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Domingo, 14 de diciembre de 2008

El presidente y el escribidor

La más reciente historia boliviana –la caída de Sánchez de Losada y el ascenso de Evo Morales– ocupan el centro de la novela de Edmundo Paz Soldán, considerado, a nivel de difusión en habla hispana, “el” escritor boliviano. Un curioso regreso a los orígenes más realistas del boom latinoamericano.

 Por Juan Pablo Bertazza

Palacio Quemado
Edmundo Paz Soldán

Alfaguara
307 páginas

A pesar de los vertiginosos cambios y rupturas artísticas que tanto nos gusta descubrir, hay un anuncio que increíblemente sobrevive (las más de las veces con pretensión chistosa) tanto en obras literarias como en ficciones televisivas: “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. La fórmula tal vez esconde cierto cinismo ante las posibilidades de referir la realidad a partir de la ficción, como si esa “coincidencia” ya no sólo significara eximirse de culpas legales sino directamente desligarse de las responsabilidades de la escritura.

En Palacio Quemado –la última novela de Edmundo Paz Soldán, uno de los escritores bolivianos actuales más conocidos fuera de Bolivia–, el que se queja todo el tiempo de no asumir las consecuencias de sus actos, no es su autor, sino el personaje principal. En cuanto a Paz Soldán, es recién en los agradecimientos, luego de revelar sus fuentes y casi cayéndose del libro, que aclara: “Como se trata de una novela, he utilizado toda la información de la manera que más convenía a la trama”.

Es notable esa aclaración luego de haber leído trescientas páginas con referencias concretas a la historia política de Bolivia, algunas directas como la del Movimiento Nacional Revolucionario y otras veladas como el personaje del presidente Canedo de la Tapia (Sánchez de Losada) y, sobre todo, de Remigio Jiménez, clara alusión al actual presidente de Bolivia. La aclaración puede entenderse como una preocupación excesiva por asegurar la estatura de ficción, como si Paz Soldán se asustara un poco de estar contando la culminación política de un etapa de Bolivia inmediatamente anterior a la asunción de Evo Morales.

Lo cierto es que Oscar, así se llama el personaje principal de este libro, tiene tanto éxito escribiendo discursos políticos para grupos universitarios que, muy pronto, esos discursos de diversa afiliación se terminan pareciendo tanto entre sí como los rostros cirugeados de la farándula. Sin embargo, la gran oportunidad surge cuando consigue un trabajo de mayor monta: escribirle los discursos a Canedo, el mismísimo presidente de la Nación, lo cual además de convertirlo en un doble escritor fantasma (porque el mismísimo presidente piensa que los discursos los escribe otro escritor fantasma) lo devuelve al Palacio Quemado (nombre con que los bolivianos llaman a su Palacio de Gobierno, incendiado en 1875 luego de una rebelión), donde Oscar pasó gran parte de su infancia como hijo de un ministro del presidente de facto Banzer y donde vio a su propio hermano, Felipe, suicidarse misteriosamente con el revólver de un policía. La trágica incertidumbre del clima político boliviano de ese momento (y la tensión entre historia y novela) se encarna en el personaje de Oscar si tenemos en cuenta que, además de contarnos los hechos desde las entrañas del poder, Oscar es, en realidad, historiador. Y se extiende a su propia vida amorosa –que va boyando entre parejas con demasiado pasado y encuentros casuales–, pero también en el gran acierto de esta novela que es mostrar el progresivo ascenso de Evo Morales desde el otro lado, es decir, el lado de los temerosos (como el propio Oscar y gran parte de su acomodada familia) de que “ese indio tenga poder”.

Mención aparte merecen las subtramas y personajes secundarios de Palacio Quemado, entre los cuales uno muy interesante que podría pasar inadvertido es Vicente, el tío de Oscar, no sólo por lo que es sino sobre todo por lo que representa. Vicente es un escritor engominado y solemne del que Oscar se burla aunque, al mismo tiempo, le pide consejos y hasta toma muy en cuenta lo que dice. En cierta forma, Vicente parece representar ese boom al que atacó la antología McOndo (1996), de la cual Paz Soldán formó parte. Lo notable es que esta novela recupera bastantes características de los primeros Vargas Llosa o Fuentes, sobre todo por ese afán de vincular la política nacional con los lazos de familia, lo individual con lo colectivo. Pero también porque todo indica en esta novela –incluso desde los epígrafes de Philip Roth, Stendhal y Jorge Edwards– que Edmundo Paz Soldán es el escritor for export por excelencia de un país que, además de no tener salida al mar, tampoco tiene difusión literaria.

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