Dom 13.10.2002
libros

VAMPIROS

Bebe de mí y vivirás para siempre

Vampiria: de Polidori a Lovecraft (Adriana Hidalgo) es una generosa antología (al cuidado de Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló-Joubert) y mucho más: una edición crítica y una investigación apasionante a través de una de las modernas criaturas literarias de más larga proyección.

› Por Mariana Enriquez


Una antología de cuentos de vampiros debe tener algún valor agregado para merecer algún interés. Sobre todo si se ocupa de textos del siglo XIX, ya recopilados hasta el cansancio. Vampiria: de Polidori a Lovecraft. 24 historias de revivientes en cuerpo, upires y otros chupadores de sangre en edición crítica de Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló-Joubert cuenta con esa ambición de aportarle algo más a un campo que, desde hace por lo menos veinte años, se encuentra entre los más visitados por el mercado editorial. Con textos inhallables, nuevas traducciones y deliciosa trivia, es quizá el libro más importante sobre temática vampírica que se haya editado en este mezquino país desde la investigación Drácula, Bram Stoker y el vampirismo de Juan Jacobo Bajarlía (Almagesto, 1992), y llega cuando la moda vampírica en el mundo casi está en su punto de saturación.

Rastros de sangre
Las causas del fenómeno vampírico son diversas: la vigencia del personaje en el cine de terror, la subcultura “gótica” con su ejército urbano de jóvenes que veneran al vampiro como ideal y, en literatura, la “renovación” del género que comenzó Soy leyenda de Richard Matheson (con el vampiro como epidemia en un apocalipsis de ciencia ficción), siguió con Entrevista con un vampiro de Anne Rice (con su carga homoerótica y el regreso a la suntuosidad romántica) y se reforzó en los ‘90 con Poppy Z. Brite, autora de Lost Souls (1992), la novela que abrazó la subcultura gótica y creó el nuevo arquetipo del vampiro urbano, adolescente, de sexualidad múltiple, violento, inmerso en la cultura rock. Desde 1994, Brite edita la antología Love in Vein, dedicada sólo al vampirismo erótico, que lleva dos exitosas entregas. En su primera edición incluía cuentos de la activista y académica queer Pat Califia y la stripper “gótica” Danielle Willis. En la segunda, ya firmaban los nombres más importantes del terror contemporáneo (Neil Gaiman, autor de The Sandman, el británico Christopher Fowler, David J. Schow y Caitlín R. Kiernan, escritora de imaginario muy similar a Brite).
En formato más clásico se destacó la ecléctica antología de John Richard Stephens Vampires, Wine and Roses (1997) que incluía un fragmento de Romeo y Julieta de Shakespeare, El Giaour, fragmento de un cuento turco de Lord Byron, Thalaba, el Destructor de Robert Southey, pero también narraciones de Woody Allen, monólogos de Lenny Bruce, la letra de “Luna sobre Bourbon Street” de Sting (un homenaje al vampiro Lestat de Anne Rice) y hasta un cuento de F. Scott Fitzgerald.
En España también se padece la fiebre vampírica desde hace mucho. En 1986 apareció una extraña antología llamada Historias de Vampiros (ed. Obelisco) que incluía clásicos como “Una muerta enamorada” de Teophile Gautier, pero también cuentos de narradores españoles como “Vampiros reflejados en un espejo convexo” de Severo Sarduy y el bellísimo “Paisaje de adolescencia con iglesia románica sumergida” de Manuel Vázquez Montalbán. En 1992 se editó por primera vez Vampiros de editorial Siruela, con excelente prólogo de Jacobo Siruela, que hasta el momento era la antología definitiva del vampirismo romántico del siglo XIX. Este año, Siruela acaba de reeditarla, corregida y aumentada, con el título de El Vampiro.
Los autores más modernos también cuentan con antologías traducidas al español: The Ultimate Dracula, publicada en 1991 en Estados Unidos con selección de Leonard Wolf fue editada un año después por la editorial Timun Mas como Drácula Insólito (con cuentos de Anne Rice, Dan Simmons y Steve Rasnic entre otros). Como se ve, la Argentina es un páramo en comparación. Vampiria llega en el momento justo para cambiar un poco el panorama.

