Dom 14.12.2008
libros

Desde el jardín

Misterio, obsesión erótica y estética melancolía en una nueva novela del italiano Andrea Canobbio.

› Por Fernando Bogado

El natural desorden de las cosas
Andrea Canobbio

Salamandra
283 páginas

Las matemáticas siempre han encontrado un insuperable enemigo no en la literatura, no en la música o en la pintura, sino en una rigurosa práctica que, a primera vista, parece encasillarse en el terreno de las más excéntricas banalidades: la jardinería. ¿Y cuál es ese profundo vínculo que hermana a los cálculos combinados con el mantenimiento de un helecho? Las simetrías, claro. Fatales simetrías, podríamos decir, las mismas que acechan a Claudio Fratta, un reconocido (y costoso) diseñador de jardines que en la novela de Andrea Canobbio se convierte en (¿casual?) testigo de un asesinato, un deceso que lo obligará a meterse en los difíciles paisajes del pasado familiar.

El natural desorden de las cosas empieza con un llamado telefónico que recibe Fratta en su casa, uno más de tantos para un hombre de su reputación, el cual tiene el privilegio de elegir a sus clientes y de demorar trabajos sólo por capricho. Elisabetta, joven viuda del filántropo Alfredo Renal, atraída por su popularidad, desea mostrarle el terreno de su Villa (fastuoso nombre para su extensa casa) con el fin de transformarlo en uno de esos paraísos que brotan de su imaginación. El protagonista, aunque atareado por varios compromisos, decide aventurarse en la construcción de una memoria física del fenecido marido, visitando el lugar y comentando con el albacea de Renal, Rossi, los planes que tiene en mente para la obra.

Claro que este panorama está atravesado por varias historias que enturbian el planteo inicial: Fratta reconoce en Elisabetta el rostro de la mujer que rescató de un accidente automovilístico hace muy poco tiempo, mismo rostro del cual continúa enamorado. Y sabe perfectamente que antes de salvarla del choque ella había atropellado a alguien en el estacionamiento de un supermercado, crimen cuyas extrañas características no se colocan precisamente del lado de lo azaroso. ¿Qué hay detrás del encargo de la construcción de este jardín? ¿Por qué Elisabetta finge no reconocerlo? ¿Quién es el hombre que él vio cuando era atropellado?

Será el juego de simetrías que el protagonista siempre se demora en buscar para cada uno de sus diseños los que conectarán el conflictivo presente de Fratta con dolorosos traumas que viene arrastrando su vida familiar más inmediata: un fallecido padre que abandonó el negocio de la fabricación de muebles por el trabajo en los jardines; un hermano tozudo de nombre Carlo, profesor universitario que acusa a su familia de ignorancia campesina y está más preocupado en los conflictos bélicos internacionales antes que en la disolución de su matrimonio y el destino de sus dos hijos; y otro hermano, Fabio, cuyo difuso recuerdo comienza a cobrar nitidez y centralidad a medida que las páginas se suceden.

Andrea Canobbio (autor de textos como Padri di Padri, de 1997, y editor del sello Einaudi) logra en esta novela contar una historia en la que una muerte misteriosa increpa a un pasado igual de enigmático en donde el silencio familiar y la introspección –dos características que Claudio Fratta hereda muy a su pesar– resulta algo mucho más inquietante. El autor, a través de un estilo volcado a lo estético y sumamente calculado (algo que, si bien parece contradictorio, presenta el modelo de una prosa que no es menos exacta por ser más profusa), logra hablar sutilmente de la íntima conexión que subyace entre los grupos demócrata cristianos y las organizaciones mafiosas en Italia, al igual que no duda en reflejar conflictos contemporáneos, como las acciones bélicas internacionales o las dificultades que los inmigrantes tienen en los países a los cuales arriban. Canobbio y Fratta, haciendo uso de un pensamiento formal que trata de ordenar el desorden de la vida cotidiana, generan asombro (literario, paisajístico) a través de sus cuidados diseños. Aunque, claro, cometamos el error de la referencia local y seamos un poco borgeanos –la novela, por momentos, parecería acceder a la comparación–: todo jardín es, a su manera, un extraño laberinto en donde acecha la muerte.

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