Alrededor de Sumo y de Luca Prodan se tejió una de las leyendas más ásperas y al mismo tiempo entrañables del rock nacional. En el caso de Luces calientes dan pie a una cálida novela iniciática con jóvenes hipnotizados por la banda.
› Por Luciano Piazza
Luces Calientes
Damián Damore
Ediciones Fadu
155 páginas
Algunos conocimos a Sumo a través del inquietante graffiti “Luca not dead”. Algunos nos preguntamos entonces: ¿Quién es Luca? o ¿Quién fue Luca? Y, además ¿está o no está muerto? Y si está muerto, ¿por qué no está muerto?
Para comprender de qué se trataba, la información necesaria pronto circularía desde los iniciados hacia los que se iniciaban en el rock, al mismo tiempo que se iniciaban en los recitales y en la adolescencia. Los que venían siguiendo a Sumo depositaban la experiencia en la generación siguiente, expandiendo el mito de la banda, asegurando que la experiencia de haber vivido sus recitales en nada se comparaba con escuchar el disco. Luces Calientes es una novela que trata esos asuntos, y que inicia a través de todas esas experiencias: los primeros recitales, las primeras discotecas, el primer amor, las amistades musicales, darles sentido a los días a través de una banda, Sumo... y sobre todo, los recitales de Sumo.
Elio, Kanu y el narrador, los tres protagonistas, son adolescentes fanatizados por la banda de Luca Prodan. La historia de ellos es bien simple, tal como podría ser la de cualquier adolescente que sigue a una banda: comparten grabaciones oficiales y piratas, van juntos a los recitales, y vuelven juntos para seguir hablando hasta el hartazgo de la banda de sus amores. Así como ellos dividen las noches entre las que toca Sumo y las otras, el relato está estructurado por trece recitales que dio Sumo entre 1985 y 1987. Un tópico que podría sugerir historias crudas, duras y de extensa vigilia. En cambio, ofrece la cándida historia de tres amigos que acopian información y material para ese altar privado que posee la mayoría de los cuartos de los púberes. Cualquiera que haya padecido el estado de trance causado por el fanatismo hacia una banda comprende que las conversaciones entre los fieles carecen de sentido para los observadores ajenos. Damore ubica una mirada que mantiene la distancia suficiente para no divinizar la idiotez adolescente, y en el mismo equilibrio, evita convertirse en una parodia agresiva.
La prosa está marcada por la anécdota personal y por la fertilidad del imaginario en torno de Sumo. La mirada testigo de aquel que vio a Mollo bajar del escenario a “cagar a trompadas al que lo escupió”. El mismo que le explica al oído a la novia, en cada recital que lo acompaña, por qué Prodan dice que “Pettinato es un hijo de puta”. También, el amigo que aparece en los recitales para sumar al mito cuenta que siempre se alquilan hoteles cerca de hospitales “para dársela con todo”.
El imaginario circula por discotecas, bares y estadios del gran Buenos aires y la Capital. Para algunos será un grato recuerdo, para otros una pista más para saber qué les pasó, y para muchos otros, un nuevo recorrido para tener en cuenta.
Palo Pandolfo, en una suerte de epílogo, festeja el orden propio y personal para recordar aquella época. Destaca que la forma indicada para pasar por Sumo es por el orden de la experiencia, y ensaya su sugestiva triada personal sobre Sumo: “... A mí se me ocurren al menos tres palabras que hablan de eso: piedad, éxtasis, visiones”.
Luces Calientes está donde el imaginario nace, y está esperando a aquellos que cuando se lanzan a recuperar una época, prefieren el efecto del relato a la veracidad de la información.
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