Nuestra sangre
Vampiria comienza con un contundente prólogo que narra la paradójica epidemia vampírica “real” que asoló a Europa del Este en pleno Siglo de las Luces. En ese vaivén razón-superstición aparece el primer tratamiento literario del tema vampírico, “Lenore”, poema de uno de los mayores representantes del Sturm und Drang, Gottfried Bürger. Desde entonces, todos tienen algo que aportar: Goethe con La novia de Corinto, Samuel Taylor Coleridge con Christabel... Pero no es hasta el inefable Lord Byron que el vampiro se convierte en un personaje popular. Una de las virtudes de Vampiria es que, tal como lo enuncia su prólogo, puede leerse como “un único texto que los engloba a todos y narra por sí mismo una historia de los cuentos de vampiros”. Así, revela que El Vampiro de John Polidori, atribuido en su momento a Byron, desató pasiones literarias: Charles Nadier, filólogo, entomólogo y escritor, decidió escribir una continuación, Lord Ruthven y los Vampiros (1820) hasta hoy inédita en castellano y toda una rareza en francés. Vampiria ofrece el último capítulo de esta novela en traducción de los editores, y es sólo la primera de una serie de apasionantes sorpresas.
En la introducción al fragmento hay más sabrosa trivia, como las numerosas piezas dramáticas y de vaudeville protagonizadas por Lord Ruthven, en una suerte de matriz insólita de las secuelas en el cine de terror. Otro de los grandes logros de Vampiria es descubrir, por fin, quién es el verdadero autor de “Deja a los muertos en paz” (1823) (o “No despertéis a los muertos”, según otras versiones). Generalmente atribuido al alemán Johann Ludwig Tieck, Ibarlucía y Castelló-Joubert establecen gracias a la investigación que este cuento clásico y casi necrofílico es de Ernst Rapauch, autor casi olvidado hasta por los germanistas. Así, reeditan por primera vez después de más de ciento setenta años la versión original, con todos los fragmentos escabrosos dejados de lado.
Algo parecido sucede con el siempre recopilado “Berenice” de Edgar Allan Poe: la versión de Vampiria recupera la primera edición, sin posteriores correcciones de Poe, con cuatro párrafos que incluyen la macabra visita del protagonista a la cámara mortuoria de la amada. La mayor sorpresa del volumen, sin embargo, es una nouvelle de Alexei Tolstoi (primo de León) casi nunca recopilada (por lo general, se recupera de este autor “La Familia del Vurdalak”). Se llama Upires (1841) y es una increíble narración que comienza entre la aristocracia zarista, se traslada a Milán y vuelve por fin a Rusia con un festín de sangre donde Satanás viste de polichinela. Otras perlas: la primera versión de “El Horla” (1886) de Guy de Maupassant (en primera persona, sin las tradicionales entradas de diario y con la rehabilitación de la palabra “vampiro”), el inédito en castellano “La verdadera historia de un vampiro” (1894), del decadente Eric Stanislaus, primer cuento con un vampiro varón explícitamente homosexual (antecedente del vampiro arquetípico desde Anne Rice a hoy), “Thanatopía” (1893) de Rubén Darío, primer cuento de vampiros en castellano y “El Vampiro” (1927) de Horacio Quiroga, gran elección (y notable opción frente al archirrecopilado “El almohadón de pluma”).
Irreprochable, con una extensa bibliografía y errores sólo detectables por obsesivos –en la introducción aseguran que “La buena Lady Ducayne” estaba inédito en castellano, pero la verdad es que podía encontrarse en Vampiros extraños (1991) de la colección Cara Oculta de Editorial Mirach–, todos los cuentos tienen traducciones actualizados (de los editores y de Jerónimo Ledesma y Fernando Cava entre otros) que respetan el tono original pero facilitan enormemente la lectura de textos que por lo general llegaban plagados de anacronismos en las traducciones españolas.
Vampiria es una antología encuadrada en una seria investigación sobre el tema en el romanticismo y el decadentismo del siglo XIX, pero encontrará lectores fuera del círculo de estudiosos. La deliciosa trivia ofrece nuevos interrogantes para el gótico consecuente (¿dónde está la tumba del secretario de Byron?, por ejemplo) y la rigurosidad crítica ofrece una fuente definitiva para fanáticos de la literatura del siglo XIX. Un trabajo serio y divertido, que ofrece placeres malsanos tanto a curiosos como iniciados.

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