Miembro de la crema académica, pero innovador en su afán de acercar el investigador a los mundos investigados, Gérard Althabe vivió entre varios mundos y escribió acerca de su experiencia.
› Por Jorge Pinedo
Gérard Althabe. Entre varios mundos
Valeria Hernández y Maristella Svampa (editoras)
Prometeo
191 páginas
Cuando en su primera experiencia de trabajo de campo en 1952 vio cómo los pigmeos africanos Baka hacían circular latas de conserva durante una de sus ancestrales ceremonias, Gérard Althabe ignoraba los alcances de su visión. Hasta entonces, la reflexión social se debatía entre el exotismo enciclopedista, el estructuralismo de Lévi-Strauss y el marxismo de Melliasoux. Sin desatender del todo estas dos últimas perspectivas, a los veinticuatro años, Althabe introduce una implicación del cientista social que pone en crisis la rígida muralla cientificista entre sujeto y objeto. Más que un problema de método, el etnólogo genera “un proyecto antropológico: un pensamiento sobre el presente y desde el presente de la investigación y del investigador”. Así lo sintetiza su discípula argentina Valeria Hernández al prologar Entre varios mundos, la autobiografía del pensador francés, pionero en la generación de “un saber cuyo valor (y dificultad) radica, precisamente, en aceptar la ignorancia de la que parte el investigador, constituyéndola en su fortaleza”.
Con este movimiento, el investigador salta de las comunidades etnográficas a los centros urbanos, instituciones y empresas en un procedimiento correlativo a los dos grandes cimbronazos del siglo XX: la descolonización y la descomunización. En ese trayecto, Althabe pasa de las experiencias en el Congo y Madagascar a la conducción de los trabajos de nuevas generaciones en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess, por sus siglas en francés) de París. Allí comparte tribuna con los monstruos sagrados del momento: Claude Lévi-Strauss, Georges Balandier, Alain Touraine, Pierre Bourdieu, Raymond Aron, Jaques Le Goff, Cornelius Castoriadis, Louis Althusser, su amigo Marc Augé, entre tantos otros.
Una diversidad de perspectivas en las que el etnólogo logró construir una “pequeña gruta” donde desarrollar su afán “de convertir la perspectiva antropológica en un instrumento de producción de saber autónomo sobre la sociedad en transformación”. No obstante, con su incorporación a la Ehess, Althabe adopta cierto manierismo académico. Practicante de una etnografía permanente, pone en cuestión hasta sus propias intervenciones en el panteón de la intelectualidad europea.
Lejos de la siempre tentadora psicología de autor, la narración va dejando de lado al personaje para centrarse en las experiencias que se transforman en ideas, en las observaciones hechas conceptos, en los acontecimientos convertidos en saber. A fin de otorgar un contexto al relato, la antropóloga Valeria Hernández y la socióloga Maristella Svampa –a cargo de la edición y traducción– incluyen sucesivas reflexiones. Comenzando por un panorama sistemático imprescindible a fin de obtener toda la riqueza de la autobiografía de Althabe. Un entrañable apéndice sobre su paso por el Buenos Aires menemista da lugar a una profunda síntesis de Marc Augé acerca de las consecuencias en la práctica del trabajo antropológico. Por su parte, el sociólogo Miguel Murmis traza, en un imperdible diálogo con Hernández, los múltiples puntos de contacto entre ambas experiencias.
Recortado hasta tornarlo inocuo, cuando no ignorado, el autor de Entre varios mundos restituye una modalidad que supera la participación por la implicación del investigador en el mismo movimiento en que relanza la obra de Gérard Althabe, con quien por estas playas se comparten tantas afinidades como ignorancias.
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