qué pasó al revés? ¿Cómo influyeron tus intervenciones políticas en tu literatura?

–Fui monto. Fui montonero durante mucho tiempo. Y creo que esa etapa le dio mucho a mi vida en lo que hace a lo literario. Cuando estuve preso en la Escuela de la Armada, pero no por montonero sino por escribir, me acordaba de cuando era chico y lo iba a buscar a mi padre, que estaba en la Marina, con un chofer; y también de los trapos que, en los buques, llevaban los nombres de los almirantes... siempre me acordaba de cuando ahí figuraba el nombre de mi papá. Yo me hice montonero una vez que papá murió pero siempre tuve líos con él aunque nunca por cosas políticas. Nos empacábamos mucho, él era muy inteligente. Y cuando estuve preso no me torturaron, no hubo picana pero sí me golpearon mucho. Y una de las cosas que pensé o que confirmé estando ahí, y que incluso también creo yo que intervino en mi literatura, es que cuando hay violencia no hay odio.

¿Cómo ves hoy esa participación en Montoneros?

–Bueno, cuando fui monto participé de un solo operativo grande que fue el ataque a la prefectura de Zárate (fechado el 1º de enero de 1972). La Prefectura es igual que la Gendarmería, tienen fama de ser más buenos, pero te aseguro que son igual de duros. Al día siguiente hubo un montón de comentarios y yo no sé muy bien lo que sentía: siempre tuve la sensación de que nos disfrazábamos de los buenos, pero no sé si era muy cierto, ¿eh? Uno amaba más la lucha que la victoria. Yo creo que éramos algo así como la aristocracia del coraje. También éramos muy inmaduros, teníamos un puritanismo muy infantil, aunque también sucedía lo mismo de parte del enemigo: yo conocí gente de la policía que era muy valiosa, creían en lo que hacían. Y eso que, en esa época, para mí ellos eran despreciables. Ahora sigo pensando igual, pero quiero decir que, en su accionar, no se notaba, no se notaba para nada. Hay una frase que dice “dime de qué te jactas y te diré de qué careces”. Creo que es una gran verdad. Las grandes obsesiones de uno, en general, desnudan grandes carencias; quiero decir, atacar tanto al fascismo es, en cierta forma, una manera de ser fascista.

Te cuento algo a ver si me entendés: una vez presencié, en Plaza Italia, una pelea de un soldadito colimba contra unos granaderos a caballo. Me había impresionado la valentía de ese soldadito, cómo peleaba, cómo iba al frente. Pero después lo agarraron los policías y yo lo vi también declarar. Entonces me di cuenta de que era todo lo contrario a lo que yo había imaginado: era egoísta, cobarde y obsecuente. Yo había inventado un ser mitológico.

EL SAENZ POLEMICO

Mucho de lo anterior conduce directamente, y sin escalas, a la faceta más polémica de Dalmiro Sáenz. Y en este caso la expectativa que produce una figura como la suya es la siguiente: ¿qué queda del hombre polémico cuando la transgresión, como sucede por estos días, parece ser la regla? Más allá de la respuesta, lo cierto es que a veces da la sensación de que en Dalmiro Sáenz la polémica se volvió algo así como una costumbre, algo habitual. Y ese acostumbramiento a veces vuelve difícil de interpretar o de entender sus polémicas o ironías. Así, cuando se le pregunta, por ejemplo, por la reedición de Setenta veces siete a cargo de Abelardo Castillo para la Colección Los Recobrados, de Capital intelectual, Sáenz contesta que Abelardo “ni me llamó para contarme, me enteré un día de que lo habían reeditado. Pero lo admiro tanto a Abelardo que cualquier cosa que él haga me parece bien”.

Lo cierto es que el currículum del Sáenz polémico es casi tan prolífico como el del escritor. Baste decir al respecto que en la época en que Morgado y Gianola conducían TVR, Dalmiro Sáenz “protagonizó” dos de las canciones del programa: una junto a Santo Biasatti, “defendiendo” a Michael Jackson de los abusos de menores, la otra junto a María Laura Santillán “defendiendo” los crímenes pasionales.

Claro que sus polémicas apariciones en televisión también lo tuvieron como real protagonista, y entre ellas podemos identificar al menos dos momentos fundamentales. El primero sucede en 1988, durante una emisión del programa de Gerardo Sofovich La noche del sábado, y que había alcanzado gran repercusión gracias a las entrevistas, musicales y entretenimientos de diversa índole que incluían, por ejemplo, campeonatos de pulseadas, concursos para bajar de peso y los eternos cortes de manzanas. A ese programa fue a parar Dalmiro Sáenz. En una entrevista que le hizo Gerardo Sofovich hubo el siguiente diálogo:

Sáenz: –En la colección privada del Vaticano hay una virgen, que se llama la Virgen del Divino Trasero, y es una virgen con un culo precioso. Un cuadro muy lindo.

