La última novela de Juan Gabriel Vásquez parece un cóctel donde lo histórico y lo literario están cuidadosamente calibrados. La historia del Canal de Panamá y el breve paso de Joseph Conrad por América latina en tono hiperrealista, de espaldas al realismo mágico.
› Por Ezequiel Acuña
Historia secreta de Costaguana
Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara
289 páginas
Supongamos por un momento que fuera posible separar las aguas y decir que acá hay tres historias. En primer lugar, la del narrador y sus orígenes. Su nacimiento bastardo, la breve búsqueda de su padre y el encuentro con ese periodista que le ha dado la vida y que se caracteriza por ser un liberal obsesionado con el progreso, el ferrocarril y la construcción del Canal de Panamá. En segundo lugar, la historia colombiana. Los enfrentamientos entre liberales y conservadores, los primeros intentos de construcción del canal –la historia de los fracasos de esa empresa–, las guerras civiles, la revolución panameña y su independencia de Colombia. Y por último la vida de Joseph Conrad, su breve pasaje por América latina y el camino hacia la escritura de Nostromo, novela que transcurre en el país inventado de Costaguana, reflejo de la Colombia de fines de siglo XIX.
De los tres ejes del relato, el segundo –la historia de Colombia y Panamá antes de la separación– es el que inunda la novela con mayor insistencia. Digamos, algo así como el personaje principal. Porque si en la primera parte del libro tanto el narrador José Altamirano como el personaje de Conrad prometen ser centrales en la escena, sin llegar a perderse del todo ambas figuras se van diluyendo en la marea de sucesos históricos, devenires políticos y cambios sociales que Juan Gabriel Vásquez introduce con pintorescos relatos y dosis altas de cinismo latinoamericano.
Como el Marlow de las novelas del escritor inglés de nacionalidad polaca, el narrador de Historia secreta de Costaguana parece ser, por momentos, nada más que una voz, la articulación sonora de una versión de las cosas, de la Historia con mayúscula que le ha quitado el protagonismo en el relato. En la narración de José Altamirano, antes que la intimidad de su vida importa la verosimilitud de los hechos. “Lectores del jurado: permítanme que les dé una brevísima lección de política colombiana”, dice y de allí en más no se detiene en su actitud confesional frente a los lectores que deberán juzgar sus verdades. Siguiendo ese tono es que la novela establece el contrapunto entre la versión de la verdad a manos del narrador y las crónicas periodísticas del padre (crónicas que deforman la realidad a favor del progreso y la construcción del canal). Es en la cuestión del padre donde la novela logra sus breves destellos de subjetividad sin alcanzar, sin embargo, un resto de intimidad que la salve de la ficción historiográfica plagada de información.
Volviendo a las analogías, el personaje de Conrad que construye Vásquez circula por la novela casi como aquel Coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas: está ahí, al final del viaje, ausente la mayor parte de las veces, pero presente en la obsesión del narrador, en el silencio que mantiene durante todo el libro. La figura de Joseph Conrad funciona como una motivación para el relato. Historia secreta... dialoga, podría decirse, con el Nostromo de Conrad y su construcción de la realidad latinoamericana. Pero, más allá de la pericia literaria, la novela de Vásquez realiza todo un homenaje al tono de la novela folletinesca y la literatura de Joseph Conrad que cierra el siglo XIX e inaugura el XX.
Historia secreta... cuenta con uno de esos bocados latinoamericanos que tanto le gustan al mundo literario: las guerras civiles infinitas y las revoluciones siempre latentes de sangre caliente. Pero si por un lado la novela hace gala de su hiperrealismo, el detalle verosímil de los sucesos políticos, las acciones y dichos de los generales con sus horas y minutos precisos, por el otro, el relato pierde fuerza emotiva en todo lo relacionado con el narrador, su vida y su evolución como personaje. Como si el acontecer de la Historia colombiana y el relato realista arrasaran con los rasgos distintivos de los personajes. Pero tal vez eso forme parte de otra cuestión del padre, es decir, de los padres literarios de Juan Gabriel Vásquez. “Este no es uno de esos libros donde los muertos hablan, ni las mujeres hermosas suben al cielo, ni los curas se levantan del suelo al tomar un brebaje caliente”, se lee en su novela. Toda una declaración.
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