Domingo, 7 de diciembre de 2008 | Hoy
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Después de siete años volvió a realizarse el Encuentro de Narradores de Villa Gesell, una tradición local que había sido interrumpida en gran parte por la crisis de comienzos de siglo. Ahora, y a pesar de la crisis financiera internacional, se llevó a cabo con bastante modestia y clima inestable, pero con buena prosa y buen humor.
Por Juan Pablo Bertazza
Lo mejor de los encuentros literarios no sucede en las exposiciones sino en el continuado: anécdotas, risas, comidas y whiskies. Pero como todo eso no se puede contar sin faltar al pundonor, habrá que hablar de lo que se dijo durante las charlas que, por suerte, fueron tan jugosas como el resto del séptimo encuentro nacional de narradores que tuvo lugar el fin de semana pasado en Villa Gesell, con la coordinación todoterreno de Miguel Russo.
La primera mesa del encuentro en el Hotel Arco Iris –nombre bien literario y algo irónico si tenemos en cuenta que el mal tiempo, pese a las buenas caras, no aflojó en todo el fin de semana– arrancó el sábado a la tarde con los escritores Claudio Zeiger, Juan José Becerra y Daniel Guebel hablando sobre la novela, ese género que aún hoy mantiene algo de su significado original –novedad–, aunque cada tanto se diagnostique su deceso. Los tres coincidieron, con posturas diversas y siempre interesantes, en abordar el control que los escritores pueden ejercer o no sobre lo que escriben, al mismo tiempo que dieron algunas claves sobre su trabajo. Claudio Zeiger habló de la coherencia que busca entre las relaciones que van entablando sus personajes y la estructura de la novela. También aportó una idea que sería retomada en otra mesa: “La instancia en que tiene lugar el verdadero control del escritor es el final mismo, ya que la última palabra que lee el lector antes de cerrar el libro puede convertir una buena novela en moralista”.
Juan José Becerra dijo algo interesante acerca de que las mejores ideas uno cree que las tiene cuando todavía no es totalmente escritor, y definió la novela como el género en donde no se sostienen las ideas literarias preestablecidas, por lo cual decidió abandonar el control paranoico que imponía en sus primeros libros y apuntar a enloquecer al lector.
Daniel Guebel dijo que entiende la novela como la aparición de un espacio mutante, en el que el escritor debería experimentar una transformación, ser al mismo tiempo el incendiario y la víctima de su propio fuego. Agregó que no cree en la evolución literaria, en el sentido de que un libro suyo prenuncie otro posterior, y que hoy la mejor literatura está en series de televisión, como Dr. House. Luego del debate y las preguntas, el sorpresivo cierre de esta charla lo dio Carlos Chernov quien, del lado del público, concluyó que cuando escucha la palabra control sólo piensa en los esfínteres.
Poco más tarde empezó la mesa sobre el género cuento, integrada por Mariana Enriquez, Guillermo Martínez y Esther Cross. Además de ser la primera en hablar, Mariana Enríquez fue la primera en mencionar el tema del trabajo al contar que su experiencia relativamente reciente con el cuento tuvo que ver con la demanda de antologías y revistas literarias. También hizo una diferenciación entre lo que le sucede con el cuento y la novela: “Los personajes de mis novelas me acompañan, a los de mis cuentos no los conozco, son fantasmagóricos”. Por último, dio una clave al decir que la escritura de sus cuentos macabros tal vez responda a las sensaciones sobre la dictadura que marcaron su infancia.
Justamente hablando de la infancia, Guillermo Martínez se metió de entrada al público en el bolsillo al contar que su padre organizaba un concurso literario entre él y sus hermanos con cinco ítem: originalidad, imaginación, redacción, ortografía y prolijidad, recuerdo que retomó como broche de la charla, haciendo de su exposición algo similar a sus cuentos con ilusionismo y vueltas de tuerca, un tipo de cuento que, según sus propias palabras, “está hoy un poco desprestigiado”, lo cual en cierta forma se opone a ese mandato de la desprolijidad que, según él, caracteriza parte de la actual literatura.
Esther Cross confesó sentirse muy cómoda con el género del cuento que, al principio, hacía de manera separada, y después fue escribiendo en serie. También contó, con la gracia que la caracteriza, el esfuerzo demoledor que le provocó escribir su novela breve Radiana.
Carlos Chernov, esta vez del otro lado, inauguró la última mesa –Ficción, historia y realidad– ya el domingo a la tarde. Comparó la extrañeza que puede generar la ficción literaria con las fisuras que tiene la misma realidad, como por ejemplo la muerte. Juan Forn contó que su relación con la ficción cambió desde que decidió irse a vivir a Villa Gesell, especialmente porque antes entendía la literatura como aproximación al conocimiento y ahora busca el estado de gracia de la ficción: esa convivencia de mundos paralelos, ya que —tal como dijo— “escribir es poder imaginarse cualquier versión de un hecho”.
Por último, Ricardo Coler diferenció entre escribir un libro y ser escritor, y también impresionó a los oyentes contando una anécdota acerca de cuando decidió viajar a India porque unos investigadores alemanes le hablaron de la comunidad regida por el matriarcado que, finalmente, decidió conocer pero cuando entrevistó a sus miembros le dijeron que nunca nadie los había entrevistado antes de él. Lo que parecía una crítica a esos investigadores europeos terminó siendo un halago porque su relato lo había obligado a él a viajar. “No basta la verdad de un hecho sino más bien el deseo por conocerlo”, concluyó.
En definitiva, el encuentro en el Hotel Arco Iris desterró dos mitos: que en Gesell siempre hace buen tiempo y que los escritores no pueden hablar con lucidez de sus propias obras.
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