Sofovich: –Una virgen con un culo precioso. ¿No es irreverente eso?

Sáenz: –Dudo que se mantenga virgen mucho tiempo con ese culo.

Esas frases le valieron al programa una suspensión de varias semanas por parte del Comfer, una sanción al mismo Sáenz y hasta una momentánea prohibición a Sofovich, que durante un tiempo fue reemplazado por otros conductores.

Otro de los escándalos televisivos sucedió en el 2003, cuando Dalmiro Sáenz contó en el programa Indomables sus orgías con Fernando Siro y Elena Cruz (apenas dos años después de que la pareja reivindicara la figura de Videla).

¿Te arrepentiste de haber dicho lo de las orgías?

–No, porque es totalmente cierto. Además, las orgías otorgan una excelente forma de amor, diversión y comunicación con las personas. Pero sobre todo son darse a uno mismo porque ahí todo está permitido; el ser humano es un lío. En cuanto a lo de la reivindicación de la dictadura, fue una pavada de Elena, una cosa que se le metió en la cabeza. Ella era muy tonta en algunas cosas; y eso que ellos odiaban la pavada, eran muy inteligentes los dos, y yo era muy amigo de ellos. Sí, puede ser que haya sido un poco rara mi amistad con ellos, debo tener una parte un poco fascista. Lo que pasa es que a mí la inteligencia me atrae muchísimo y ellos dos eran muy inteligentes.

EL SAENZ PARADOJICO

Ya hablando un poco más de literatura, podemos decir que hay en la obra de Dalmiro Sáenz una figura retórica por antonomasia que tal vez sea la que encarna un poco ese espíritu polémico: la paradoja. Permanentes y raras contradicciones entre el bien y el mal, lo material y lo metafísico que Sáenz retuerce de manera tal que, por momentos, daría la impresión de que son las paradojas las que lo dominan a él.

Sos un escritor que se destacó, entre otras cosas, por hablar mucho del sexo y del cuerpo sin metáforas. Sin embargo, me extrañó mucho encontrar en dos de tus obras (Las boludas y Carta abierta a mi futura ex mujer) la siguiente frase que, en cierta forma, contradice lo anterior: “cuando se coge no se acarician los cuerpos, se acarician los pensamientos”.

–Lo de las paradojas es algo que yo también noto: creo que puede pesar el hecho de que hice mucho karate, que tiene una cosa orientalista muy fuerte. Y sí, recuerdo esa frase. Yo creo que por eso es tan lindo cogerse a las minas feas: son muy atractivas, debe ser porque tienen que compensar. Es que la atracción no depende de la belleza, que es como una armonía general. Hay mujeres feas que son más interesantes y atractivas que las mujeres lindas. Es hermoso estar con mujeres inteligentes. Yo, una vuelta, la conocí a Amalita Fortabat en su mejor momento. Y para tratar de cogérmela, le dije justamente algo así como “qué tranquilidad saber que nunca te voy a poder coger porque nunca me vas a dar bola”, como para que se enterneciera. Me respondió que siguiera quedándome tranquilo. Era muy inteligente.

¿Cuál te parece que es tu libro más actual, el que no envejeció con los años?

–Carta abierta a mi futura ex mujer. Es un libro que me sigue encantando pero no sé si porque es el más actual o porque es al que siento más mío. Yo creo que algunos libros se imponen por algo, y ese libro anduvo muy bien. No existe la casualidad en ese sentido. Y se lo escribí a Silvina, la mujer con quien estaba en ese entonces, que era muy parecida a Sara Gallardo. Era la hermana de Elena Cruz y fue la mujer que más me duró en la vida. Era todo lo contrario de lo que te podés imaginar de Elena: hermosa y muy inteligente, pero no tanto como Elena, Elena la apabullaba.

¿Seguís creyendo en esa frase con la que arranca el libro: “Toda mujer es la futura ex mujer de alguien”?

(Risas) –Sí, claro. Y cada vez me gusta más pensar en eso. Por otro lado, me interesa mucho pensar en el viaje de la mujer por diferentes amores. Ojo, a mí me gustaría también pensar que existe el amor para toda la vida, pero me parece que no existe. Ahora mismo, por ejemplo, estoy saliendo con una muchachita de la provincia de Buenos Aires. Se llama Laura y tiene 30 años. Te aseguro que una de las cosas que más me dan placer de nuestra relación es darme cuenta, día a día, de lo inasible y frágil que es nuestro vínculo; por eso lo mejor es casarse con la vida.

¿Y cuál te parece que es, entre todos tus libros, el que peor envejeció?

–Setenta veces siete puede llegar a ser...

Justo el que decidió reeditar Abelardo...

(Risas) –Bueno, es que los amo a todos. Será que elegí el que más puede defenderse de mi propia crítica.

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