Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
La escritura en colaboración es uno de los grandes tabúes de la literatura. Desde la sospecha de que uno de los dos está de más hasta la sensación de que todo escrito a dúo es un mero juego literario, un libro (escrito obviamente por dos autores) indaga con brillo en el incierto mundo de las obras hechas a cuatro manos.
Por Juan Pablo Bertazza
Escribir en colaboración
Michel Lafon & Benoît Peeters
Beatriz Viterbo
305 páginas
Como no podía ser de otra forma, son dos los autores que se propusieron investigar y recorrer un pasaje, una encrucijada, un precipicio de la literatura que, a pesar de la fascinación que despierta, extrañamente no había sido objeto de demasiados estudios: la escritura en colaboración. Así, Michel Lafon y Benoît Peeters (el primero es catedrático –y especializado en literatura argentina–; el segundo está vinculado a la dirección cinematográfica y el guión de historietas) se insertan ellos mismos en el colaboratorio de distintos pactos de a dos que nacieron de la filiación, la conveniencia, la amistad y hasta la necesidad de tener un primer lector con derecho a intervenir pero sin sobrepasar el rol del discípulo.
El mapa es bastante extenso. Empieza con la patológica escritura conjunta de los hermanos Goncourt: su madre, poco antes de morir, les hace poner una mano encima de la mano del otro y se vuelve un caso de manual cuando empiezan a compartir, además de la escritura, una amante que trabaja de partera. O el rizomático vínculo entre Deleuze y Guattari, cuya última obra ¿Qué es la filosofía? devino, según las páginas literarias de un diario francés, “la obra que Deleuze nos debía desde hace tanto tiempo”. ¿Y Guattari?
Justamente, Lafon y Peeters hacen foco en el sistemático y heterogéneo desprecio que viene sufriendo la escritura en colaboración, ya sea por la impune y absoluta falta de reconocimiento a uno de los autores, o los distintos clichés que tienden a leer a los dúos de escritores como los ejecutantes de meros pasatiempos literarios.
Lo cierto es que por influencia romántica, facilismo, e incluso la terrible carga que, en países como Francia, implica por asociación el verbo colaborar, la escritura a cuatro manos suele ser relegada. Y es una lástima. No sólo porque muchas veces las historias detrás de las historias escritas a dúo pueden ser de lo más novelescas, como es el caso de la pareja Erckmann-Chatrian (uno era el cuentista y hombre de creación, mientras que el otro era el contador y el hombre público) sino también porque esas relaciones van tejiendo su propia trama en la obra de los escritores, lo cual está especialmente bien explicado cuando Lafon y Peeters dan cuenta de los momentos en que la colaboración se hace carne, se vuelve texto, como es el caso de la separación en vivo de Colette y Willy o la aparición de temas que nunca más salen a la luz en la obra individual de los autores en cuestión. Tal es el caso del tercer hombre de Bioy y Borges que es Bustos Domecq, quien trata un crimen edípico en el cuento “Las previsiones de Sangiácomo”, cuarto de los seis problemas para Don Isidro Parodi: “La escritura en colaboración parece liberar los inconscientes, en tanto la dualidad y la oralidad convocan un material fantasmático habitualmente reprimido”, dicen en unos de sus lúcidos análisis Lafon y Peeters, quienes llegan a ligar la escritura en colaboración con el odio a la descendencia.
Ya en un nivel textual lo que más se pone sobre el tapete son las permanentes vacilaciones de los pronombres que fue recientemente aprovechado por Eduardo Berti en su novela La sombra del púgil. Una carta que el editor Hetzel (fuente de inspiración de El Capitán Nemo) le envió a Julio Verne es, al respecto, más que elocuente: “Gracias a nuestra perseverancia esta historia se salvará (...) será necesario que nos esforcemos por encontrar esas explicaciones y esas serenidades. Y ni el diablo podrá impedir que si buscamos bien y nos ponemos de acuerdo, usted las encuentre al fin”.
Con una mirada agudísima que detecta detalles aparentemente mínimos como la tapa de un libro en la que la punta del lápiz del lado de Borges está más gastada que la punta de Bioy, sólo podría achacársele a este trabajo haber elegido tantos casos franceses y haber dejado afuera a gente como Raymond Carver y su editor o al dúo Dylan Thomas/John Davenport. O incluso ponerse demasiadas veces en el lugar del débil.
Sin embargo, Escribir en colaboración logra hacer prácticamente una novela a partir del tramado de casos expuestos, a punto tal que culmina en el capítulo Nous est un autre cuando los autores ficcionalizan su propio dúo dinámico y sueltan la mano para mostrar su vacilación pronominal. Una incertidumbre que, hasta ese momento, se habían guardado muy bien de mostrar, aunque generando en todo momento la expectativa de sumarse a la cadena de las cuatro manos.
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